Shikamoo, construir en positivo

¡Beatífica aritmética parlamentaria!

José Luis Quintela Julián

José Luis Quintela Julián

Déjenme que les dé los buenos días antes de continuar. ¿Qué tal están? ¿Sobreviven ustedes a las altas temperaturas de estos días y, en particular, de hoy? Porque, si la cosa no ha cambiado, a la hora de escribir estas líneas se esperaba que los termómetros estuvieran hoy realmente altos. Ánimo con ello, y esperemos que en breve hayamos pasado página de estos días tan cálidos, y que nuestro fresquito tiempo habitual vuelva a hacer acto de presencia... Al fin y al cabo, esas son las cosas del carácter cíclico de las estaciones. Marcado en este momento, claro, por esa tendencia imparable de calentamiento global y de una mayor exacerbación de los fenómenos extremos, pero sin que se pierda tal alternancia, ligada al calendario anual.

Hay muchos otros fenómenos con un ritmo muy marcado, en ámbitos bien diferentes, algunos bien alejados de la Naturaleza. Y en política, por lo que se ve, uno de ellos es la reivindicación de que gobierne la lista más votada, lo cual está muy de actualidad estos días. Algo que surge, evidentemente, después de cada una de las citas electorales a distintos niveles. Y que suele expresarse en boca del que más votos o escaños obtiene en cada una de tales contiendas, sin mayoría absoluta, con el rechazo general desde la bancada contraria. ¿Qué les parece a ustedes? Yo ya me he pronunciado alguna vez sobre el particular pero, como aún resuenan los ecos de los últimos procesos electorales, y con la aritmética flojeando para el conjunto de los aspirantes al poder ejecutivo, ahí les cuento... Ya me dirán...

Mi idea al respecto la resumo de forma clara, simple y concisa: la aritmética electoral es un instrumento legítimo para construir mayorías de gobierno, diferentes a los números de cada uno de los grupos en liza. Y es que nada es blanco ni negro, sino que el caleidoscopio de toda la escala de grises va mucho más allá. Y si la sociedad habló, ese es el marco fundamental a partir del que hay que construir la acción de gobierno, con el concurso de todos los elegidos y produciéndose las mayorías “ad hoc” que desde los mismos se estimen convenientes. Ganar unas elecciones no significa tener la capacidad de generar esa acción de Gobierno, salvo que se tenga la mayoría absoluta. Y, si no es así, puede que dos o más opciones no ganadoras en el proceso electoral sí puedan llegar a acuerdos y poner en común un determinado programa para postularse al liderazgo, y eso está previsto y bendecido así por la Ley. No hay más vuelta de hoja. Y, además, es un acicate para estimular los consensos, siempre beatíficos y de los que andamos tan faltos por estas latitudes. Ah, y si se llegase a la conclusión de que esto ya no gusta, ábrase el proceso para cambiarlo, pero en frío y desde el consenso, y no con el cuerpo todavía caliente de un proceso electoral aún no finiquitado, ¿no?

¿Piensan ustedes como yo? Si es así, ¿no les parece un poco sobreactuado volver a editar tal teatrillo, con un gran exceso de drama, como se está viendo estos días? Oigan, sí, usted pudo ganar, a nivel nacional, autonómico o municipal. Pero si representa la opción A, y obtiene un cuarenta por ciento de los escaños, y entre las más minoritarias opciones B y C hay una mayoría de sesenta, y llegan a ponerse de acuerdo para una acción de gobierno conjunta, ¿no tienen un mayor aval de la sociedad que usted? ¿Y no sigue pasando esto cualesquiera que sean los números en juego de cada una de ellas? Yo entiendo que sí, y ejemplos hay sobrados en nuestra historia, desde todas las sensibilidades políticas. Entonces, ¿por qué volver a sacarlo justo después de votar? Acaso, ¿no somos suficientemente adultos para entender las reglas del juego cuando nos presentamos a unas elecciones? Quitemos hierro al asunto, que en la vida ya hay bastante sin dramatizar en estas cuestiones, ¿no? Y seamos pulcros en lanzar nuestras propuestas y, también, en entender nuestro papel una vez que la sociedad soberana nos ha contado qué quiere y qué no...

Fenómenos cíclicos, ya ven. El calor cesará, cejando en el intento de derretirnos a nosotros y a nuestros pensamientos. Lo otro, los cantos de sirena del “¡es que yo gané!”, no. Esos están abonados a todas las estaciones del año, créanme. Existirán mientras haya un niño que pare el juego y que, disconforme con el último gol, se marche con su pelota entre las protestas y la resignación de los que ese día no bajaron el balón... O un asesor de tal niño, con la vista puesta únicamente en el marketing político, evaluando los pros y los contras de lo uno, de lo otro y de lo de más allá en términos puros de réditos presentes y futuros, y no del bien común... O sea, siempre...