¿Cuántas Emmas necesitamos?
El caldo de verduras reducido a prácticos cubitos es un prodigio de la ciencia culinaria. No se trata de una aburrida cocción, es el jogo bonito de los fogones: ¡enriquecer el plato! Ocurre algo parecido con los cereales del desayuno y las galletas, o las diferentes presentaciones de cacao soluble. Se les añade ese plus de vitaminas y minerales que transforma una astilla crujiente de trigo en una piedra preciosa alimenticia. Es como si ahora necesitásemos un extra porque los alimentos al natural, en esencia, estuvieran cojos. Que esta fiebre llegara al armamento, sólo era cuestión de tiempo. Porque, aún aparentando ser lo mismo, una cosa es un proyectil y otra bien distinta un proyectil enriquecido con uranio.
Comienzan las clases, toca coleccionar fascículos, apuntarse al gimnasio y volver con la serie esa, Juego de Eslavos, que un par de meses atrás dejamos a medias. En capítulos anteriores veíamos al presidente del traje verde suplicando por más tanques, aviones y bombas de racimo. Como este conflicto tiene mucho de escaparate, a la munición sospechosa de infringir el daño habitual se suman ahora nuevas —por su puesta en escena aquí, aunque viejas conocidas del mercado— armas vitaminadas que prometen hacer añicos a los malos y, ya puestos, arruinar franjas de territorio patrio al estilo Chernóbil: por contaminación radiactiva. Este uranio con el que se enriquecen los misiles que Estados Unidos enviará al frente ucranio, todo sea dicho, es reciclado. Cuando el combustible de las centrales nucleares pierde sus propiedades —deja de generar energía—, este se vuelve a concentrar obteniendo en el proceso varios subproductos, el más numeroso: uranio U-238, “el empobrecido”, en jerga atómica. Para darle esta segunda vida se transforma en uranio metálico que aleado con tungsteno lo hace perfecto para fines militares: ultrarresistente e inflamable por encima de los 600ºC, esto es: cuando penetra un blindaje —y lo hará—, tras el impacto, se incendia. Por hablar de lo conocido, es denso y fuerte como el wolframio, ni que decir tiene para qué lo utilizaba la wehrmacht.
El domingo día 10 conocíamos que la explosión de un artefacto ruso dejaba la primera víctima con DNI. Una cooperante catalana, Emma Igual, empeñada en salvar vidas que como suele ocurrir con la buena gente, tras ponerse tantas veces de perfil y sentir las balas asubiar sobre su cabeza, no pudo esquivar la última. Mientras lloramos a Emma —en algún lugar al otro lado del atlántico cargan balas con uranio en un contenedor— leemos el último titular de la guerra en Ucrania: Llega el arma definitiva que el pueblo necesita para vencer la batalla sin fin. Hasta que alguien comente que no, que la decisiva es... y vuelta a empezar. ¿Cuántas más?
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