Opinión | Shikamoo, construir en positivo

Prostitución

Sé que no es un debate fácil, queridos y queridas, y que al volver a pronunciarme hoy sobre esto habrá quien se moleste. Por eso en esta presentación quiero adelantarles ya que ese no es el objetivo de esta columna, ni de ninguna otra. Recuerden que mi intención nunca es otra que la de intentar aportar puntos de vista para el establecimiento de debates, alcance de consensos y, así, poder rescatar la mejor versión colectiva de nosotros mismos. Nada más. Dicho esto, vuelvo hoy a un tema que periódicamente salta a la palestra, y sobre el que hemos hablado aquí bastantes veces ya. Al de la prostitución. O, más concretamente, al de las personas en situación de prostitución. Porque lo primero en esta cuestión, como en tantas, es saber diferenciar a las personas de sus prácticas o realidades. Las personas son personas, estén en esta situación o en cualquier otra de vulnerabilidad. Y, como tales, deben ser el foco de todo nuestro respeto y cuidado, preservando sus derechos y buscando siempre la mejor evolución positiva para situaciones complejas y de desamparo.

Hace años ya, alguien en el grupo socialista del Parlamento de Galicia me invitó a participar en una jornada en la que se contraponían diversos puntos de vista sobre la cuestión referida. Y, como ya les conté más veces, aquel fue un encuentro largo y muy tenso. En el seno del grupo, el de aquel entonces, había posturas muy encontradas. Por un lado personas posibilistas, que decían que la prostitución siempre había existido y que lo mejor era, en cualquier caso, regularla. Por otro quien, como yo, abogaba por el abolicionismo. Algo que entiendo es la postura oficial hoy del partido, y de lo cual me alegro. Por eso dedicaré el resto de esta columna a explicar por qué creo que, ante una cuestión compleja y con soluciones nada sencillas, el abolicionismo es lo que más en sintonía está con un enfoque de derechos y, en particular, de los derechos más elementales.

Hay quien, esté en situación de prostitución o no, explica que esta es “una forma de vida”, elegida de forma libre. Se nota que quien diga esto o no ha tenido oportunidad de conocer mucho más en detalle la casuística y la peripecia vital de muchas de las personas en tal actividad, o no ha querido hacerlo. Las cifras son abrumadoras, y puedo decirles con rotundidad que quien tal cosa afirme en primera persona es parte de un grupo verdaderamente pequeño dentro de tal mundo. En general, cuando alguien cede su cuerpo para su disfrute por un tercero, no es libre. Y recuerden que hay muchos tipos de falta de libertad, incluida la derivada de una situación de total carestía. No toda es la que proviene de la existencia de cadenas…

Quien dona sangre, en España lo hace libremente y está penada la transacción económica por ello. Exactamente igual que en el caso de los órganos, que en otros contextos es objeto de intercambio crematístico o, directamente, está controlado por organizaciones al margen de la ley. Tampoco un hijo se puede vender, ni una persona. Todo ello está afectado por una figura de protección muy superior a la que surge del mero intercambio, de manera que el individuo no puede disponer a su antojo de ello, por mucho que sea parte de él. Para mí este es un punto de partida que está en la base del planteamiento abolicionista, en la línea de la protección de los derechos humanos y del respeto absoluto a la persona, y muy en particular a las mujeres, ya que son con mucho las más afectadas por esta forma de trata.

Pero aún hay más. ¡Claro que es parte de la esfera personal de las personas irse con quienes quieran cuando quieran, en un contexto mutuo de respeto y libertad! Pero eso, de lo que no hay duda alguna, no puede convertirse en una actividad económica regulada o intervenida por la Ley —y, por tanto, asumida por el Estado—, porque entonces estaríamos dando carta de naturaleza a tal tipo de actividad mercantil, sin atender a la anterior reflexión en clave de derechos humanos. Si uno puede vender su cuerpo y el Estado lo reconoce como tal con un contrato o con un epígrafe de cotización de la Seguridad Social, ¿por qué no su sangre? ¿o un riñón? ¿Es la persona, acaso, una mercaduría? Definitivamente, no. Aceptarlo sería ser cómplice de la adversidad, que provoca que las personas renuncien a la repugnancia de tener relaciones con quien no les apetece, con quien no sienten o con quien no les viene en gana.

Por otro lado, ser abolicionista no significa querer perseguir a la persona en situación de prostitución, ni mucho menos. No va por ahí. La idea es no aceptarlo como parte del paisaje, y seguir luchando por promover condiciones de vida dignas para que el sexo sea parte de la elección de cada uno, no un trabajo. Nada más y nada menos. Obviamente, prostitución seguirá habiendo siempre, la regulemos o sea esta abolida. Pero lo que conseguiremos con el castigo del proxenetismo y multando el pago por sexo —esto último muy difícil de demostrar muchas veces— será profundizar en un planteamiento de derechos que creo no sólo es necesario, sino también imprescindible.

El grupo Sumar en el Congreso tenía previsto votar ayer martes en contra de la toma en consideración de la proposición de ley del grupo socialista de corte abolicionista, aduciendo que la misma provocaría más precariedad, indefensión y vulnerabilidad a muchas de las mujeres que ejercen la prostitución. No estoy de acuerdo pero entiendo que hay debate, en este momento de nuevo de actualidad. Lo que está claro es que algo tiene que cambiar, porque no es de recibo que unos seres humanos disfruten de otros porque… son los que ponen el dinero. Y eso, queridos y queridas, existirá… pero no podemos normalizarlo sin más.