Opinión | Inventario de perplejidades

El Belén resiste a Papá Noel

En vísperas de recibir a los tres Reyes Magos, a los cuatro caballos que montan (incluido el caballo de repuesto), a la tropilla de criados que les ayudan a repartir los regalos para los niños que se portaron bien durante el 2022, los belenistas tenemos que ufanarnos de haber resistido, una vez más, el insidioso ataque del Papá Noel. Un tipo que goza del apoyo de las multinacionales de distribución de mercancías y pretende alcanzar, en la práctica, el monopolio de ese sector comercial.

Hará poco más de veinte años que yo comencé mi colaboración con Prensa Ibérica y en aquel tiempo la situación pintaba a peor. Vino a verme Victoria Díaz Cabanela, profesora, militante comunista e hija de Luis Díaz, profesor represaliado por el régimen del general Franco, que lo desposeyó de su plaza de docente por oposición. En realidad, no venía a plantearme ningún asunto sindical o político sino a pedirme que siguiera escribiendo en favor de los tres Reyes Magos con los que se cerraban los festejos de una Navidad cada vez más colonizada por el gusto norteamericano. Y entre los personajes a rescatar se encontraban por supuesto los Reyes Magos de Oriente. Lo cierto es que hubo un momento en el que la desaparición de los Belenes estuvo a punto de suceder. En la mayoría de los hogares el rincón donde se montaba el Belén empezó a ser ocupado por Papá Noel. Que llegaba a bordo de un trineo tirado por renos y con aspecto de haber bebido más de la cuenta. La zafiedad del borracho del norte contrastaba con el porte elegante de los hijos de Oriente, con sus ropajes lujosos y sus testas coronadas. Enfrente, el mono de color rojo de Noel asemejaba un disfraz de Carnaval o la ropa de trabajo de un empleado de gasolinera. Estuve conforme con lo que me requería y como primera medida me fui a Viseu, en Portugal, y en un establecimiento comercial aledaño a la catedral compré un Belén “completo” (así se anunciaba) para recuperar sensaciones de la infancia. Es tan modesto como bonito. Las figuras son de barro cocido y pintadas en colores vivos como les gusta a nuestros fraternales vecinos. Hay pastores, vinateros, panaderos, mujeres lavando en el río, y un fogueteiro para animar la fiesta. Realmente, no le falta de nada. Hay también un castillo de Herodes y, por descontado, tres Reyes Magos que se van acercando al establo donde descansa el niño Jesús, sus padres José y María, la vaca y el mulo que les dan calor y un ángel a la puerta que nos hace sospechar que en el interior se está gestando algo importante.

Se pasaba divinamente montando el Belén, haciendo un río con papel de plata, hogueras con una bombilla envuelta en una tela de color rojo, y (va de gerundios) haciendo avanzar a los magos a caballo hacia el portal... Nos comía la impaciencia de abrir los regalos, pero nos conteníamos de mover las figuras.

¿Cómo se puede comparar una fantasía oriental que recrea una historia tan increíble con los viajes en trineo de un borrachín? ¿O el paisaje ilusionado de un Belén con un pino degollado donde colgar bolas de colores? Nada.

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