Opinión | Divaneos

Nuestros peores críticos

Somos nuestros peores críticos. Muy exigentes con nosotros mismos y poco rigurosos con lo que hacen los otros. Es una generalización, pero con cierta base. La autoestima es una cuestión extremadamente flexible, que va variando en función de un montón de factores internos (nuestro humor ese día, por ejemplo), o externos (por la influencia de los demás, cualquier comentario puede tener un efecto decisivo sobre nuestro estado emocional). Tener una autoexigencia muy elevada es uno de los factores que pueden llegar a desencadenar elevados niveles de ansiedad. Uno de los muchos, evidentemente. Pero localizarlo como fuente estresor está bien para poder eliminar una amenaza de nuestras vidas e intentar lograr el objetivo que todos perseguimos que es el de vivir mucho más tranquilos.

En psicología social está muy extendido lo que se conoce como sesgo de autorreferencia (profundamente investigado por los psicólogos Hazel Markus, Susan Fiske o Roy Baumeister) y que viene a decir que solemos poner el foco en nosotros mismos, en nuestras propias acciones y nuestras circunstancias. Sin embargo, cuando hay que fijarse en los demás se tiende a enfatizar solo los factores externos y las circunstancias que pueden haber rodeado su comportamiento, generando de esa forma una tendencia hacia la tolerancia y la comprensión de su comportamiento. A ser más benévolos. Es como si lleváramos una venda hacia el exterior y que solo nos permitiera enfocarnos en nosotros mismos y en nuestro mundo. Hacia nuestro interior.

Tener una alta autoexigencia está relacionado con unos bajos niveles de autoestima. Por la propia presión que nos metemos a nosotros mismos que provoca que sintamos que no somos capaces de alcanzar una meta que parece que se nos va alejando cada vez más. Un estudio de hace ya unos cuantos años llegó a relacionar los altos niveles de autoexigencia con una negativa evaluación de nosotros mismos. Presionarnos hace que cuando nos miramos al espejo nos veamos mucho peor de lo que somos.

Allá por 2018 en la revista Frontiers in Psychology se publicó un estudio en el que se evaluaron las diferencias entre el trato que nos damos a nosotros y el que le damos a los demás. Los resultados vinieron a reforzar la tesis de que somos muy duros con nosotros y mucho más laxos con los otros. Y aquellos que son exigentes consigo mismo tenían mayores problemas (o más riesgo) de sufrir ansiedad o depresión.

Quien más estudió esta teoría fue el psicólogo social Leon Festinger, que ya ha aparecido en alguna ocasión por esta esquinita porque es una de las principales figuras de la psicología social. Según sus estudios solemos tener una tendencia innata a compararnos con los demás como una manera de evaluar nuestro rendimiento y de determinar nuestra valía personal. Grave error. Primero, porque la vida no es una competición con nadie. Todos vamos a llegar a la misma meta tarde o temprano y allí nadie nos va a preguntar si ganamos. Nadie. Y, segundo, porque todos somos diferentes. Cada cual tiene sus peculiaridades, sus gustos, sus rarezas y su forma particular de ver el mundo. Lo de Festinger tenía una cruz. Porque, aunque nos comparamos continuamente con los demás, tendemos a estar más expuestos a nuestras propias fallas y debilidades que a las de los que nos rodean. Eso explica la razón por la que solemos ser más críticos con nosotros mismos que con quienes tenemos al lado.

Suele ocurrir también que hay personas que se cargan con un enorme número de responsabilidades a sus espaldas en una determinada área de su vida (por lo general el laboral) con el único objetivo de escabullirse de otras responsabilidades (como las familiares o las relaciones sociales). Lo hacen porque de esa forma creen que su vida está, más o menos, ordenada. Cuando el desequilibrio es más que evidente y a la larga acaba provocándoles enormes problemas. Por lo general, atentando contra su salud.

Algo similar ocurre con aquellos que van acumulando tareas y cargándose las espaldas con más y más trabajo porque lo que realmente les falla es la visión estratégica. El tener ampliado el punto de mira.

Ser exigentes con uno mismo no es malo, es constructivo y nos ayuda a mejorar como personas. Ser demasiado exigentes con nosotros mismos nos destruye por dentro.

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