Los lugares del saber, ¿campus didácticos o polígonos docentes?

Los lugares del saber, ¿campus didácticos o polígonos docentes?

Los lugares del saber, ¿campus didácticos o polígonos docentes? / María Carreiro y Cándido López Profesores e investigadores en la Escuela de Arquitectura de la Universidade da Coruña

María Carreiro y Cándido López | Profesores e investigadores en la Escuela de Arquitectura de la Universidade da Coruña

Existiendo diversos paradigmas de planificación urbanística para los recintos docentes universitarios, aquí nos remitiremos a dos de ellos para comprender el modelo adoptado en la Universidade da Coruña (UDC). El primero, aplicado en la Universidad de Princeton, en el momento de su fundación en la segunda mitad del siglo XVIII. Como lugar idóneo para la enseñanza se ideó una isla con una escala humana, un mundo autosuficiente alejado del mundanal ruido, que fomentase el contacto interpersonal. Al formalizar esta ciudad idílica se empleó el término campus para definir una vasta extensión de suelo alrededor del edificio central de la institución académica. Un ámbito segregado con el fin de dotar con un espacio único a la comunidad del saber.

Frente al paradigma norteamericano, a inicios del siglo XIX, en Francia surge el segundo modelo. Sustentado en los principios de los saberes específicos, adoptó como organización espacial una estructura policéntrica, inmersa en el área metropolitana de París. Un tipo de asentamiento múltiple, atomizado, reflejo de la fragmentación del conocimiento en cátedras y departamentos.

De ambos modelos bebe la organización física de la UDC. Manteniendo la terminología norteamericana de campus, se ha decantado por una configuración fragmentada, adoptando el paradigma de las instituciones francesas de educación superior. Su organización en los denominados campus de Bastiagueiro, Elviña-A Zapateira, Maestranza, Oleiros, Oza y Riazor en A Coruña, y los de Esteiro y Serantes en Ferrol es buena prueba de ello. A estos nueve recintos ha de sumarse el ámbito de la Ciudad de las TIC, aunque a tenor de las noticias publicadas desconocemos cual es el rol que nuestra institución académica desempeña en su funcionamiento. En total, diez lugares, de extensión variable, diseminados en una compleja trama territorial y urbana, que acogen diferentes edificios con usos docentes e investigadores, deportivos o administrativos.

En la actualidad, numerosos estudios inciden en el espacio físico como un factor potencial de estímulo en el aprendizaje del alumnado en cualquier nivel educativo. Sostienen que el contenedor material forma parte de la labor formativa, al transmitir valores y poseer la capacidad para soportar contenidos por sí mismo. Mantienen que la percepción de bienestar que aporta contribuye al éxito docente. De igual modo, apuntan que el aprendizaje en comunidad, colectivamente, genera un conocimiento mayor que el alcanzado como suma de los aprendizajes individuales. Unos argumentos que no son novedosos si pensamos en la Academia de la Grecia clásica fundada por Platón alrededor del 387 a.C., hace dos mil cuatrocientos años. Un lugar con un jardín y un gimnasio dedicado a un antiguo héroe mitológico, Academos, del cual deriva la denominación de la escuela filosófica. O en el Liceo aristotélico, un gimnasio dedicado a la instrucción física y espiritual.

Academia y Liceo constituyen claros ejemplos de campus didácticos con una escala doméstica, de pequeña comunidad, en los cuales la formación integral de los estudiantes se enfatizaba mediante el contacto personal. Hoy tampoco parece suscitar duda alguna que la misión de la universidad es la formación integral de las personas, que parece fructificar cuando se propicia, y se produce, la relación entre ellas. Una interacción que, ligada al lugar del saber, desvela la dimensión espacial de la educación, sustanciada en tres componentes: el funcional, el cultural y el representativo.

Una dimensión que ha de trascender el concepto de polígono especializado, derivado de la puesta en práctica de la idea de la “ciudad funcional”. Un modelo que, sustentado en la tríada funcional ocio-trabajo-descanso, asigna un uso predominante a un área del territorio, de tal modo que su utilidad se reduce a una franja horaria específica durante los diferentes días de la semana. En el caso del uso docente, esta se circunscribe a las horas de clase en los días lectivos, salvo durante los períodos de preparación de las pruebas finales. Un lapso de tiempo en el que la presencia del alumnado se hace patente de manera intensiva, y masiva, en el entorno de los edificios con salas de estudio.

Transcurridos ocho años de mandato del actual equipo de gobierno de la UDC encabezado por el profesor Abalde, el buen rector, la inminente convocatoria electoral para elegir un nuevo rector abre la posibilidad de reflexionar colectivamente sobre los espacios públicos que queremos para nuestra universidad.

Una oportunidad que no es posible desdeñar y que implica debatir sobre si pretendemos continuar manteniendo en los lugares universitarios la impermeabilidad física y funcional con el entorno más próximo, así como la desconexión entre ellos; la preponderancia de una macroescala arquitectónica; la resistencia a introducir usos complementarios en los infrautilizados edificios existentes; la utilización poco “racional” de las infraestructuras viarias y el predominio de las bolsas asfaltadas de aparcamiento, destinadas exclusivamente a los automóviles; la ausencia de intermodalidad en los medios de transporte; la ineficiente accesibilidad; el empleo intermitente del espacio público, con horarios desiertos, que incrementan la percepción de inseguridad de las personas; la superurbanización, sin atender al adecuado tratamiento de la iluminación, del mobiliario y de la pavimentación; la falta de suelos y áreas vegetales significativas que le confieran una categoría de verdaderos campus; o la abulia en la gestión de los residuos pese a las banderas verdes.

Un decálogo de temas que precisa, y merece, abordarse. Ante este reto, se antoja perentorio para el futuro de la institución, planificar eficientemente el escenario académico. Tanto en lo concerniente a la estructura de sus ámbitos espaciales internos como en lo correspondiente a su encaje en la ciudad y el territorio. Rehuir de ambas cuestiones, dificultará una evolución coherente, con las menos contradicciones posibles. Y para afrontarlas, es ineludible detectar y poner en valor las subyacentes capacidades de transformación que existen en el espacio público universitario. Una misión titánica, que no envidiamos, para un nuevo equipo rectoral.

Para rematar, non podemos senón lembrar as verbas de Pilar García Negro nunha sesión parlamentaria cando o presidente da Xunta de Galicia, Manuel Fraga Iribarne, laiábase de que tiña moitos e importantes asuntos por resolver: “Comece por un, señor presidente”. Comece por un, vindeiro reitor.