La Opinión de A Coruña

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Salinas

Peligros de arrimarse al abismo

Mitchell Heisman tenía 35 años cuando de forma sorprendente para todos aquellos que lo conocían se pegó un tiro en la cabeza durante una visita guiada a la capilla de la Universidad de Harvard. Nadie de su entorno esperaba que este psicólogo desgarbado pusiera fin a su vida de forma tan repentina y trágica. No había ninguna señal que alertara de que tenía una personalidad tendente a la depresión, ni siquiera a encerrarse en sí mismo, como si fuera su propia cárcel. Aquel suceso ocurrió hace ya más de diez años, allá por 2010 y la intención de Heisman era la de pasar a la posterioridad. Ser recordado. Como epílogo a su vida dejó una nota de suicidio de 1.905 folios (con cientos de notas al pie, anotaciones y comentarios) en los que de forma muy detallada explicaba las razones que le habían llevado a tomar esa drástica decisión. Su afán por permanecer en el recuerdo fue en vano, como no podría ser de otra forma. Su texto era demasiado denso como para poder penetrar en las masas. Estaba cargado de citas y reflexiones filosóficas que hacían que la barrera de entrada fuera inexpugnable para los más perezosos. Solo pasar de los primeros capítulos cargados ya de críticas sociales y religiosas era todo un triunfo incluso para los más familiarizados con la jerga.

El enorme esfuerzo de Heisman, que le llevó cinco años de trabajo, solo le valió para ganarse una reseña breve en el periódico universitario; otra igual de discreta, pero con más difusión en el The Boston Globe y para que, de vez en cuando, su historia aparezca sepultada en el océano de los digitales. Es decir, de la nada. Tanto esfuerzo, porque el mero hecho de escribir casi dos mil páginas, requiere de, al menos, concentración si se quiere hacer algo con cierto sentido, fue en balde. Precisamente, esa es la gracia. Heisman era un nihilista, que viene a ser algo así como alguien que niega la existencia de todo. Una especie de inconformista de salón. El psicólogo llegó a la misma conclusión que llegamos muchos, sin necesidad de dejar un testamento tan enormemente nutrido de referencias, de que “cada palabra, cada pensamiento y cada emoción vuelven al mismo problema mental: la vida carece de sentido”. Algo así, pero mucho más largo y desarrollado, figura en una de esas últimas páginas que Heisman escribió antes de volarse los sesos públicamente.

Heisman, en un sentido paradójico, se quedó parado frente a sus propios pensamientos que le fueron carcomiendo por dentro en los cinco años previos a su muerte y en los que se dedicó al estudio de filósofos como Friedrich Nietzsche, al que cita en más de doscientas ocasiones en su nota de suicidio que, por cierto, es pública y fácilmente localizable en internet tanto en inglés como en castellano. Es lo mismo que les ocurre a muchos de los que se enfrentan a su escrito, se quedan parados ante el abismo de una propia existencia que es confusa y abrumadora. Arrimarse mucho a uno mismo asusta y puede resultar desconcertante.

La forma en la que nos vemos a nosotros mismos influye de forma decisiva sobre nuestra autoestima, evidentemente, pero también sobre nuestro bienestar físico tanto a medio como a más largo plazo. El psiquiatra Luis Rojas Marcos, que en su día fue el máximo responsable de los servicios de salud mental de Nueva York, alude frecuentemente a un estudio en el que se pidió a un grupo amplio de personas que valoraran de forma totalmente subjetiva su estado de salud. En esa investigación longitudinal se hizo un seguimiento a todos ellos para ver cómo evolucionaba. Más que nada para comprobar si aquella visión particular sobre sí mismos podía tener algún tipo de fundamento. Aquellos que valoraron peor el estado en el que se encontraban fueron los que, a la larga, experimentaron más problemas de salud y también los que vivieron menos años. Sin embargo, aquellos que (en la escala de Likert en la que se basó la encuesta y que iba del uno al diez) puntuaron del ocho para arriba tuvieron, por norma general, una mejor salud y prolongaron su existencia durante más años.

El poso que queda de todo esto es que la forma en la que nos asomamos a nosotros mismos influye de forma definitiva sobre nuestro presente y también sobre nuestro futuro. Si caemos en el nihilismo, como le pasó a Heisman, podemos precipitarnos por el abismo; pero una visión más positiva te aleja del precipicio.

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