“Falta humanidad en la consulta del psiquiatra, para el paciente y para la familia”

“La religión puede ser dogmática, pero también sosiego para alguien con patología mental”

La autora de cómic, la coruñesa Bea Lema.   | // LA OPINIÓN

La autora de cómic, la coruñesa Bea Lema. | // LA OPINIÓN / Enrique Carballo

La coruñesa Bea Lema acaba de ganar el Premio del Público del Festival de Cómic de Angoulême con su obra El Cuerpo de Cristo, inspirada en sus propias vivencias. Narra la historia de Adela, una ama de casa de A Coruña que sufre de una patología mental que le hace tener delirios, y cómo esto afecta a su entorno, en especial a su hija. Actualmente está trabajando para adaptar la obra a un corto de animación.

¿Cómo ha recibido el premio?

Con mucha alegría. El festival de Angoulême es un referente mundial del cómic, y estar en la selección oficial de lo mejor del año ya es en sí mismo un reconocimiento. El premio del público es el colofón, me hace especial ilusión porque quiere decir que la historia llega a los lectores.

¿Por qué contó esta historia?

Al principio me motivó la necesidad de contarme a mí misma mi historia, casi como un proceso catárquico. Cuando trasciendes eso y empiezas a asimilar lo que has vivido y lo que había detrás, se ha convertido en una especie de activismo: dar visibilidad a las patologías mentales graves e intentar que haya más empatía. Y hay una crítica de cómo muchas veces desde la psiquiatría se trata este tema desde la medicación, sin indagar en qué hay detrás del síntoma para comprender a la persona.

Esto se refleja en el cómic.

Son situaciones que he vivido de forma muy similar a cómo aparecen en el cómic; muchas veces cuando acudes a la consulta del psiquiatra falta humanidad. Con la persona que está viviendo el trastorno y en el trato que se da a la familia. Se echa en falta que te den unas pautas cuando algo así irrumpe en una familia.

¿Esto está cambiando?

En los últimos años se empiezan a incorporar nuevas generaciones y el trato cambia, hay otra humanidad, otra cercanía que se agradece. Hay casos como el del hospital Piñor, en Ourense: es de psiquiatría y tiene un taller de creación en sus instalaciones para utilizar el arte como una forma de que los pacientes se expresen. Y para los clínicos es una forma de conocer más a las personas.

En el cómic se ve que Adela a veces daña a los que tiene alrededor, y que estos en ocasiones no pueden más o no la comprenden.

Lo que quiero reflejar en el cómic es cómo reaccionan los diferentes miembros de la familia y del entorno. Cómo la niña se ve obligada a hacer de madre de su propia madre porque las figuras masculinas se ven incapaces. El marido de Adela se ve incapaz de empatizar con su mujer, y el hijo, también víctima de parte de sus obsesiones, decide distanciarse. La niña no tiene a dónde ir, y desarrolla una empatía muy especial: acaba ganándose la confianza de Adela y descubre que los pequeños gestos son los que ayudan. Un abrazo, una mirada, un decir: “Estoy contigo aunque no pueda entender lo que te está pasando” sana de alguna manera.

Las mujeres siguen llevando el peso de los cuidados.

La situación que se da en el cómic es un problema social y el tema de los cuidados está sin resolver. Históricamente las mujeres hemos tenido el papel de criar y cuidar, pero cuando nos incorporamos al trabajo fuera de casa queda un vacío que está sin resolver. De manera quizás inconsciente, o no, se sigue exigiendo ese papel a las mujeres. Muchas veces tampoco a ellos se les dan las herramientas, no han desarrollado esa capacidad de empatía. Es algo que sin duda tiene que cambiar.

Desde el propio título, en el cómic está muy presente el pensamiento sobrenatural, la religión, las supersticiones.

La lectura que hago es dual. Por un lado hay una crítica: la religión puede ser muy dogmática, y hay personas como la meiga que aparece en el libro que se aprovecha de que Adela necesita ayuda y acude a ella desesperada. Pero hay que tener perspectiva y tener en cuenta el contexto histórico, donde la religión ha tenido un peso muy grande. Y para Adela es un espacio donde pueda expresarse sin sentirse juzgada, y puede ser un momento de sosiego o de liberación. Sale la romería de O Corpiño de Lalín, donde históricamente se han hecho exorcismos: era un lugar al que podían ir los llamados locos a expresar esa locura, y entiendo que eso era liberador.

La historia de Adela es la de una mujer de su generación: nacida en la posguerra, no puede estudiar, emigra joven, vuelve para ser una ama de casa en A Coruña...

Es una generación que lo tuvo complicado y no tuvo muchas opciones. Adela sale de un entorno rural en los años 60-70, que todavía está pagando las consecuencias de la posguerra, cuando hubo hambrunas y se vivía con muy poco. Tuvo la oportunidad de emigrar a Suiza, un modo de escapar y una liberación: ir a un mundo con posibilidades, más evolucionado. Volver a España es un momento de retroceso para ella: deja esa vida que le gustaba para volver al hogar y asumir los cuidados.

¿Tenemos mejores herramientas para afrontar las patologías y comunicarnos que esa generación?

Se ha mejorado un montón. En aquel momento no había información, y la educación patriarcal estaba muy arraigada. A la mujer se le exigían muchas cosas, y si, como Adela, no podía realizar su papel de ama de casa, de criar a sus hijos, se la castigaba y se la responsabilizaba de su propia enfermedad.

¿Cómo debemos pensar en los que padecen una patología?

Como personas heridas. La manera de ayudar es sobre todo escuchar; estar siempre para decir “no puedo sentir lo que tú sientes pero estoy contigo”; ofrecerle un café...

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