Entrevista | Manuel Vilas Escritor, presenta hoy en A Coruña su novela ‘Nosotros’, con la que ganó el Premio Nadal 2023

Manuel Vilas: “Vivir sin amor acaba llevando a la frustración”

“Necesité escribir 300 páginas para saber que si en el amor no hay placer, ese amor cojea”

Manuel Vilas posa con su libro, ayer, en el Hotel Plaza de A Coruña.

Manuel Vilas posa con su libro, ayer, en el Hotel Plaza de A Coruña. / CARLOS PARDELLAS

Habla de Irene y Marcelo, los protagonistas de su último novela, Nosotros, como si estuviesen en la habitación, como si acabase de tomar un café con ellos. Manuel Vilas (Barbastro, 1962) explora, de nuevo, el amor y todo lo que ello conlleva. Esta vez con el placer y la muerte como invitados de lujo. La protagonista del libro —ganador del Premio Nadal 2023— se queda viuda, pero descubre una manera de seguir al lado de su marido. Vilas conversó sobre esta historia ayer en la Fundación Luís Seoane de A Coruña junto a Ana Abelenda y Javier Pintor.

¿Se puede decir que usted cree en el amor?

Creo que el amor es un sentimiento determinante y de enorme importancia en la genética del homo sapiens, en la vida de los seres humanos. Sin amor no se puede vivir. Vivir sin amor acaba llevando a la frustración. En ese sentido, claro que creo en el amor.

Es el motor de buena parte de sus novelas.

Sí. Llevo cuatro novelas sobre ello, porque he escrito también sobre el amor padre-madre-hijos. Los seres humanos alcanzan un sentido en sus vidas cuando construyen, de la naturaleza que sea, un vínculo amoroso. Sin esto, yo creo que los seres humanos se arrojan a existencias vacías. Que dentro de 3.000 años habrá un salto evolutivo y pueda aparecer otro tipo de ser humano, no lo sé, pero a día de hoy este es el sentimiento que da felicidad y alegría. Dices “mi vida tiene sentido porque amo a mi hijo, a mi mujer, a mi marido, a mi padre, a mi madre, al perro, al gato, al mar, al sol...”. Ese algo con el que uno está en conexión. Parece un tópico, pero la literatura lo que hace es recordar las cosas importantes que las sociedades trepidantes quieren que olvidemos.

Su protagonista, Irene, se queda viuda, pero lejos de hundirse, sigue disfrutando y teniendo sexo. ¿Qué tiene de especial para que lleve el duelo de esa forma tan diferente?

Es una mujer complicada. En vez de sufrir, se acuesta con un hombre que elige ella. Un hombre guapo. Lo elige de una manera que nos podría parecer inmoral, pero a ella le da igual. Además, la manera que tiene de citarlo [le da su número de habitación de hotel] me encanta. Me parece hermoso. Es una forma de empoderamiento femenino que no es el clásico, el de llegar a ser presidenta de no se qué, este empoderamiento es un poco punki. La liturgia amorosa que se inventa también es muy fuerte, en el orgasmo alcanza a ver a su marido.

En todo ello, ¿el placer es la clave?

Un escritor en cada libro descubre algo que no acaba de saber. Yo lo intuía, pero necesité escribir 300 páginas para saber que si en el amor no hay placer, ese amor cojea. Esto es muy duro. La filosofía pública sobre el amor, que tenemos aprobado de manera unánime, muestra un amor en el que hay lealtad, generosidad, complicidad, aprendizaje juntos, se genera una amistad, un crecimiento personal... Todos son valores positivos y maravillosos del amor. Pero, ¿y el placer? Ella se da cuenta de que el amor sin placer no funciona. Si tú les dices a miles de matrimonios y relaciones de parejas en el mundo occidental que el amor sin placer no funciona, ellos te dirán que han dichos adiós al placer. Y hay otra cosa, que es la belleza. Irene dice que en la novela que la belleza tendría que ser un derecho político.

Habla del lujo, de grandes hoteles y relojes. ¿Son un protagonista más del libro?

