Divaneos

El placer no es solo el viaje

José Luis Salinas

José Luis Salinas

Llegan las vacaciones por la esquina del calendario y con ellas la oportunidad de viajar, conocer otras realidades completamente diferentes a las de nuestro día a día. Hay quien le encantaría que ese fuera su modo de vida, estar todo el día por ahí con la mochila a cuestas conociendo otros mundos, otras gentes, otras culturas... También hay a quien le da bastante pereza. La gran mayoría del público está en un punto intermedio haciendo una escapadita un fin de semana, que si una semanita por aquí otra por allá. Y así hasta ir completando una bitácora de viajes de la que poder presumir ante los compañeros de trabajo. Viajar tiene unos beneficios psicológicos bastante claros. Son los siguientes.

El viaje siempre comienza con su planificación y la de hacer planes es una de las tareas que más les suele gustar a los seres humanos que —obsérvenlo— se pasan el día hablando de lo que van a hacer en un futuro, más o menos, temprano. Es una manera también de pasar el rato, de estar entretenidos. Pero cuidado, porque el exceso de planificación suele provocar que pongamos en el viaje unas expectativas exageradas y, al final, lo que ocurre en estos casos es que la realidad no cuadra con lo que esperábamos y se produce un choque que recibe el nombre de frustración.

Pero no seamos agoreros. En la inmensa mayoría de los casos lo que ocurre es que el proceso de planificación y el viaje en sí son dos etapas bien separadas. Como si fueran dos momentos vitales diferentes, y eso es tremendamente beneficioso para nuestra salud mental.

Está perfectamente demostrado que viajar ayuda a reducir los niveles de estrés. Salir es sinónimo de desconexión, de olvidarse durante unos días de las obligaciones laborales y de desconectar de este ritmo de vida tan acelerado en el que estamos sumergidos la inmensa mayoría. Trabajar nos obliga a pensar demasiado en los quehaceres diarios y estamos acostumbrados a estresarnos por tonterías, pero viajar suele obligarnos a dejarnos llevar, a sumergirnos en lo que estamos haciendo y así parece que el tiempo pasa de otra manera. Ni más rápido ni más lento. Las manecillas del reloj avanza a un ritmo distinto.

Eso es porque, como si practicáramos el mindfullness, el viajar nos obliga a enfocarnos en vivir en el presente. A ser nosotros mismos, por muy terrible que eso nos pueda parecer. Cuando se viaja uno se descubre a sí mismo, aunque vayamos en compañía. Nos ayuda a tomar una perspectiva diferente y a evaluar desde un prisma totalmente inusual lo que es nuestra propia vida. Por eso durante ese periodo de asueto hay tantas crisis existenciales y también laborales. La vuelta puede provocar un cambio de prioridades, como el hecho de darle mucha menos importancia a cuestiones materiales, a esas que en realidad nos hacen infelices y miserables.

Viajar amplía la visión que tenemos del mundo y de la propia sociedad que nos rodea, hace que nos volvamos más respetuosos y cura ciertas tonterías. Nos ayuda a romper con ciertos esquemas preconcebidos que tenemos y ser mucho más empáticos con el prójimo. En un mundo en el que sigue habiendo guerras eso es completamente necesario. Porque viajar también nos hace ser más sociables y que fluyan las reflexiones que durante el resto del año permanecen como atascadas ahí dentro.

Viajar nos permite descubrir habilidades propias que, muy probablemente, ni siquiera sospechábamos que teníamos. Nos obliga a enfrentarnos a situaciones nuevas y, por lo tanto, a resolver conflictos a los que estamos poco habituados. Pruebas en el camino que nos hacen mejores personas.

Salir fuera, lejos o cerca, nos permite alejarnos de los miedos que encierra nuestra rutina diaria, de lo gris y escandalosamente aburrido de nuestros trabajos y a poner distancia con nuestras inseguridades vitales. Superamos esos miedos porque lo desconocido del lugar al que vamos hace que ya estemos en guardia.

Todo esto provoca que durante los viajes se sea más feliz, porque todo lo que se ha descrito en los párrafos anteriores ayuda a que nuestro cerebro segregue endorfinas, lo que incrementa nuestra sensación de bienestar. Así que viajar no es solo salir a ver mundo, es también —si se sigue la ruta adecuada— una forma de vernos a nosotros mismos como nunca habíamos imaginado.

Suscríbete para seguir leyendo

TEMAS