Así ayuda la perspectiva de género al urbanismo: “Los barrios solo de viviendas terminan siendo muy inseguros”

La arquitecta Cristina Botana explica que aplicar esta metodología permite mejorar la accesibilidad de las ciudades y dar más peso a espacios feminizados como la cocina

Cristina Botana

Cristina Botana / German Barreiros/Roller Agencia

“El urbanismo no es neutro”, resalta la arquitecta Cristina Botana, doctora en esta disciplina por la Universidade da Coruña (UDC). Las ciudades, y los pisos, han sido diseñados con ideas preconcebidas, como la de priorizar los desplazamientos entre la casa y el trabajo o relegar a un segundo plano las habitaciones “feminizadas”, como la cocina. Botana impartió este lunes en la asociación Alexandre Bóveda una charla acerca de cómo repensar estas áreas con perspectiva de género, que puede ayudar a hacer las ciudades más accesibles y mejorar la convivencia social.

La perspectiva de género, “no se preocupa solo de las necesidades de las mujeres”, sino de las de todos colectivos, e incluye romper las “influencias negativas” que tienen los modelos actuales sobre los propios hombres. Una de las ideas es “promover la autonomía” de los más vulnerables: que una persona mayor pueda ir desde su casa al centro de salud solo, para lo que tiene que haber mobiliario para descansar en el camino, o que los niños vayan al colegio “de la forma más cómoda posible”.

Y engloba consideraciones que favorecen a todos, como tener los servicios esenciales “en un espacio que puedas recorrer a pie”, sin depender del coche o que los espacios públicos estén “vivos” y permitan pedir ayuda. Los barrios “que solo tienen una función, solo viviendas o un polígono con solo naves industriales, terminan siendo muy inseguros”, explica Botana, pues “tienen un horario muy delimitado de funcionamiento” y la falta de comercio y actividades en la calle aumenta los riesgos.

La movilidad es otro de los aspectos a analizar con esta perspectiva, pues permite salir de la premisa de que el transporte se utiliza para ir de casa al trabajo y ayuda a crear redes de buses “más eficaces”. También contempla crear espacios públicos, desde centros cívicos a plazas y parques accesibles, “en los que te puedas reunir, ver a tus vecinas y ser vista, para conocer a la gente con la que convives en el barrio”, lo que a su vez favorece la participación vecinal en la esfera política.

Pero también hay “muchos niveles” más allá del propio diseño de las calles. Uno es otorgar el “reconocimiento” debido a las profesionales, como geógrafas, urbanistas e ingenieras, que raras veces aparecen como autoras en los estudios, y permitirles participar en la toma de decisiones. Otro, “que no solamente aparezcan hombres blancos europeos en los nombres de calles, plazas y avenidas importantes, sino otro tipo de personas y de grupos”.

Repensar los interiores

En una visita inmobiliaria a un piso, explica Botana, se siguen diferenciando entre las zonas nobles y las “de servicio”, como los aseos, las zonas para lavar o tender la ropa o la cocina, a los que, “por haber sido tan feminizados”, se les ha dado un papel secundario y “suelen quedar relegados a espacios mínimos, partes traseras”. Y los pisos continúan diseñándose pensando en una familia tradicional, cuando ahora hay modelos de convivencia “muy diferentes”.

Para repensar estos espacios, indica la arquitecta, se puede echar mano de las viviendas tradicionales gallegas, en las que la cocina era “un espacio central”, en el que los niños aprendían, se recibía a las visitas y se charlaba. También se sacaba de las zonas más privadas actividades como tender la ropa. Aunque estas viviendas solían ser unifamiliares, hay edificios colectivos actuales que “aplican estas premisas”, con zonas de almacenamiento o secado comunitarias que favorecen la sociabilidad. “No tenemos que inventar nada, sino cambiar la mirada”, cree Botana.

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