Opinión

Sudán arde (de nuevo)

Nuestra manera de entender un conflicto suele depender de la percepción de buenos y malos. Pero en el estallido de violencia en Sudán es difícil resolver el dilema. Los dos bandos en conflicto tienen tanta parte de culpa como argumentos para ubicarlos a uno u otro lado. Los dos generales enfrentados tenían el compromiso de conducir el país hacia una democracia civil.

Siguiendo las protestas mayoritarias de la población para acabar con más de tres décadas de régimen autoritario de Omar Al Bashir, los militares tomaron el poder.

Abdel Fattah Burhan se quedó con el control del Ejército y el Gobierno; Mohamed Hamdan Dagalo, con sus fuerzas de apoyo rápido, una unidad de élite creada para masacrar a la población rebelde en Darfur hace dos décadas y proteger al presidente, se quedó con las minas de oro y el acceso al petróleo. Mientras pelean entre ellos, los sudaneses entretanto van a vivir otro periodo de violencia e incertidumbre.

La población continúa manifestándose, ahora ya no en contra de la dictadura sino a favor de un nuevo régimen de libertades, una democracia que tampoco aparece en el horizonte de ninguno de los bandos en conflicto.

Sudán, uno de esos países creados mediante el empleo de la escuadra y el cartabón, de fronteras de línea recta que trazó la colonización ignorando culturas, comunidades y poderes anteriores, vive ahora las consecuencias de la independencia del sur del país.

Los ingresos del petróleo que cayeron mayoritariamente al otro lado de la frontera en el sur, se han compensado gracias a las minas de oro existentes, que controla una de las partes en conflicto. Podríamos pensar que todo puede quedar en una guerra civil por la toma del poder y los recursos, la consecuencia es que aumentarían las necesidades humanitarias de una población mísera y exhausta.

El problema es que con vecinos tan inestables como Chad o Libia y con los mercenarios rusos del grupo Wagner acechando, la guerra en Sudán es la puerta al abismo en el Sahel y el anuncio de una tormenta que también puede acabar alcanzándonos.

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