Alejandro Avecilla vuelve a casa. Y su Casa Alejandro también. La leyenda del hockey sobre patines, exjugador de Dominicos, Liceo y Reus, campeón del mundo y subcampeón olímpico en Barcelona 1992, trabaja a contrarreloj para la inauguración de su nuevo restaurante en A Coruña, que estará situado en el puerto deportivo con unas vistas exquisitas al dique de Abrigo, la torre de control y el Castillo de San Antón. En realidad no es un nuevo local, porque es el mismo que llevaba abierto 22 años en Reus, donde se asentó después de su paso por el equipo rojinegro, y que ahora traslada a su ciudad natal para regresar definitivamente a ella. El sábado hay un bonito duelo entre dos de sus ex (Reus-Liceo, 19.00 horas), esos partidos de los que, aunque ya no siga su deporte, siempre mira de reojo. “Cuando voy, es solo para ver a amigos”, dice. Lo es Juan Copa, entrenador verdiblanco. En A Coruña le invaden los recuerdos. Así será más difícil estar alejado de la que un día fue su pasión.

Alejandro Avecilla, en la cocina del restaurante que pone en marcha en A Coruña. Víctor Echaved

Primero porque el nombre de Alejandro Avecilla sigue teniendo mucho peso en el mundo coruñés del hockey sobre patines. En cuanto volvió a poner un pie en la ciudad, se corrió como la pólvora la noticia de su vuelta y el teléfono empezó a arder. Mucha gente dispuesta a echarle una mano. Incluso a ayudarle a pintar el local, como se han ofrecido los que fueron sus alumnos en la escuela del Santa María del Mar. El restaurante no está muy lejos de la Catedral, esa pista del colegio Dominicos donde tantas horas se pasó jugando. Allí, con amigos, llegó a División de Honor. “Éramos muy niños. Un año solo ganamos un partido”. Después se fue al eterno rival. Sonríe cuando se le pregunta que cómo sentó esta afrenta. Levanta los hombros. “Había que probarlo”, responde. Tenía 21 años y llegó a un vestuario de pesos pesados en el que, salvo Pujalte, todos eran mayores —Alabart, Huelves, Martinazzo, Rubio, Areces y Figueroa—. Y tras dos años, una Liga, dos Copas de Europa, una Copa del Rey, una Supercopa de Europa y una Intercontinental, eso le hizo añorar a la familia. “Lendoiro me ponía un cheque en blanco para que me quedara”, recuerda, “pero yo tenía que volver a casa”.

Alejandro Avecilla, en su restaurante de Reus hace diez años. Fran Martínez

En el club de la Ciudad Vieja estuvo cinco años más. “Los de mi generación ya estábamos todos en nuestro mejor momento y empezamos a competir”, recuerda. Fueron unos años gloriosos en la que la rivalidad entre el Liceo y el Dominicos convirtió al deporte del stick en el amo y señor de la ciudad. Las copas, sin embargo, las ganaba siempre el mismo. Hasta el 4 de marzo de 1990 en Alcobendas. Avecilla ya había ganado títulos. Pero como la Copa del Rey con los blanquinegros, que compartió con su hermano Fernando, ninguno. “Estaba la gente esperándonos en Alfonso Molina para acompañarnos y escoltar al autobús hasta el colegio. Fue impresionante”. Y allí, con su gente, siguió jugando hasta que no le quedó más remedio que marcharse. Tuvo oferta del Liceo. Pero ese tren ya había pasado y acabó en Reus. Eso sí le cambiaría la vida. Porque ya no volvió. Jugó seis temporadas más, montó un campus de verano que todavía hoy es recordado, se casó, formó una familia, abrió Casa Alejandro y salvo el pádel y los recuerdos en las paredes, se olvidó del deporte.

Avecilla, tercero por la izquierda, con el Liceo. La Opinión

Pero le ha llegado la hora de volver. Casi tres décadas después. Pasa las semanas a caballo entre Reus, donde se ha quedado su mujer al frente de Casa Alejandro, y A Coruña, donde él pone en marcha la nueva versión. Quiere mantener la misma esencia, con algunos cambios. “Allí una de las cosas que más me funcionan son los caracoles y aquí no lo puedo meter en el menú”. Materia prima no le faltará. Ni vistas espectaculares. Y la magia de Merlín, como le llamaba Carlos Gil, el tirón del mejor jugador coruñés de la historia. “Yo no soy quien para decirlo, eso dependerá de gustos. Mi hermano Fernando era tan bueno como yo, pero yo metía los goles”.