Opinión | Shikamoo, construir en positivo

Gitanos

Tengan ustedes un día fenomenal. Ya ven, el tiempo ha ido pasando y lo que un día comenzó como un tímido abril no ha parado de tomar cuerpo y crecer… Tanto es así, que ya se nos ha ido el primer tercio de este mes, icono de la primavera. En estos días se han ido produciendo diferentes acontecimientos, en distintos ámbitos y localizaciones. Unos, quizá por ser mucho más amplificados por los medios de comunicación, van formando parte de la huella sonora de cada jornada. Pero hay mucha vida también mucho más allá de los grandes titulares, de los “mantras” repetidos hasta la saciedad y de la mera propaganda. Uno de esos hitos, en este caso con forma de celebración, tenía lugar el pasado día 8 de abril, en lo que fue una nueva edición del Día Internacional del Pueblo Gitano. Les invito a que pasen ustedes y vean lo que les cuento sobre este grupo humano que forma parte de todos nosotros y nosotras pero que, al tiempo, a veces está y se siente tan lejos…

Fue un 8 de abril también cuando, en Londres y en el año 1971, tuvo lugar el Primer Congreso Mundial romaní/gitano. De allí salieron algunos símbolos tan importantes como la bandera y el himno gitano. Una bandera verde y azul, que simboliza el cielo y el campo, con una rueda roja en el centro, relacionada con un camino de libertad… ¿Desde dónde? Pues desde la India, de donde es originaria tal etnia. Y una emotiva pieza musical, “Gelem, gelem” o “Djelem, djelem” (Anduve, anduve), compuesta por el ya fallecido músico serbio Jarko Jovanovic, que fue represaliado, ingresado en diferentes campos de concentración y que perdió a buena parte de su familia durante las hostilidades nazis y el tiempo de la Segunda Guerra Mundial. Un himno que nos recuerda permanentemente a los gitanos y a las gitanas que fueron víctimas, como los judíos y otros grupos humanos, de tal horror. Porque sí, no lo olvidemos, el pueblo gitano fue también masacrado por aquellos que paradójica y estúpidamente cantaban a presuntos valores de pureza, a la raza y a la perfección y que, mientras el mundo a su alrededor permanecía o dormido o cómplice, destruyeron a millones de seres humanos.

Tal 8 de abril va adquiriendo en los últimos años una importancia creciente, seguramente por una mayor constatación paulatina de la asignatura pendiente que representa en nuestra sociedad la integración y consideración efectiva de hecho del pueblo gitano. Porque, al margen de la igualdad que la Constitución propugna para todas y todos los españoles, si sigue habiendo un pueblo marginado dentro de nuestras fronteras ese es el constituido por las personas gitanas. ¿No les parece? Y antes de que alguien se apresure a contarme que esto no siempre es así, apelando a las obvias singularidades estadísticas, o a expresar que tal vida de espaldas entre los gitanos de hoy y el resto de la sociedad es cosa de unos y otros, déjenme que les diga que probablemente en esto último haya bastante de verdad, pero también que es el grupo abrumadoramente dominante en razón de número y recursos el que en tales casos seguramente tenga que tomar el liderazgo para que se vaya produciendo una progresión natural pero constante en un mayor conocimiento mutuo, abordando bastantes tareas pendientes y cuestiones todavía muy mejorables.

Nadie es más o es menos por ser gitano, mujer, de cualquier color o de nariz respingona. Etiquetar o catalogar a los seres humanos en función de características que les son propias, de cualquier índole, supone un flaco favor a la necesaria, imprescindible y sana concordia entre todas las personas. Mirar al otro con miedo a partir del desconocimiento y de los prejuicios propios o de los inculcados lleva indefectiblemente al odio, a la incomprensión y a episodios pretéritos verdaderamente aberrantes y aberrados, tales como las diferentes mal llamadas limpiezas étnicas llevadas a cabo con los gitanos en la Historia. Y apunto mal llamadas, porque para limpiar algo hace falta que esté sucio, y las características de raza o personales de todo ser humano son siempre parte de la enorme riqueza que supone la diversidad, nunca un problema o un menoscabo.

Tenemos que seguir, amigos y amigas. Seguir viviendo, seguir conviviendo y tratando de no cejar en la tarea de dejarles a los que vienen detrás un mundo más justo y habitable. Y esto es justamente lo contrario de mucho de lo que se ve, con el auge de opciones políticas ultramontanas, prejuiciosas y excluyentes con las minorías. Y eso es preocupante, y más en tiempos electorales en la Unión Europea, como los que llegan, que conformarán el próximo panorama político en nuestro escenario internacional más doméstico y que más influencia tiene sobre nuestras vidas.

Sí, avancemos en valores de concordia, de igualdad, de respeto y de construcción de un panorama colectivo mucho más amable e inclusivo. Y en eso, como en todo, los gitanos tampoco pueden quedar atrás.