Deriva preocupante

Jorge Dezcallar

Jorge Dezcallar

Parece que esta pasada semana ha comenzado la gran ofensiva de Ucrania para tratar de recuperar el territorio que Rusia le ha arrebatado. Se prevén combates muy duros y de entrada alguien ha destruido una presa gigantesca que ha inundado una extensa zona bajo metros de agua. Rusos y ucranianos se acusan mutuamente de este desastre humano y ecológico que nos retrotrae a métodos medievales. A Atila o a Gengis Khan les hubiera gustado la idea.

En esa ofensiva Ucrania utiliza el material bélico que le ha suministrado Occidente porque sabemos, como dijo Hillary Clinton en Barcelona la semana pasada, que esta guerra marcará la geopolítica de los próximos años. Pero con la exigencia de que esas armas se utilizaran para defensa y no para atacar el territorio ruso, con objeto de no desbordar los límites de la no beligerancia y no dar excusa a Moscú para convertir su invasión de Ucrania en una guerra entre Rusia y la OTAN. Lo que sucede es que a medida que la guerra se prolonga vamos dándole a Ucrania material más sofisticado y de más largo alcance, y es inevitable que acabe utilizándolo contra objetivos fuera de sus límites territoriales. Alemania es un ejemplo paradigmático: empezó enviando cascos y ahora envía misiles de defensa antiaérea y tanques Leopard, mientras otros países con Países Bajos y Polonia al frente ya preparan el envío de aviones F-16 con la bendición de Washington. Y Moscú, por su parte, utiliza misiles de velocidad hipersónica para destruir edificios civiles a lo largo y ancho de todo el territorio ucraniano. Basta un error de alguien para que el problema se desborde.

Porque lo cierto es que esta guerra se acerca más a Rusia con cada día que pasa. Empezó con un par de drones que fueron derribados sobre el mismo Kremlin, en lo que se interpretó como un ataque más simbólico que otra cosa, y luego ha habido otros drones que han impactado en edificios residenciales de Moscú sin más daño que el de algunos cristales rotos y la alarma creada por la sensación de vulnerabilidad que han provocado. También se han producido asesinatos de líderes nacionalistas, algunos ataques con misiles a aeropuertos y refinerías dentro del territorio ruso y, estos mismos días, ataques repetidos a poblaciones de la región de Belgorod (350.000 habitantes) cercanas a la frontera, incursiones terrestres por quienes afirman ser milicias de patriotas rusos opuestos a la guerra y a Putin que dicen utilizar material comprado en el mercado negro. Por ahora Kiev mira para otro lado y niega la mayor... pero no cabe desconocer que estos ataques dentro de Rusia cada día van a más y por mucho que Moscú minimice u oculte estos hechos, su importancia es evidente porque llevan la guerra a la misma puerta de un pueblo que hasta ahora se ha permitido ignorarla. Según una encuesta hecha en mayo por el Centro Levada de Moscú, de lo más fiable que allí hay, solo uno de cada cuatro rusos sigue la guerra de Ucrania. Con estos ataques eso va a cambiar.

La guerra puede terminar de muchas maneras: puede ganarla Rusia, que tiene mucho más “fondo de armario”, o puede ganarla Ucrania, lo que es todavía menos creíble. En realidad ninguna de estas opciones parece probable. O puede terminar en un armisticio como la guerra de Corea, aunque el mismo mediador chino acaba de reconocer que aún no se dan las condiciones necesarias y mientras también lo intentan el Vaticano, Brasil e Indonesia. Un acuerdo de paz no lo veo ni en sueños. O se puede empantanar y convertirse en una guerra de frontera más o menos durmiente que mantenga un foco permanente de inestabilidad en el corazón de Europa. Algunos acarician la idea de un golpe de Estado en Rusia que acabe con Putin... sin que nada garantice que su sucesor fuera a ser mejor. Y también puede ocurrir que si las cosas le van peor Putin acabe perdiendo los nervios y recurra al “de perdidos, al río” y al arma nuclear... Demasiadas incertidumbres.

Todo eso puede suceder pero lo que entretanto parece estar cada día más cerca es una preocupante extensión del conflicto, incluso por error, con el riesgo de que acabe involucrando a la OTAN, o sea a nosotros. Nadie lo desea pero nadie quería una guerra en 1914 y ya saben la que se armó. No es alarmismo, es realismo.

Jorge Dezcallar es embajador de España

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