OPINIÓN | Ojalá El Hematocrítico siga vivo en Corea

Hemato parecía que descubría el mundo cada día, pero en realidad no era infantil, sino aniñado. Sabía que el niño no es un proyecto de adulto, sino que el adulto, como decía aquel, es lo que queda del niño

El escritor Miguel López, conocido como El Hematocrítico, en la Feria del Libro de Madrid 2023. / ALBA VIGARAY

El escritor Miguel López, conocido como El Hematocrítico, en la Feria del Libro de Madrid 2023. / ALBA VIGARAY

Miqui Otero

Anoche me enteré de que acababa de morir el último adulto que entendía a los niños, que sabía cómo pensaban y qué sentían realmente.

Es impensable que muera alguien mientras juega. O llevando una camisa hawaiana. O a media carcajada. “No debería morir joven alguien que ha dedicado su vida a escribir cuentos para niños”, me dice Desirée, amiga común. Y, sin embargo, ahí estaba la noticia: fallece el escritor de literatura infantil Miguel López, El Hematocrítico, a los 47 años de edad.

Escribió Cabrera Infante que “también mueren los que con tres palabras pueden hacer un poema, y un chiste, y una canción”. Pero no dijo nada de los que recuerdan cómo se juega y escriben historias sobre lobos feroces muy poco feroces, que hacen pasteles de zanahoria, que se niegan a ser lo que sus padres esperan de ellos, o sobre princesas Rapunceles con una melena prodigiosa invadida por los piojos.

Feliz Feroz o Rapunzel con piojos son solo dos de los cuentos de éxito en medio mundo que él escribió. También recuerdo cuando les contó a Jan y Alice, de Blackie Books, la idea de hacer un diario de verano, para que los nenes documentaran lo que les pasaba durante las vacaciones. Supongo que no quería que lo olvidaran, del mismo modo que él se negaba a olvidar la infancia, que es el verano de nuestra vida. Una vida que en ningún caso debería acabar antes del invierno, la vejez, y mucho menos en pleno juego o a medida carcajada o después, prácticamente, del "Érase una vez". Es como ver un helado de cucurucho por empezar tirado en la acera.

Hemato era una de esas personas que mejoran el mundo: si era capaz de mejorar Twitter, ese agujero donde era una estrella y un pionero, cómo no iba a serlo de mejorar el mundo, que tiene su trocito bueno. Encontraba la guasa y la miga a todo. Cuando algo le hacía gracia, soltaba un “bueeeeeno” con la “e muy abierta”, en coruñés. A veces no decía nada más. No contaba un chiste, sino que con esa palabra te lo señalaba: te indicaba lo divertido, por absurdo o patético, o irónico, de algo. Y entonces te contagiaba esa risa. Me cuesta pensar que no escucharemos otra vez ese “bueeeno”.

Con Hemato no matabas el tiempo, ni siquiera lo pasabas. Cuando iba a A Coruña, sacaba un rato de donde fuera, largo o breve. Recuerdo una vez que compartimos el patio de recreo. Uno querría ser el amigo de infancia de la gente adulta buena, talentosa, que le cae muy bien, así que eso me gustó. Él aún era profe en un colegio frente al mar. Así que el ratito del bocata lo pasamos paseando entre rocas y pequeños acantilados, hablando de Siniestro Total y de sus proyectos, como dejar la enseñanza para dedicarse plenamente a la literatura. Parecíamos dos versiones cartoon de El caminante sobre el mar de nubes, el lienzo romántico de Fiedrich, y no haré el chiste, porque precisamente los chistes sobre obras de arte eran su negociado. Nadie los hará mejores jamás. Bueno.

Hemato parecía que descubría el mundo cada día, pero en realidad no era infantil, sino aniñado. Sabía que el niño no es un proyecto de adulto, sino que el adulto, como decía aquel, es lo que queda del niño. Conocía la gramática de su fantasía y potenciaba su parte gamberra. A veces decía que le encantaría que se hablara más de la muerte en los cuentos. Bueno. Y todo porque recordaba esa infancia, y supongo que a veces le ponía triste, pero intentaba mostrarse siempre alegre. Una alegría melancólica y a veces combativa. “Yo quiero que me expliquen por qué cuando era pequeño salía del colegio a las cinco y media, merendaba, jugaba en la calle, hacía los deberes, veía la tele, me bañaba, jugaba en casa, leía y eran las ocho de la tarde todavía. Ahora te tomas un café a las cinco y ya son las doce”, tuiteó en marzo de 2022. Bueno, pues eso, la vida también se le quedó demasiado corta. Es horrible pensar en la familia que dejó, en Ledicia, su mujer, en amigos carnales como Noel.

Le hacía una risa tremenda que su Feliz feroz fuera un absoluto hit en Corea, donde se han hecho hasta musicales y la ha recomendado el gobierno. Me enseñaba fotos de un montón de niños asiáticos con los ojos rasgados en modo platillos de café riendo con sus personajes. Le hacía tanta pero tanta gracia que vamos a intentar pensar que, en realidad, no se fue del todo, sino que viajó allí, y que allí sigue vivo, en Corea. Bueno. Y que los cuentos que ha dejado serán sus cartas.