Tribuna libre
San Caetano, país de Oz
Los ciclos electorales nos enseñan una y otra vez que hay dos formas de estar en política: la realpolitik, apegada a las cosas del comer, y su némesis, la política ficción, relegada al terreno de la fábula, que se alternan en función de las necesidades del momento.
Las campañas electorales deberían ser el hábitat natural de la fantasía, donde los candidatos centren sus esfuerzos en ir más allá del arco iris y en demostrar que merecen llegar al país de Oz, que podríamos llamar San Caetano; en convencer a un electorado ávido de motivos de que todo es posible y de que vivimos tiempos excepcionales, aunque en el fondo sean los mismos de siempre. Por alguna razón, todas las fuerzas del arco han decidido esta vez enterrar la fantasía en pos de la cotidianeidad. Está en Besteiro hablándole directamente a su madre, sentada entre el público en los mítines. Pontón sale airosa del cliché de iniciar la campaña en la cocina de sus progenitores por su inherente carisma. A Rueda le juega a la contra explotar el álbum familiar, ya que no es buena idea presentar como tipo normal a un candidato cuyo mayor lastre es que resulta tan corriente que pasa desapercibido. En él, el relato de campaña pedía excepcionalidad.
La eterna dicotomía: ¿Queremos que nuestros representantes se parezcan a nosotros? ¿O lo que nos hace levantarnos del sofá para votarles son las cualidades que nosotros mismos no tenemos? ¿Dónde quedaron esos spots que vendían relato, metáfora y barroquismo? Nada nos han dado de esa épica más allá del tímido intento de Pontón de posar con sus diez promesas ante la catedral de Santiago. Una alegoría bíblica que es de agradecer, pero que queda muy lejos de esa multitud poderosa alzándose, ante un centurión romano, al grito de ¡Eu son Anxo Quintana! Aquellos fueron los días. Al otro lado del camino de baldosas amarillas está Jácome repartiendo propaganda al volante de un tuk-tuk con flecos, el único que parece haber entendido que la campaña no es si no, una carrera histriónica hacia el país de Oz. El Joker nos enseñó que nada engrasa mejor la trama que un agente del caos. Es Jácome, precisamente, el único que nos arranca curiosidad genuina sobre su lado íntimo y nos hace preguntarnos, en la voz de José Luis Perales, ¿Y cómo es él? ¿A qué dedica el tiempo libre? Su magnetismo reside en que, en su caso, seguramente jamás lo sabremos.
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