Opinión | LA PELOTA NO SE MANCHA

Para que Trilli no sea otro retornado

Trilli, a la derecha, celebrando un gol en Riazor junto a Villares y Soriano.

Trilli, a la derecha, celebrando un gol en Riazor junto a Villares y Soriano. / CARLOS PARDELLAS

Menos renuncias y menos amor, más método y más modelo. Primero fue Ian Mackay, después Raúl Carnero y ahora Lucas Pérez. Todos con sus matices y sus peculiaridades, todos han regresado a casa en el peor momento de la historia de Riazor. Para orgullo de su gente, para alimento vital del deportivismo, el equipo se empieza a llenar de coruñeses y de canteranos de la forma más inesperada: con retornados, con futbolistas que renuncian al fútbol profesional para volver a donde siempre quisieron estar y casi nunca pudieron. Es quizás una muestra más de lo complicado que lo hace todo este club. Es su sino, es su maldición. Hasta Diego Villares llegó casi de rebote y por la entrada trasera al primer equipo tras tener pie y medio fuera. En vez de dejarles puertas entreabiertas, les empuja a vagar por el mundo adelante antes de que puedan regresar para hacerse con un sitio que debería haber sido suyo hace tiempo. Son gestos que llenan, pero son esfuerzos personales que a veces solo sirven para nublar una realidad palpable: el Deportivo sigue ser un club de cantera, sin creer y darle espacio a su gente. Es como los deberes de Año Nuevo. Llegan unos, llegan otros. Se lo proponen y, al final... Las urgencias todo se lo comen, más en Primera RFEF. Al último al que parecen querer darle una buen dentellada es a Trilli.

Mackay, Raúl o Lucas volvieron por amor, pero esos gestos no tapan que el Dépor sigue sin ser un club de cantera

Ha pasado año y medio desde que el Dépor coronó a su generación de juveniles en Marbella hasta el día de hoy, 10 de enero de 2023, cuando después de once jornadas con Óscar Cano al mando, ninguno ha disfrutado de ni siquiera una titularidad. Noel se marchó porque quiso y Yeremay Hernández y Trilli (y muchos más en el filial) siguen a la espera. La lesión de Antoñito y ese potencial innegable del lateral de Ortigueira hacían inevitable su titularidad ante Unionistas. Volvía Lucas Pérez, Riazor estaba de fiesta, iba a tener al menos un par de partidos para soltar músculo, para ganar en confianza y volver a cabalgar por la banda... Esta vez tampoco. Su técnico decidió mover a sus piezas de confianza en aras de un blindaje defensivo para dar carrete y vuelo a sus jugones de la media y el ataque. El dueño del banquillo es consecuente desde su llegada. La competición no espera por el Deportivo y él por nadie. El mañana es hoy o ayer. Si sube, es probable que siga. Y si no lo hace, se marchará y lo que quede a su paso ya será responsabilidad del club.

Puede fichar talento, hacerles quemar etapas o blindarlos, pero si siguen topando un muro en el primer equipo...

Tampoco se puede descargar toda la responsabilidad en él, porque se le ha contratado para ascender y toma las decisiones con ese único e inapelable objetivo. El equipo, además, va justo, aunque en indudable línea ascendente. El problema es que el Dépor no puede gritar a los cuatro vientos que quiere ser un club de cantera, mimarlos, blindar a sus mayores promesas, cuidar sus estudios, hacer jugar a juveniles en el Fabril para quemar etapas, dejarse la vida convenciendo a padres cuando los quieren los clubes más grandes de España y Europa para que luego acaben todos dándose de bruces con un muro insalvable: el primer equipo. Y en Primera Federación. ¿Qué mensaje envía esa suplencia de Trilli a los David Mella o Martín Ochoa? Si el Dépor, tal y como proclamó, desea parecerse algún día en un futuro cercano a la Real Sociedad, que llegó a jugar en Europa con un once plagado de gente de la cantera, hay que contratar y dar margen para equivocarse a los entrenadores que puedan creer en ese modelo. También ayudará no llenar las plantillas hasta que casi rebosan. Hace un año lo hizo muy bien con Noel López. Le dejó espacio, rendijas por las que colarse. Pudo hacerse con la titularidad, no dio el nivel o aún no tenía el punto de cocción justo. Pocas excusas deportivas puede poner el delantero de Silleda para justificar su adiós. Borja Jiménez se vio entonces con el respaldo y el margen para intentarlo, jugó mucho Noel en la parte intermedia de la temporada. Este verano el abulense ya se sintió inestable. Para él tampoco había un mañana y casi todos desaparecieron; incluso alguno de los fichajes que nunca terminó de entrarle por el ojo.

O el club contrata pronto o el Alcorcón pondrá a prueba las costuras de los parches de Óscar Cano en los laterales

A cualquiera le enamora una historia como la de Lucas Pérez o como la de Ian Mackay, pero cuanto menos existan, mejor síntoma de la salud del Dépor y su cantera. Habrá menos happyend y titulares hasta en la prensa de Australia. Eso sí, el club estará más cerca de lo que desea ser.

El día D y los costados

La suplencia de Trilli fue la primera de las dos decisiones de calado de Cano en las bandas. Con Villares en la derecha y una línea de fondo por apurar, el técnico vio cómo Raúl se retorcía de dolor en el césped y debía suplir al lateral izquierdo. Calentó Retuerta, saltó al césped Jaime para que Pablo Martínez, entre gestos de cierta extrañeza, acabase en ese costado. El francés, el mejor central de la plantilla, cumplió de manera sobrada, a pesar de sus limitaciones para progresar, para ensanchar el campo y colar, de vez en cuando, algún centro. Perder un activo en la media y otro en la zaga para que jueguen a medias en las bandas. El técnico apostó por dos soluciones que, en cierta manera, acabaron cuajando en la segunda parte, pero en Riazor y ante Unionistas. Un contexto concreto y menos exigente que el que se encontrará en Alcorcón. Ni Antoñito ni Raúl se recuperarán en dos días. Trilli y Retuerta tienen un abismo entre ellos y la titularidad. ¿Fichará el Dépor en breve para los costados o seguirá viviendo al día con soluciones de emergencia?

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