Israel y la democracia

Los palestinos bajo ocupación tienen menos derechos que los israelíes, son ciudadanos de segunda y cada vez hay más organizaciones, incluso israelíes, que hablan de ‘apartheid’

Jorge Dezcallar

Jorge Dezcallar

Me entristece pensar que un Israel democrático puede acabar siendo un espejismo, una gran ilusión frustrada en un entorno de brutales dictaduras y de regímenes feudales. Me entristece porque es algo que por desgracia me parece cada día más probable como consecuencia de su incapacidad para gestionar el problema que planteó su nacimiento en un entorno físico habitado por palestinos expulsados sin miramientos de sus tierras, sin que tampoco ellos aceptaran en aquel momento la creación de un estado palestino en la otra mitad del Mandato británico. Se equivocaron entonces, en 1949, y han errado muchas otras veces desde entonces, como reconocía un irónico Abba Eban al decir que no perdían ninguna oportunidad para equivocarse. Y luego la situación empeoró con la ocupación israelí de Gaza y Cisjordania tras la Guerra de los Seis Días (1967), con la anexión del Golán, con sus pretensiones excluyentes sobre Jerusalén, y con la imparable construcción de más y más asentamientos en las tierras ocupadas, algo que se ha disparado con el actual Gobierno donde los elementos ultranacionalistas, extremistas y racistas que apoyan e impulsan esa colonización tienen más fuerza que nunca. Como Itamar Ben Gvir, ministro de Seguridad a cargo de la Policía, convicto en 2007 acusado de incitar al racismo y de apoyar a una organización terrorista judía, cuyo salón familiar lo presidía una foto del terrorista Baruch Goldstein, que asesinó a 29 palestinos en Hebrón en 1994, o Bezalel Smotrich, ministro de Finanzas, que dirigía un movimiento extremista de colonos cuando entró en el gobierno. Es como pedir al zorro que cuide las gallinas.

El resultado es que desde 1949 no hay paz y este año asistimos a un recrudecimiento de la violencia que ya ha acabado con la vida de 31 judíos y de 152 palestinos, los peores datos desde el final de la Segunda Intifada (2000-2005). Esta misma semana más de mil soldados israelíes con drones y vehículos acorazados han entrado en Yenin, un campo de refugiados al norte de Cisjordania, para acabar con una célula de la Yihad Islámica. Ha habido muertos (muchos de ellos menores) y heridos mientras la destrucción se ha extendido a casas e incluso calles arrasadas por temor a bombas trampa junto a las aceras, cortando el agua y la electricidad y haciendo aún más miserables las vidas de los residentes. Son operaciones que dan seguridad a corto plazo para Israel y que dejan “mártires”, humillación, frustración, rabia, y desolación del lado palestino. Y la garantía de que otros jóvenes frustrados y sin expectativas de vida digna se unan a movimientos radicales como las Brigadas Yenin y la Guarida del León (Lion’s Den) y reemplacen a los caídos en combate... para acabar cayendo ellos también ante la superioridad militar israelí. Es una espiral que no acaba. Desde Gaza —y con menos frecuencia desde Cisjordania— se lanzan cohetes contra Israel y ataques terroristas contrapacíficos ciudadanos en paradas de autobuses y pizzerías. Y el gobierno palestino, débil, corrupto y dividido no lo puede impedir. Todo eso es cierto pero hay que preguntarse por qué, pues los portugueses no asesinan a españoles ni los noruegos a los suecos. Aquí hay odio. Los palestinos bajo ocupación tienen menos derechos que los israelíes, son ciudadanos de segunda y cada vez hay más organizaciones, incluso israelíes, que hablan de apartheid.

El informe Two State Index concluye que nunca —desde que se iniciaron estos sondeos en 2003— la solución negociada ha contado con menor apoyo que ahora, lo que hace exclamar a Mustafá Barghouti, miembro prominente de la OLP, “que no hay proceso de paz”. Y eso quiere decir más violencia. Ya no vale seguir dando patadas hacia delante a la lata, Israel tiene que solucionar el problema palestino y tiene que hacerlo mientras se enfrenta a tres revueltas simultáneas: la de los israelíes demócratas que se oponen a las reformas iliberales del gobierno de Netanyahu, la de los palestinos frustrados por la falta de esperanza, y la de los colonos insaciables que quieren más tierras palestinas. Y con un enemigo existencial en el horizonte: la República Islámica de Irán que quiere acabar con la que llama “la entidad sionista”. Demasiados problemas al mismo tiempo aunque el principal es que Israel tiene que escoger entre ocupación y democracia porque se juega el alma, no lo quieren ver y se les acaba el tiempo.

Jorge Dezcallar es embajador de España

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