Opinión | Inventario de perplejidades

Lo que es un globo sonda

En el lenguaje coloquial, enviar un “globo sonda” equivale a reconocer que hemos lanzado al aire un señuelo con ánimo de que la respuesta, cualquiera que esta sea, nos permita conocer la realidad de algo que nos interesa, en la forma más discreta posible. Y esta acepción, un tanto alambicada, es la que mejor encaja en el incidente diplomático entre la China, todavía comunista, y los Estados Unidos de América del Norte.

La aparición de un globo gigantesco sobre el espacio aéreo norteamericano fue atribuida por el gobierno de Washington a una maniobra de espionaje por parte de Pekín. El aerostato era de fabricación china y el espacio aéreo sobre el que se desplazaba, sin recibir autorización, era el señalado por el derecho internacional a la República norteamericana. No cabía otra interpretación.

Por su parte, la China Roja alegó que el “objeto volador perfectamente identificado” realizaba análisis meteorológicos de exclusivo uso científico. Y dicho eso, pidió disculpas por no haber podido evitar que un golpe de viento desviase el rumbo del globo llevándolo en una dirección no deseada. El incidente sirvió de excusa para que las respectivas cancillerías cruzasen acusaciones de “juego sucio”. La tensión fue en aumento y el secretario de Estado norteamericano, Antony Blinken, suspendió su visita oficial a Pekín.

Las relaciones entre la (de momento) primera potencia mundial y la (considerada) segunda han experimentado una enorme intensidad desde que Nixon y Kissinger pusieron en marcha la que se llamó “diplomacia del ping-pong”. Pero a medida que Pekín crecía espectacularmente con su proyecto de “una nación, dos sistemas”, Washington recelaba de ello, ante el temor a verse superado en la producción industrial.

Lo cierto es que las naciones que pueden permitírselo se espían entre sí, aunque lo nieguen por la gloria de su madre. Y la Historia no nos dejará mentir. El primero de mayo de 1960 un avión espía norteamericano, el U-2, fue derribado sobre territorio ruso y su piloto, Francis Gary Powers, hecho prisionero. El escándalo fue tremendo y Nikita Kruchev, secretario general del Soviet Supremo, aprovechó la ocasión para poner en entredicho la credibilidad de la política respecto de la Unión Soviética. El U-2, conocido como el avión invisible, tenía un diseño especial que le permitía no ser detectado por el enemigo. Al menos eso era de lo que presumía el Gobierno de Washington. Después de negar la existencia de este incidente hubo, antes y después, otros parecidos. Como la base militar que negoció secretamente el presidente Eisenhower en mayo de 1957 con el gobierno de Pakistán.

Ocultar la realidad (o sea mentir) es la principal tarea del espionaje y de los espías. Mientras pudo el Gobierno de Franco ocultó a la opinión pública que en aguas de Almería habían caído cuatro bombas nucleares desde los aviones norteamericanos que las transportaban. El ministro de Información (¡qué sarcasmo!) y Turismo, Manuel Fraga, se dio un baño en un lugar innominado de la costa, junto con el embajador norteamericano para negar la existencia de radiactividad. El político gallego vistió para la ocasión un bañador modelo Meyba que tenía muy desahogada la pernera. En aquel tiempo el desahogo por tal parte era lo proverbial. Mentían como bellacos.

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