Opinión | Shikamoo, construir en positivo

Hay que quitarle el ‘glamour’ a la porquería...

¡Buenos días! ¿Qué tal están ustedes? Arrancamos con fuerza una nueva semana, que a su final dejará a este febrero ya casi visto para sentencia. Sé que me repito con el tema, pero sigo verdaderamente impresionado con el ritmo al que suceden las cosas. Hace unos días comenzábamos una campaña electoral y ¡hala!, eso está terminado y finiquitado. Y así con todo, ¿no? La vida, —la vida vida de Juan Ramón Jiménez— pasa tan rápido que uno tiene la sensación de que se le escapa...

Y hablando de que se escape la vida, amigos y amigas, soy de los que piensan que hay que evitar a toda costa que tal hecho sea exactamente literal para muchos de nuestros congéneres. Y, por concretar más, para los más jóvenes, cuya transición a la vida adulta no está exenta de riesgos. Porque, sumergidos como estamos en una cultura del vivir sensaciones fuertes aquí y ahora, parece que la lógica imperante para muchos de ellos es que hay que probarlo todo y consumirlo lo antes posible. Es por eso que, muchas veces ante unos padres totalmente noqueados o directamente desconocedores del hecho, se apuntan en manada a lo que creen que son los placeres y las ambrosías más maravillosas de la existencia: al alcohol, por ejemplo, por no hablar de drogas en mil y una variedades... Una trampa absolutamente envenenada que, en no pocas ocasiones, se lleva por delante la vida y los sueños de algunos de ellos. En las noticias de estos días se habla de la muerte de un joven, parece que por haber consumido una bebida de las mal llamadas energéticas —en realidad, excitantes— en la que, presuntamente, otros chicos habían puesto alguna droga.

Sobre eso va el título y el contenido del artículo de hoy. Creo, desde una perspectiva educativa, que el tabaco, el alcohol o la droga no se pueden solamente prohibir, sino que hay que ir más allá. ¿Qué quiero decir? Pues que no sólo con eso basta, sino que sobre todo hay que intentar presentar todo ello como lo que realmente es, sin nada de glamour pero con mucho de riesgo de dependencia. Así, la persona consumidora de sustancias nocivas para la salud no es ni más atractiva ni más “sexy” ni más interesante. Lo que tiene es un problema asociado a tal dependencia, que hace que su vida se pueda llegar a convertir en un verdadero infierno, al precisar de sustancias externas a su propio organismo para afrontar las más sencillas tareas del día a día. La droga, el alcohol y el tabaco son calvarios programados exquisitamente por los que ganan dinero con ello, a costa de la salud emocional y física de las personas que tienen la mala suerte de caer en ellos. Y eso es lo que hay que presentarle a los más jóvenes, para que lo tengan en cuenta a la hora de tomar decisiones.

No hay que asociar ocio y alcohol o drogas, pero no por ñoñería o porque sí, sino porque no aportan absolutamente nada a la persona. La cocaína, tan prevalente en ambientes supuestamente “finos” y a la vez tan demoledora, es una molécula muy parecida a un neurotransmisor que produce determinadas sensaciones en el cuerpo, de manera que introduciéndola en él, la persona experimenta efectos asociados a los producidos por el mismo. Lo mismo los cannabinoides. Y así con el largo etcétera de las diferentes familias y tipos de sustancias psicotrópicas. Obviamente pura porquería, fuera de los lógicos ámbitos terapéuticos en los que tengan cabida. Porquería porque crean dependencia y porque, con un cierto tiempo de consumo, hacen imposible la vida normal sin el suministro regular, cada vez más abundante, de tales sustancias externas al cuerpo. Y porquería porque tienen efectos secundarios nada desdeñables, tales como el rápido deterioro de la condición cardiovascular o de la cognitiva.

Es importante, por todo ello, insistir en la faceta educativa de la prevención de la adicción a las drogas, el tabaco y el alcohol. No de forma tímida o como algo ocasional, sino invertir realmente en ello. Volcarnos en explicar a los que vienen detrás que todo ello no nos hace más fuertes, sino más débiles. No nos hace más guapos, sino más deteriorados físicamente. Y que tales familias de productos, repito que fuera de sus lógicos ámbitos de utilización de forma pautada y terapéutica, producen ruina y muerte. Sólo así podremos conseguir que las personas y, en particular los que se inician a edades tempranas en su consumo, sean realmente más libres.

Sí, hay que quitarle el glamour a la porquería, y llamarle por su nombre: porquería, que nada aporta, excepto a los que ganan el dinero a espuertas con su tráfico y venta.