Opinión | Shikamoo, construir en positivo

Beneficios millonarios, remuneración cero, codicia máxima

Saludos en estos días bonitos de febrero, de franco avance de la luz y de oscilaciones térmicas características de la primavera. ¿Les va a ustedes bien? Espero que sí. Y, por cierto, ¿han podido ver el cometa? Pues yo no lo he logrado, oigan, por mucho que lo he intentado, a pesar de tener en principio bien localizada la región del espacio donde estaría situado. Creo que hubiera necesitado un cielo más protegido de la contaminación lumínica. Una pena...

Y es que hay realidades ante las que, se ponga como se ponga uno, poco se puede hacer. Si mi idea era proceder a la observación de ese fenómeno a simple vista, y las circunstancias no eran propicias desde mi localización, poco más se puede rascar al respecto. ¿O no? Me gustará menos o más, pero no hay vuelta de hoja. No sé si en los próximos días aún estará disponible el singular objeto celeste para su visualización, pero lo cierto es que la Luna llegará en el fin de semana a la fase de llena, con lo que seguramente eso tampoco ayudará. Hay realidades, como les digo, ante las que uno se tiene que conformar...

Pero no todo es así. Algunos hechos no se pueden cambiar, o es muy difícil el conseguirlo, pero otros son mucho más plásticos, aunque a veces no se nos cuente que es así. Muchos de los flecos derivados de la realidad económica presentan esta característica, aunque muchas veces se les quiera revestir de sesudas teorías científicas que presuntamente asegurarían lo contrario. Pero no. En el devenir económico está la teoría, expresada en los conceptos los modelos y las ecuaciones que los rigen, claro que sí, pero también mucho de una praxis que muchas veces fluye con criterios interesados, que no solamente implican que determinados actores estén encantados con las medias verdades que se esbozan, sino que hace que trabajen activamente para mantener dicho estado de las cosas, que les conviene.

El momento actual de la banca se me presenta como un buen ejemplo en tal línea. Por una parte, el sector bancario ha ido adelgazando y agotando su corresponsabilidad pecuniaria con el ahorrador y con la sociedad en general, con el pretexto de la crisis. Y, por otra, ha ganado más que nunca, y practicado “bonus” y recompensas a sus directivos al más alto nivel visto hasta ahora. Por una parte, tales bancos —la generalidad de los más importantes de nuestro país— siguen remunerando las cuentas del ahorrador medio a cero euros, atiborrándole a comisiones antes inexistentes, y menguando los servicios que prestan al mismo. Pero, reitero, ganan ya más que nunca, con beneficios que en el caso de los seis grandes bancos españoles, pasan de los veinte mil millones de euros en 2022.

¿Ético? No, en absoluto, pese a la verborrea de tales empresas en materia de comunicación en valores y lindezas parecidas. ¿Sostenible? Tampoco, porque las políticas dimanadas de sus acciones no hacen sino empobrecer una sociedad cada día más rota y, por ende, menos vivible y viable. ¿Responsable? Mucho menos, a pesar de que aspectos como la responsabilidad social corporativa hayan sido incorporados a idearios que no resisten una leve lectura mínimamente crítica en términos de coherencia. Y es que lo ético, sostenible y responsable es estar a las duras y a las maduras, y si el conjunto de la sociedad sale a tu rescate y se aprieta el cinturón cuando toca, lo más normal es saber devolver tal lógica, y corresponsabilizarse en frenar el franco deterioro que en ella —vía disminución de la renta media y el avance de la inequidad— se aprecia. Pero no, esto no va con ellos, parecen querer decirnos. El espectacular aumento de los tipos de interés es aplicado de forma lapidaria por la banca en lo que le interesa, un muy fuerte incremento en el precio del crédito, mientras no se toca la remuneración de los ahorros, ganando así dinero a espuertas. La pena es que la sociedad no sea compacta a la hora de diseñar una respuesta razonable, sosegada pero contundente, ante tales desmanes.

¿Se sorprenden ustedes? Muchos dirán que no. Yo, sin embargo, pretendo aún siendo ingenuo intentar dar un voto de confianza cada día a las personas y las organizaciones de mi alrededor. Craso error, la mayoría de las veces.

Pero bueno, me permite dormir tranquilo y confiar en que el día de mañana será mejor. Aunque, por supuesto, mis expectativas se hayan frustrado demasiadas veces ya, no sabiendo ver al lobo debajo de la piel de cordero con la que algunos —personas y organizaciones— se travisten cuando se trata de hacer de la codicia su particular virtud. ¡Que les aproveche! Siempre me quedará el cometa... O la Luna... O qué sé yo...