Sanidad

Tres décadas con un corazón trasplantado en A Coruña: ‘‘No he vuelto a ingresar por eso y hago vida normal’’

“Gracias a la familia del donante he visto crecer a mis hijos y conozco a mis nietas”, resalta Javier Pestana, vecino de Castroverde, quien “dos veces al año” visita el Chuac coruñés para “pasar la ITV”

Javier Pestana, trasplantado de corazón hace más de 30 años en el Chuac, en Castroverde (Lugo), donde reside.

Javier Pestana, trasplantado de corazón hace más de 30 años en el Chuac, en Castroverde (Lugo), donde reside. / Cedida por J. P.

“No hay dinero en el mundo para pagar lo que mi donante de corazón y su familia han hecho por mí. Gracias a su generosidad, he podido ver crecer a mis hijos y he conocido a mis nietas”. Javier Pestana tiene 67 años, es vecino de Castroverde (Lugo) y el pasado “21 de noviembre” hizo tres décadas que unos completos desconocidos, “puede que en uno de los peores momentos de su vida”, tras haber perdido a un ser querido, le dieron una “segunda oportunidad” al decir “sí” a la donación de sus órganos. “A mí esas personas me han regalado una vida entera, porque el trasplante cardíaco era mi única opción. Pienso mucho en ellos y, por supuesto, todos mis hijos son donantes de órganos. Yo mismo donaría hasta las uñas si pudiese”, resalta Javier, quien pasó de verse “al borde de la muerte, con solo 37 años”, a tener una vida “prácticamente normal”. “En cuestión de corazón, nunca tuve que volver a ingresar. Lo malo es que hay que tomar mucha medicación todos los días, y las pastillas para evitar el rechazo del órgano trasplantado no son buenas para el hígado ni para el riñón, pero bueno...”, apunta, antes de hacer hincapié: “Hasta ahora, ha ido todo bien. El ‘motor’ carbura al cien por cien. Es una maravilla”.

Recuerda Javier que, antes del trasplante, “llevaba ya un año o dos” en los que “hacía cualquier cosa”, se “cansaba mucho” y “tenía que parar”. “Me ahogaba y casi ni podía trabajar”, refiere este vecino de Castroverde, quien, “en aquel momento, tenía una granja de vacas”. “Fui al médico a consultar lo que me pasaba, y pasé casi dos meses hospitalizado en Lugo, donde me dieron un tratamiento con el que, inicialmente, mejoré un poco. Sin embargo, al cabo de cuatro o cinco meses, me volví a poner peor y ya me mandaron para el Canalejo de A Coruña [el actual Chuac], donde me confirmaron que lo que tenía era una cardiopatía dilatada”, rememora.

“Estuve casi otros dos meses ingresado en A Coruña y, durante ese periodo, ya me dijeron que me tenían que hacer un trasplante, porque mi corazón no funcionaba”, continúa Javier, quien reconoce que, pese a la gravedad del diagnóstico, su actitud fue siempre “muy positiva”. “No sé por qué, pero reaccioné muy bien. Simplemente pensé: ‘Hay que hacer lo que sea porque, si no, me muero’. En aquel momento, estaba ya casado y con tres hijos, la pequeña, de solo 5 años. Yo no quería morir, claro, pero incluso más por mi familia que por mí. Si me pasaba algo, ¡qué iba a ser de ellos! Pensar que podía dejarlos solos... fue horrible”,reflexiona, antes de continuar el relato en el punto en que lo dejó: “Después de esos casi dos meses ingresado en el hospital coruñés, me pusieron en lista de espera para el trasplante cardíaco, y me mandaron unos días a casa para que estuviese un poco con mi familia, porque había mejorado algo, eso sí, con un tratamiento. Tuve suerte porque, en solo 15 días, apareció un órgano compatible”.

La intervención

“Me vine un lunes para casa y, al lunes siguiente, ya me llamaron para que volviese a A Coruña porque había un corazón que podía servir para mí”, prosigue este lucense, quien llama la atención sobre el hecho de que, “por aquella época, durante los fines de semana, había muchos accidentes de tráfico”, y “bastante gente se dejaba la vida en la carretera”. “En cuanto me llamaron para decírmelo, me cogí un taxi y me marché solo para A Coruña. Cuando llegué al hospital, hasta las enfermeras me dijeron: ¡Pero vienes tú solo! . Yo les contesté: ‘Bueno, vengo aquí a buscarme la vida”, describe Javier, antes de aclarar que decidieron “hacerlo así”, y que su mujer “se quedase en casa” porque “los niños eran pequeños” y no podían “dejarlos solos”. “No sé qué me pasó, pero aquel viaje solo en el taxi lo hice muy tranquilo. Iba para A Coruña como si fuese para una comida. ¡Yo qué se! Un trasplante de corazón es una operación complicada, no es ninguna broma, pero yo lo cogí de tal manera. . Aún a día de hoy no sé porque reaccioné así. Incluso las enfermeras del hospital se sorprendieron”, reitera.

El trasplante de corazón “fue muy bien” y, apenas un par de semanas después de ser intervenido, Javier recibió el alta hospitalaria. “Fue todo de maravilla y, a los 15 días, me mandaron ya de vuelta para casa”, apunta este vecino de Castroverde, “eternamente agradecido a la familia del donante”, que “puede que en uno de los peores momentos de su vida”, tras la pérdida de un ser querido, dijo “sí” a donar sus órganos. “A mí esas personas me han regalado una vida entera. Gracias a su generosidad, he podido ver crecer a mis hijos y he conocido a mis nietas, que ya tienen 15, 10 y 6 años”, destaca, antes de desvelar que hoy “todos” sus hijos “son donantes de órganos, por supuesto”. “Yo mismo, si pudiese, donaría hasta las uñas”, recalca.

