Opinión | Shikamoo, construir en positivo

Por un mundo sin princesas

Un nuevo saludo en este precioso miércoles que nos ha tocado vivir. Y déjenme que insista en lo de precioso independientemente de que llueva o no, haga calor o frío. Porque los días son, por definición, únicos e irrepetibles, exactamente igual que las personas. Por todo ello vale la pena siempre vivirlos. Unos saldrán peor y otros mejor, pero la alternativa es siempre mucho más inquietante... ¡Disfrútenlo!

Y no sé si será por la asunción explícita en el párrafo anterior de que cada persona es un tesoro, o porque mañana es un día raro, de esos que se ven únicamente cada cuatro años, que vuelvo a uno de los temas que durante más tiempo he ido tocando periódicamente, casi siempre con escaso eco. Me refiero al de la pertinencia o no de la monarquía como forma de máxima representación del Estado, aunque la misma esté desprovista de cualquier poder ejecutivo real, al estar sometida a la tutela del Gobierno. Quizá el traer precisamente aquí este tema hoy pueda ser, también, porque la actualidad está trufada de referencias a diferentes monarquías europeas, lo cual a uno no le deja indiferente.

Miren, en el pasado las monarquías venían tocadas, directamente, por los designios de Dios. De cualquier Dios, pero siempre imbricadas en un elemento de divinidad. Algo que, por suerte, ya hemos superado, pero siguiendo sin embargo anclados en formas tan obsoletas no ya de poder, sino incluso de clasificación y catalogación de las personas. Algo que digo porque la mera existencia de “princeps” como “primus inter pares” vulnera el más básico principio de igualdad entre todos los seres humanos. ¿Por qué, basándonos en gestas pretéritas, matrimonios de conveniencia u otros arreglos, va a detentar un determinado ser humano —con sus querencias, sus filias, sus fobias y sus características personales únicas— poder sobre los demás? ¿En serio no les chirría? A mí sí. Y más cuando el vector paterno-filial ya se ha evidenciado muchas veces como un horrible elemento de transmisión de las competencias, las actitudes y aptitudes e incluso de la bonhomía. Vamos, que uno puede ser un completo idiota y tener un hijo o hija majísimos o muy competentes, o todo lo contrario. Nada hace que, por ser descendiente de un notable, tú lo seas. Y, por supuesto, al revés.

Así las cosas, aún hay más. Porque en las modernas democracias el poder reside o debería residir directamente en el pueblo. Él es soberano y, por ende, no necesita de reyes. Lo que sí precisa, y debería demandar y vigilar para que se cumpla, es administradores eficaces para lo más importante: que la sociedad funcione, entendiendo esto a todos los niveles, de forma que tal Administración Pública no sea nunca un obstáculo para el desarrollo individual y colectivo, sino un sostén y una salvaguarda de los mismos. Sin más alharacas ni tanta exposición mediática como nos gusta aquí, donde tales gestores parecen estrellas del rock.

La monarquía está obsoleta, y lo sostengo en público desde hace más de treinta años. Pero nuestra sociedad sigue resistiéndose a abandonar el legado de Franco, que instauró no sólo la monarquía sino una monarquía concreta representada por una persona concreta. Más tarde tal persona cayó en cierta desgracia, y hoy hay muchas personas que cuestionan la monarquía basándose en presunta mala praxis de la misma. Pero no... creo que ese no es el nudo gordiano de la cuestión. Yo lo que digo es que ninguna monarquía tiene hoy carta de naturaleza, más que un pacto concreto —la Constitución del 78— que, como todas, puede ser sustituida por otra, como parte de un proceso natural de evolución de una sociedad en marcha. Siendo entonces tal monarquía, que sin duda hizo un servicio al Estado durante su vigencia, sustituida por una Presidencia mucho más magra, sujeta a un amplio consenso al ser elegida periódicamente por el pueblo con un procedimiento diseñado al efecto y, por supuesto, revocable y nunca vitalicia ni hereditaria. Un sistema, en una palabra, moderno.

Sí, queridos y queridas. Sueño con un mundo sin princesas. Pero finiquitando la relación con las actuales de buenas formas, agradeciendo los servicios prestados y quizá incluso dejando que termine el actual reinado de forma natural, hasta donde dure. Sin estrés. Pero soñando, a la vez, con una democracia mucho más enraizada en la realidad social, simplificando procedimientos y la estructura del Estado, y abogando por un país con mucho menos rancio abolengo, menos boato y más racionalidad. Mucha más racionalidad en la concepción de lo de todas y todos, mucho mayor orientación a resultados y sobriedad. Y, por supuesto, sin tales princesas y príncipes, reinas y reyes. Eso es del pasado y, como tal, forma parte de aquello que aconteció. Hoy... me parece que tenemos que pulsar otros registros mucho más coherentes para seguir adelante.

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