Sí, es un protagonista. Hay una idea del lujo frívola, pero aquí no. La obsesión que tiene Irene por los relojes es casi mística y espiritual. Su atracción por el reloj de lujo no es por frivolidad o por exhibición de riqueza, es por una cosa muy romántica, piensa que el tiempo de la vida de un ser humano es importante. Y si es tan importante, debemos verlo en un lugar hermoso, un pequeño altar. De ahí que a ella le apasionen los relojes de lujo. Cuando se casa, le regala a Marcelo un Santos de Cartier. Irene también mira los relojes de los hombres con los que se acuesta y deduce el tipo de hombre que es por ello.

Cuando Marcelo muere, a Irene, inevitablemente, también se le muere algo dentro. ¿Es por ese nosotros que han creado?

Ella tiene una añoranza de ese hombre porque ese hombre vivía para ella. Ese hombre le daba placer y vivía para ella. Aquellas cosas que no sabía de sí misma, ese hombre las resolvía. En el libro, hay un pasaje en el que Irene no sabe si tomarse un café con leche o un cortado, pero si estuviese él, lo sabría. Ve las almohadas de la habitación y dice “no sé con qué almohada voy a dormir hoy, si estuviese él sí lo sabría”. Esto me parece bonito. Puede parecer cursi, sí, pero es bonito.

¿Hay un cierto tabú sobre reconocer esa dependencia?

Sí. Que ese hombre le diga “Irene, mejor esta almohada” no es dependencia. Son juegos amorosos, generosidades. Es que el otro está pendiente de ti. Y da igual el sexo. Es simplemente saberse acompañado en la vida. La soledad es un tema duro. Si ahora por ser personas avanzadas sociológicamente, vamos a tener que estar solos, menuda putada. La soledad no elegida es durísima. De hecho, a Irene la soledad no le va. Me gusta mucho el final de la novela, que no se puede contar, porque es el canto a uno mismo, una celebración de decir “en esta vida he amado, me han amado y he sentido placer y aún lo sigo sintiendo porque esto viva”.

Puede ser un homenaje al que se va. Vivir por él.

También. La novela se aventura por territorios complejos, como el placer y el amor. No tiene respuestas porque es muy difícil que una novela de respuestas a algo que tiene que responder el lector.

Con conexiones como la de Marcelo e Irene, ¿el duelo tendría que ser más duro?

Tendría que ser más duro, pero ella es así. De hecho, muchas veces se siente culpable porque se está acostando con otros hombres. Eso no le debería hacer una viuda. Pero, ¿por qué? ¿quién lo ha dicho? El heteropatriarcado. Para ella, en realidad, son como ofrendas para Marcelo. Su cuerpo ya no está en este mundo, pero hay otros cuerpos de hombres que sí que están. ¿Por qué no ver a través del cuerpo de otros hombres el cuerpo del hombre al que amó? Ella lo cree, se inventa esta religión.

Para crear a Irene, ¿hubo alguna figura femenina que le ayudase?

Me fijé en muchas mujeres, hablé con muchas, pero la fantasía esta la vi en una película, Rompiendo las olas de Lars von Trier, en la que un hombre paralítico le dice a su mujer que se acueste con otros porque él no puede. Ese amor atormentado me inspiró. Aunque en la novela no es atormentado. Irene se lo pasa bien y decide si abre o no abre la puerta de esos hoteles. Es una empoderada del sí es sí. Se regodea en su poder.

¿Se ha alojado en esos hoteles?

En todos menos en el Le Negresco de Niza. Era carísimo. Llamé para decir que quería escribir una novela allí, pero me dijeron que pagara como todo hijo de buen vecino. Les dije que como era novelista, me la inventaría.

¿Qué tiene el Mediterráneo para situar la novela allí?

La adoración del Mediterráneo la heredé de mi madre. Para ella, era una especie de dios. En la civilización europea occidental, los nórdicos y países prósperos han elegido el Mediterráneo. Todo el mundo va a España, Grecia e Italia. Es el lugar de recreo. Todo lo que se trabaja en invierno, el esfuerzo, repercute en un paraíso que es el Mediterráneo. Hay un personaje que se llama Julio que se dedica a investigar ahí y dice que el Mediterráneo es un mar más importante que otros porque fundó la civilización occidental. Todo es simbolismo está ahí.

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