El Deportivo ganó ayer una pelea en la que no quiso meterse. Amagó con escaparse, esquivó los golpes y se aprovechó cuando su rival se tropezó. Estuvo afortunado cuando lo que debía haber sido es ambicioso o valiente, o al menos presentarse con otra predisposición a un compromiso que le brindaba la posibilidad de reengancharse de nuevo a la pelea por el ascenso y añadir presión al resto de aspirantes. La victoria que lo aúpa de nuevo a las posiciones de play off llegó en el tramo final después de un partido de altibajos en el que al equipo de José Luis Martí lo sostuvieron el talento de Carlos Martínez y las intervenciones de Dani Giménez. Poco más ofreció el conjunto blanquiazul, más centrado en llevarse puntos a la boca que en adornar sus actuaciones con méritos.

Hace tiempo que el Deportivo se olvidó del desarrollo para centrarse en el desenlace. Ya no importan tanto los medios sino el fin, que no es otro que apurar las opciones de alcanzar los puestos de play off. El relato es secundario y eso suele traducirse en partidos como el de ayer en La Romareda, cocinados a través de una propuesta simplista orientada a minimizar al máximo los errores. José Luis Martí se ha limitado por el momento a abreviar el juego deportivista en lugar de alterarlo o enriquecerlo. Si antes las posibilidades de éxito pasaban por masticar los partidos, ahora lo hacen por la capacidad de supervivencia y el porcentaje de acierto.

Ayer contra el Zaragoza fue máximo, porque del único disparo a portería llegó el tanto que permite a los blanquiazules colarse de nuevo en la zona de privilegio de la clasificación y encadenar dos victorias consecutivas por primera vez desde finales de enero, cuando el equipo inició esa depresión que ahora trata de sacudirse de encima. Ganar es la mejor forma de superar la falta de confianza en la que se había sumido el equipo y hacerlo como ayer supone un chute anímico importante para el final de temporada. El peligro es que sea efímero, porque la cruz de la victoria en La Romareda es que llega sin apenas argumentos.

Los únicos que tuvo fueron los que le aportó un Carlos Fernández que en este Deportivo de mínimos aflora como imprescindible. La aportación del delantero, por racionada que esté, supone un banquete para sus compañeros. La mejor oportunidad para los blanquiazules en la primera parte la alumbró el sevillano caído al costado izquierdo, desde donde filtró un pase a la frontal para Borja Valle. Falló el berciano, tan precipitado en su golpeo como en el partido.

La pausa de Carlos contrasta con las prisas de sus compañeros en ataque, porque tanto Quique como Cartabia y el propio Valle juegan con una marcha más que les penaliza a ellos y al equipo. Esa es una de las contradicciones del equipo de Martí: busca correr y darle ritmo a las jugadas pero encuentra sus mejores oportunidades a través de la calma y la paciencia.

La otra es que, a pesar de que los esfuerzos del técnico se centran en limitar los errores al máximo, casi todas las opciones de los rivales parten de malas decisiones de los suyos. Así ocurrió con una cesión defectuosa de Saúl y un desajuste defensivo que obligó a Dani Giménez a esforzarse para salvar una triple ocasión del Zaragoza.

Casi nada invitaba a pensar en la victoria en una segunda mitad muy pobre de los deportivistas, que sin embargo se la llevarían en los minutos finales con un buen tanto de Pedro Sánchez. Al alicantino, solo en el costado derecho, lo vio Edu Expósito y su disparo se coló ajustado al palo para devolver al Deportivo a la pelea casi sin querer.