Entrevista | Abdul Refugiado sirio

“Le cortaron la cabeza a mi profesor de Inglés y ahí supe que ya no era un niño”

“Volveré a Siria para ayudar a más gente, a los niños que todavía están allí”

Abdul, en la Fundación María José Jove.   | // ÍÑIGO ROLÁN / ROLLER AGENCIA

Abdul, en la Fundación María José Jove. | // ÍÑIGO ROLÁN / ROLLER AGENCIA / Ana Carro

Abdul tenía solo 11 años cuando estalló la guerra en Siria y tres años más tarde fue secuestrado por el ISIS. El joven kurdo logró escapar y recorrió 4.000 kilómetros por Europa hasta que se instaló en España en 2015, donde se convirtió en el primer menor de Siria en solicitar refugio en este país. Una historia de superación que comparte ahora en el congreso Lo que de verdad importa, que se celebra este viernes, a partir de las 9.30 horas, en Palexco.

¿Cómo le cambia la vida a un niño de 11 años cuando estalla la guerra en su país?

Le cambia la vida a todo el mundo. Es una situación muy complicada porque lo pierdes todo. En 10 minutos, todo lo que tenías desaparece. Se te borra todo tu pasado y hay un nuevo futuro. Porque tú tenías pensado tu futuro, tú tenías pensados tus estudios, tu casa, tu coche, tu trabajo... pero esto es como nacer de nuevo, ir a otro país y prepararte otra vez. Yo tenía 11 años cuando perdí a mi mejor amigo y ya ahí me fue cambiando la vida.

¿Por qué decidió ir a esa manifestación en la que mataron a su amigo?

Yo había escuchado cosas en la asignatura de Historia, pero cuando empezó la guerra quise saber por qué la gente salía a manifestarse, por qué la gente pide la libertad, por qué la gente quiere hablar y no puede hablar. Así que un día mis amigos y yo, que teníamos entre 11 y 12 años, decidimos salir a manifestarnos contra el régimen. Mi padre, por ejemplo, no tenía la libertad de expresión de decir: “Yo voto a este partido o yo no quiero a este presidente” porque te cogían y desaparecías. Nosotros fuimos a la manifestando esperando empezar en un sitio y terminar en otro en paz. Pero no fue así. A mitad de camino, nos cortaron las calles, no podíamos escapar y empezaron a disparar. Una de esas balas entró en el cuerpo de mi amigo y falleció.

¿Cómo fueron los meses siguientes?

A mí nadie me podía parar porque yo quería seguir, cumplir mi objetivo y estudiar. Yo tenía el sueño de ser actor. Solo tenía dos opciones: quedarme y coger el arma para matar o coger el arma para proteger a mi familia. Yo no quería eso, yo quería estudiar. En 2014, llegaron profesores de fuera y nos dijeron que existía la posibilidad de hacer un examen fuera del pueblo para aprobar la selectividad. Decidí irme con ellos. Hice el examen, aprobé y tenía que volver a mi pueblo, donde estaba mi familia. Pero ahí cambió todo.

¿Qué ocurrió en ese camino de vuelta a casa?

Éramos varios chicos y chicas. Nos pararon encima de un puente. Lo primero que hicieron fue decirnos que ya no íbamos a volver a nuestro pueblo. Nos cachearon y también querían cachear a las chicas, pero todo eran hombres. Mi profesor de Inglés se negó a que cacheasen a su hermana, así que uno cogió un cuchillo y le cortó la cabeza. Ahí supe que ya no era un niño, que había madurado. Nos llevaron a todos a un colegio convertido en cárcel donde estuvimos cuatro meses.

¿Cómo era el día a día en ese lugar?

Muy complicado. Nos levantábamos a las cinco de la mañana y nos duchábamos en agua fría. El objetivo de ellos era lavarnos el cerebro y convertirnos en soldados contra mi pueblo. También nos torturaban y hacían que nos pegásemos entre nosotros. Llegó un límite en el que ya no podía aguantar. Un día nos dijeron que habían atacado mi pueblo. Yo no sabía nada de mi familia ni ellos de mí, así que decidí escaparme.

¿Cómo lo hizo?

El plan era como el de una película. Ellos confiaban un poquito en mí, así que, una noche, uno de mis amigos pidió ir al baño y a mí me dieron las llaves de la puerta de fuera para acompañarlo. Al subir, dejamos la cerradura abierta. Sobre las cuatro de la madrugada, nos levantamos tres amigos y yo y nos fuimos. Otro de mis amigos, que era bajito, no pudo venir porque no era capaz de saltar el muro, que medía dos metros. Decidió quedarse, protegernos.

¿Era consciente de todo lo que estaba en juego en ese momento?

Sí, sí. Sabíamos que si nos cogían mientras escapábamos, nos esperaba la muerte. Pero era mejor eso, intentarlo, que seguir allí. Algunos amigos ya estaban cayendo en eso de convertirnos en soldados.

¿Y usted?

Yo no. Me mantuvo firme.

¿En qué pensaba para conseguirlo?

La motivación en aquellos momentos era pensar en mi abuelo, que me había enseñado que mi religión no es esto. Mi religión no es matar, no es torturar, no es pegar a alguien. También pensaba en momentos bonitos con la familia.

¿A dónde escapó?

A una ciudad que no tenía ni idea de dónde estaba. Allí entré en un locutorio y llamé a mi madre, que iba en el bus con mi hermana y mi cuñada. Pensó que era una broma y después se desmayó. Mandaron a un amigo de mis padres a recogerme. Pasé la frontera de Turquía y me encontré con mi familia. Pero en Turquía tampoco podía estar mucho tiempo. Tenía miedo, tenía ansiedad por si me cogían otra vez. Psicológicamente estaba fatal.

Y en 2015 emprendió su camino a Europa.

Sí. Salí de Turquía con mi hermana, con mi cuñado y con mi sobrino. Decidí ir a un pueblo de Turquía, coger la patera, en la que no cabían 15 personas y éramos 42, y llegué a Grecia. Luego cogimos un barco grande para ir a Atenas y de ahí un bus hacia Macedonia, donde cogimos un tren hasta la frontera de Serbia. Tuvimos que andar muchísimo. Llegamos a Hungría y fuimos en coche hasta Alemania, donde ya estaba otro de mis hermanos. Después logramos llegar a España.

Pero la lucha no terminó.

No. Tenía que conseguir los papeles antes de cumplir los 18 para poder traer a mi familia. Salí en medios de comunicación e hice todo lo posible hasta que me llegó una cita del presidente del Tribunal Supremo. Me dieron los papeles y al día siguiente ya empecé los trámites para que mi familia pudiese venir.

¿El miedo se acaba yendo o permanece?

Ahora mismo no tengo. Porque ya logré mi objetivo, que es tener aquí a mi familia. Ahora quiero contar mi historia porque hay situaciones parecidas en Ucrania, en Palestina o en Israel. Da igual si eres musulmán, judío, cristiano, ateo. Un niño es un niño. No tiene sentido que estén sufriendo. Yo sé lo que es eso. Sé perfectamente cómo es estar sin luz 24 horas, estar sin agua 24 horas, estar sin medicamentos, sin hospitales, sin estudios, sin redes sociales.

¿Piensa en volver a Siria en algún momento?

Sí, volveré, yo creo que volveré. Ahora mismo no, pero voy a volver para ayudar a más gente, a los niños que todavía están allí.

Suscríbete para seguir leyendo