Aunque, después del trasplante cardíaco, Javier no pudo volver a trabajar, asegura que, desde entonces, su vida ha sido “prácticamente normal”. “Tenía bastante ganado y lo tuve que vender. Me dieron una pensión, por aquel entonces todavía vivía mi madre y nos ayudaba mucho también, claro, y así nos fuimos arreglando. Después, cogí unas gallinas, unos conejos, plantaba en el huerto... Hacía cositas que no me supusiesen un esfuerzo grande”, expone este lucense, antes de revelar que “nunca” ha vuelto a ser hospitalizado por “cuestión del corazón”. “Lo malo es que hay que tomar mucha medicación todos los días, y las pastillas para evitar el rechazo del órgano trasplantado no son buenas para el hígado ni para el riñón, pero bueno...”, reconoce.

Autocuidado

No obstante, hace hincapié en que “hasta ahora, ha ido todo bien”. “El ‘motor’ carbura al cien por cien. Una maravilla”, incide Javier, quien subraya que “30 años, son muchos años”, y “las expectativas, entonces, tampoco eran como las de ahora”. “Las cosas han avanzado mucho. La medicación para evitar el rechazo del órgano, desde que yo empecé a tomarla, hasta ahora, ha cambiado casi al cien por cien”, indica este vecino de Castroverde, consciente de que “nadie sabe cuánto puede durar este corazón”. “Ojalá dure siempre”, resalta. Él pone todo de su parte para que sea así. “Como casi de todo, con poca sal. No bebo alcohol, por supuesto. Me gusta salir a caminar e intento cuidarme”, asegura este lucense, que “un par de veces al año” vuelve al Chuac para “pasar la ITV”, comenta, divertido.

“Antes también tenía que ir a A Coruña para los análisis (ahora me los hacen en Lugo) y, en una de aquellas ocasiones, me pasó una anécdota muy curiosa. Y es que, como tenía que ir en ayunas, al terminar me fui a la cafetería del hospital a desayunar y tomar la medicación y, como estaba todo muy lleno, le pregunté a un señor si me podía sentar en su mesa, y él me dijo que sin problema ninguno. Nos pusimos a desayunar los dos y, al terminar, él se sacó su kit de pastillas y yo el mío, y eran muy similares. Entonces empezamos a comentar que ambos estábamos trasplantados, él me explicó que en su caso de riñón y, al empezar a hablar de fechas, coincidían el día y la hora de las intervenciones, por lo que llegamos a la conclusión de que, seguramente, su riñón y mi corazón pertenecían a la misma persona. A lo mejor no... pero es que coincidía todo. Tú imagínate... Qué casualidades de la vida... Haber tanta gente en la cafetería del hospital, y coincidir con esta persona, precisamente... fue increíble. Hasta nos dimos un abrazo, como si fuésemos ya de la familia”, relata Javier, antes de incidir en el “incalculable” valor de las donaciones de órganos.

"Les debo la vida"

Yo le debo la vida a mi donante y a su familia. No hay dinero en el mundo que pague la oportunidad que me han dado. Sin su gesto, yo no estaría aquí. Y poder disfrutar, 30 años después, de la calidad de vida que tengo... es increíble”, reitera, “muy agradecido” también con “todos” los profesionales del Chuac que han llevado su caso a lo largo de estas tres décadas, “en especial, con la doctora Marisa Crespo”, actual jefa de la Unidad de Insuficiencia cardíaca y Trasplante cardíaco del complejo hospitalario coruñés, quien “llevaba unos meses" en el centro cuando Javier fue trasplantado, y le ha hecho seguimiento desde entonces. “No siempre me atiende ella en las revisiones, pero siempre ha estado ahí y para mí ya es casi como una hermana. Estoy encantado con ella”, concluye.

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“Desde la puesta en marcha del programa de trasplante de corazón, en 1991, en el Chuac hemos llevado a cabo 927 cirugías de ese tipo, una cifra que nos sitúa como el tercer centro de España con mayor volumen de injertos cardíacos, por detrás de los hospitales Puerta de Hierro de Madrid (que inició esas intervenciones en 1984) y La Fe de Valencia”, reivindicó Marisa Crespo, jefa de la Unidad de Insuficiencia cardíaca y Trasplante cardíaco, durante la presentación de la Memoria anual de Trasplantes del complejo hospitalario coruñés, el pasado jueves, donde resaltó que, más allá de las cifras, “lo importante es que los pacientes” trasplantados “tienen muy buena calidad de vida y cada vez viven más”.

“Tenemos pacientes trasplantados hace más de 30 años y que hacen una vida absolutamente normal”, destacó la doctora Crespo, antes de llamar la atención sobre “la posibilidad de disponer de dispositivos de asistencia mecánica circulatoria de larga duración, que asisten al ventrículo izquierdo”, el llamado “corazón artificial”. “Esto permite, por un lado, que pacientes que están a la espera de un trasplante de corazón permanezcan estables hasta que aparezca un órgano compatible para ellos; por otro, estos dispositivos optimizan la situación de pacientes con alguna condición que aumenta el riesgo de realizar un trasplante (por ejemplo, hipertensión pulmonar), y que a veces lo contraindica de manera transitoria, de modo que, con el tiempo, pueden hacer que esa contraindicación deje de serlo”, explicó, antes de especificar que el Chuac implantó “cinco dispositivos de ese tipo” en 2023. “Todos los pacientes están fuera del hospital y con una buena calidad de vida”, subrayó.

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