Entrevista | Antonio Muñoz Molina Escritor, participa en un encuentro literario en A Coruña

“El amor es la experiencia central de la vida, te puede conducir a la felicidad o al sufrimiento”

“Estamos saturados de imágenes de Ucrania y Gaza, pero es muy difícil saber qué es lo que están sintiendo las personas”

Antonio Muñoz Molina, ayer en A Coruña.   | // CASTELEIRO

Antonio Muñoz Molina, ayer en A Coruña. | // CASTELEIRO / Ana Carro

No te veré morir habla de la fuerza del amor y de sus espejismos. Es una novela de nostalgia y del paso del tiempo, pero también de lealtad y traición. Antonio Muñoz Molina ha cogido prestado el verso de un poema de Idea Vilariño para darle título a este libro, que ayer presentó en la jornada inaugural de XIX Encontros con escritores junto a Xavier Seoane y Javier Pintor en la UNED de A Coruña.

Inevitablemente le tengo que preguntar qué es el amor para usted.

Creo que es el sentimiento central de la vida. El sentimiento en el que se junta todo aquello que uno es, todo lo que desea... La búsqueda de la afinidad y el encuentro con otra persona, que abarca todo, lo más físico y lo más sutil y más espiritual. Es decir, para mí, creo, como escritor, pero también como persona, es la experiencia central de la vida. No el amor a la familia o a los hijos o a los amigos, sino el amor entre las personas que se enamoran. Es la experiencia central de la vida, la más educativa, la que más te puede conducir a la felicidad o al sufrimiento.

Sentimientos muy contrarios provocados por lo mismo, el amor.

Claro, pero es que los seres humanos somos así. Yo he observado en mi vida que hay gente más enamoradiza, digamos más propensa a la pasión amorosa que otros. Pero también conozco personas que son buenas personas y tienen sensibilidad y disfrutan y todo eso, pero no conocen o no le dan tanta importancia a esto.

¿Dónde nace la historia de No te veré morir?

Pues mira, hay historias que tienen el comienzo más claro y otras más confuso, pero esta nace exactamente de una conversación con un conocido mío de Estados Unidos, que estaba de visita en Madrid. Yo había quedado un día con él para comer y llegó tarde y me dijo de dónde venía y me contó esa historia en líneas generales. A mí me gusta mucho escuchar historias, de eso se alimenta la literatura. Creo que hay personas que tenemos una disposición a escuchar y que nos lo notan y, entonces, recibimos confidencias que asombran. Mientras escuchaba lo que este amigo mío me estaba contando, yo pensaba que ahí podía haber una historia o un cuento. Al cabo de unos cinco años, porque yo estaba haciendo otras cosas, de pronto la historia volvió a mí. Un día se me ocurrió un comienzo.

Y el título No te veré morir, ese verso de un poema de la uruguaya Idea Vilariño, ¿apareció antes o después?

Ya estaba porque ese poema es uno de esos poemas que te acompañan. Tiene una cosa que corta como un cuchillo y el último verso a mí siempre me impresionaba porque parecía como el máximo de la desolación. Y además tiene una cosa como de bolero. Cuando estaba empezando a escribir, de pronto me vino el verso. Fue una alegría porque cuando tú tienes un buen título y lo tienes pronto, parece que tienes mucho más de lo que tienes en realidad. Además con un título como este, que cuando has leído la novela parece que la novela está contenida en él. Eso fue una suerte. Yo creo que para escribir también tienes que tener suerte porque los libros están siempre a punto de no ser.

Empieza el libro con un único párrafo de 73 páginas. ¿Por qué este arranque?

Eso fue un descubrimiento. Al principio fue como una sorpresa porque estaba escribiendo con mucha vehemencia y me di cuenta de que no había llegado al punto. Pero no era algo que yo forzara. El primer día que estaba trabajando en eso, paré porque tenía que hacer otras cosas y lo dejé ahí. Creo que tenía un impulso tan fuerte que no quería que se detuviera. Por eso lo dejé así. Poco a poco pensé en la posibilidad de que eso siguiera y eso era importante a la hora de transmitir una sensación como de desbordamiento. Intuía que eso podía fracasar, que podía no sostenerse, pero si salía mal, tampoco tenía nada que perder. Podía volver atrás. También te digo que está hecho de una manera en la que tú puedes leerlo en voz alta y no te ahogas porque sintácticamente está muy bien construido.

Uno de sus protagonistas, Gabriel Aristu, se marcha en los años 60 a Estados Unidos, que aparece como un mundo totalmente diferente. ¿Lo sigue viendo así?

Era y es un mundo diferente. Estados Unidos tiene la paradoja de que nosotros tenemos una familiaridad muy grande, y hasta excesiva, con sus lugares y las cosas que nos presentan en las películas o las series. Esa familiaridad viene ayudada por un malentendido que el es del doblaje. Nosotros vemos las cosas dobladas y casi nos parece que esa es la manera en que habla la gente. Pero es un país completamente distinto. Es un país muy grande, mayoritariamente rural y mayoritariamente muy religioso, en el que la vida es radicalmente distinta a la vida europea. Es un mundo muy distinto que tiene una capacidad de atracción muy grande porque tiene un gran sentido de lo escenográfico y del espectáculo. Y también porque la naturaleza es apabullante en muchos casos. Impresiona también la sobreabundancia y la escala de las cosas. Ahí hay un mundo completamente ajeno a nosotros.

También aparece en la novela otro mundo, el de una España gris, una Guerra Civil que dejó traumatizado al padre de su personaje. ¿Hay una diferencia entre quien cuenta aquello que vivió y quien habla de eso pasados los años y desde otra perspectiva?

Claro, es que es muy difícil saber cómo es el mundo que tú no has vivido. Como con Estados Unidos, nosotros tenemos una familiaridad con esto por los documentales, pero es muy difícil hacerse a la idea. Piensa ahora en Ucrania o en Gaza, estamos saturados de imágenes, pero es muy muy difícil saber qué es lo que están sintiendo las personas. Además, hay una cosa que es que el trauma dura mucho. El trauma de la guerra o el trauma de las personas que han sufrido dura mucho y se transmite de una generación a otra. En este caso, yo quería contar eso, quería contar cómo una persona se queda marcada para siempre por una experiencia traumática de la que no se recupera y que ese trauma, de algún modo, proyecta una sombra sobre la siguiente generación, sobre los hijos. Eso lo he visto yo mucho en Estados Unidos, en Nueva York, donde he conocido no solo a algunos supervivientes del holocausto, sino a hijos, a familiares de personas que vivieron el holocausto, que vivieron la guerra. Esos hijos tienen una sombra heredada. Incluso ellos están marcados por ese pasado.

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