Carlos Arévalo (Betanzos, 1993) se unió ayer al selecto club formado por Ramón González (fútbol), Fernando Romay (baloncesto), Pucho Boedo (judo) y Sofía Toro (vela). El de los medallistas olímpicos coruñeses, el primero para Betanzos. Repóquer de estrellas y una nueva plata, la cuarta, en un firmamento en el que brilla con más fuerza el oro de Sofía Toro en Londres 2012, la última vez, hasta ayer, que un deportista de la ciudad había pisado un podio en los Juegos en más de cien años de historia.

Toro

El año pasado, de hecho, se celebraba el centenario del éxito de Ramón González en Amberes 1920. El jugador de fútbol protagonizó una curiosa historia, porque no llegó a debutar ni a jugar ni un solo minuto. Con fiebre en el azaroso viaje en tren desde Irún hasta tierras belgas, el que entonces era futbolista del Vigo, después del Dépor, estuvo en la cama de un hospital mientras sus compañeros saltaban al terreno de juego. El seleccionador Paco Bru le tenía por una pieza importante del equipo y no quería prescindir de él, por eso apostó por subirle al viaje, esperando que se recuperase por el camino. No fue así, pero el coruñés obtuvo igualmente su medalla que todavía conservan sus dos nietos, que siguen residiendo en la ciudad herculina.

El nieto de Ramón González

Pasarían muchos años, en concreto 64, hasta la siguiente ocasión en la que un coruñés pisó un podio olímpico. También fue en un deporte colectivo, pero en uno que quizás en ese momento no tenía tanta tradición ni en España ni en A Coruña. Fue aquella generación, con Fernando Romay como techo inconfundible, la que consiguió que millones de espectadores trasnochasen por primera vez para estar pendiente de sus partidos en los Juegos Olímpicos de Los Ángeles 1984. Después llegarían los éxitos definitivos de otra generación, que precisamente empieza a despedirse en Tokio. Pero los precursores fueron los Romay, Fernando Martín, Corbalán, Epi y compañía dirigidos por Antonio Díaz-Miguel. Llegaron a la final olímpica, algo impensable hasta entonces, con triunfos contra Canadá, Uruguay, China y Francia en la fase de grupos —en la que solo perdieron contra Estados Unidos— y frente a Australia en cuartos de final. Su gran victoria fue en las semifinales, cuando pudieron con Yugoslavia (74-61). Estados Unidos, con Michael Jordan al frente, esperaba en una final sin mucha historia (65-96) pero que dejó 5 puntos del coruñés y una plata para la historia con sabor a oro.

Romay

Estados Unidos trajo suerte al deporte coruñés. En los siguientes Juegos celebrados en suelo norteamericano, en Atlanta 1996, un representante de la ciudad volvió a subir al podio, aunque en este caso fue en los Juegos Paralímpicos. De hecho, el judoka invidente Pucho Boedo logró allí, si Jacobo no lo remedia dentro de unas semanas en Tokio, la única medalla coruñesa paralímpica. También la única individual.

Boedo

El último gran momento del deporte coruñés en los Juegos fue también el más grande (y el único escrito en femenino). Londres 2012 fueron los Juegos de la sonrisa del Xiquitas Team, aquel equipo de match race que llegó casi como el patito feo, clasificándose en el último momento, no sin falta de sufrimiento, pero que, ronda a ronda, victoria a victoria, llegó a la final de la clase y en ella ganó a Australia para proclamarse campeón olímpico. Ellas eran la ourensana Támara Echegoyen, la asturiana Ángela Pumariega y la coruñesa Sofía Toro. Tenía entonces 22 años y ya un palmarés gigante. La desaparición de esta clase del programa olímpico, sin embargo, complicó su futuro en los Juegos. Intentó estar en Río en 470, pero después de pasar por varias compañeras con sus procesos de adaptación, no lo consiguió y para Tokio ya no lo intentó. Pero nadie le quita del Olimpo.