El hombre que le abrió la puerta lo miró extrañado cuando le explicó que estaba allí por lo del trabajo ofertado en el diario local, pero lo hizo pasar aunque no más allá del recibidor, y le dijo que esperara. Enseguida llegó una mujer quien, amablemente, le indicó que debía tratarse de un error. Le aseguró que él cumplía todos los requisitos a los que se refería el anuncio: sabía cocinar, limpiar, fregar, planchar y tenía experiencia en el cuidado y atención de niñas y niños, desde bebés hasta adolescentes. Podía ponerlo a prueba durante una semana sin costes por su parte... La mujer titubeó, balbuciendo que sí, que todo ello sería cierto, pero que, bueno... que, en fin.

-Que hay un insalvable problema -añadió él con una sonrisa amarga-- Y ese problema radica en que soy hombre. Sé que está muy arraigado -agregó con fatiga- el prejuicio de que las tareas del hogar son cosa exclusiva de mujeres. Es algo lastimoso que me duele porque, mientras exista la discriminación por razones de género, el mundo marchará muy mal sobre esas ruedas de injusticia. Crecí en una familia, en la que no existía esa terrible tara social. Mi madre, radióloga, se iba al hospital y mi padre se ocupaba de la casa y de mis hermanas pequeñas, gemelas, y de mí; y me enseñó a ponerles y quitarles pañales y a darles biberones y papillas y a bañarlas; mientras él escribía anuncios para una empresa de publicidad, yo hacía mis tareas escolares y, por las noches, me encargaba de contarles o leerles cuentos y cantarles canciones a las niñas. Anhelo que este lamentable hecho se acabe un día porque en las familias haya de verdad esa igualdad y las niñas y los niños la hagan suya y rija sus vidas.

En el momento en que ya se despedía apareció el hombre que lo había recibido, con un bebé en brazos. Le sonrió como si le diera el pésame y él esbozó una sonrisa de gratitud, porque era cierto que se le había muerto de nuevo algo muy querido: la esperanza de que un día no sería rechazado para trabajar en lo que le gustaba, simplemente por no ser mujer y ser tan loco como para pretender vivir realizando quehaceres que le estaban vedados por motivos de sexo. Y se fue pensando que, al menos, como era común, no había sido tildado de entrometido e intruso.