Adiós a casi 20 años de recuerdos de chocolate

El Bonilla a la vista de Ramón y Cajal cierra este viernes por el derribo del edificio en el que está el local desde 2006

Dayana, Yniris y Manoli, ayer, tras la barra del Bonilla a la Vista de Ramón y Cajal.   | // CASTELEIRO/ROLLER AGENCIA

Dayana, Yniris y Manoli, ayer, tras la barra del Bonilla a la Vista de Ramón y Cajal. | // CASTELEIRO/ROLLER AGENCIA / Gemma MaLVIDO

“Se cierra una etapa, pero estoy contenta”, dice Manoli Couso, que lleva desde 2006 en el Bonilla a la vista de Ramón y Cajal, sirviendo chocolate, café y churros a sus clientes todos los días, lo dice con lágrimas en los ojos, porque sabe que le tiene que decir adiós a muchos clientes habituales, a los que ya no hace falta que le digan nada porque ella ya sabe qué van a tomar. Yniris Douranian lleva cinco años tras la barra del Bonilla de Ramón y Cajal y bromea con que a los clientes, sobre todo a los mayores, a los que conocen ya mejor que bien y que suelen bajar a desayunar más que a merendar, les dicen que tienen que justificar su ausencia para que ellas no se preocupen, porque lo hacen —y claro que lo hacen— si pasan varios días sin aparecer por el negocio sin haberlas avisado antes

Esa comunidad que han ido creando entre churros —con o sin azúcar, depende de las manías de cada uno—, chocolates, cafés y patatas fritas durante casi veinte años, se diluirá ahora con el cierre del local por el derribo del edificio en el que se encuentran. A ellas les da pena marcharse “por los clientes”, porque tendrán que volver a forjar nuevos vínculos allá donde vayan —serán reubicadas en la calle de la Galera y en la calle Real— aunque tienen ya la promesa de los habituales de que las irán a visitar, aunque ya no les quede el Bonilla al lado de casa o de camino al trabajo.

Saben que sus nombres, que aparecen en los tiques de pago, forman parte de los recuerdos de muchas familias, desde parejas que empezaron quedando en ese Bonilla y ahora llevan a sus hijos e hijas hasta los que ahora van con sus nietos a merendar, pero asumen el cambio y lo hacen con ilusión por seguir conociendo a nuevos clientes y por aprenderse también sus gustos. “Al final, pasas más tiempo aquí que en tu casa, venir aquí era nuestra rutina diaria. Algunas clientas van contando los días que les quedan, ya ellas saben que el viernes es el último día, porque están avisadas”, relata Yniris, que asegura que en Bonilla a la vista todos los días son “geniales”, incluso aquellos en los que no paran de trabajar o en los que se queman porque el chocolate está muy caliente. “Llegas aquí y ya sabes a quién vas a atender porque venir aquí forma parte de su rutina diaria. Nos pasa mucho que nos avisan si no van a venir, que nos dicen que se van a ir de viaje tres días, que estemos tranquilas, que van a volver pronto”, relata Yniris, que asegura que, salvo el reparto a domicilio, el negocio no ha cambiado en nada desde que se puso detrás de la barra, porque sus clientes buscan siempre lo que es Bonilla, “su legado”, que no es más que “unos buenos churros, un buen chocolate y unas buenas patatas”. Dayana, Yniris y Manoli lo saben bien porque es su desayuno diario. “Es un vicio más”, reconoce Yniris.

“Nos queda el cariño de la gente, eso es lo que nos llevamos con nosotras”, resume Yniris y sus compañeras asienten, contentas, pero tristes por dejarlos atrás.

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