Crónicas galantes

La fea costumbre de matar

Ánxel Vence

Ánxel Vence

Aguerridos miembros de Hamás pasean por Gaza el cadáver de una mujer a la que habían desnudado tras darle muerte (o quizá antes) para someterla a público escarnio. Otros maltratan a una chica con signos de haber sido violada analmente, mientras berrean que Alá es el más grande. Son los propios milicianos quienes graban tales hazañas, de lo que no queda sino deducir que están orgullosos de hacer lo que hacen. Dios se lo premiará.

Aun tardarían algo en publicarse los asesinatos, tiro a tiro, de 260 jóvenes que bailaban en un festival a favor de la paz, ignorando tal vez que esas diversiones no complacen al profeta. También se conocieron después las matanzas meticulosas de adultos, viejos, niños y bebés en los kibutz de Israel próximos a la frontera.

Por fortuna, la reacción del civilizado mundo occidental a esta barbarie ha sido inmediata, al menos en la calle. Varias organizaciones autodenominadas progresistas convocaron airadas protestas a las pocas horas de la masacre. Contra Israel, claro está.

Vendidos al capital, a la masonería y al sionismo, los medios se empeñan en atribuir la matanza a los soldados de Alá; e incluso publican videos en los que se les ve disfrutando de la cacería de civiles en Israel. Pamplinas.

Lejos de dejarse engañar por esas fake news, los convocantes evitaron alusiones enojosas a la carnicería perpetrada por Hamás. Quizá estén reservando fuerzas para indignarse cuando el Ejército israelí responda al ataque con la extrema dureza que, desgraciadamente, es de temer (y de lamentar ya por anticipado). Con el ojo por ojo todos acabaremos ciegos, decía Gandhi.

Como aquí somos muy de guerras, la batalla tiene sus ecos en España, donde los hebreos llevan las de perder. El odio a los judíos parecía más bien un rasgo de la ultraderecha en este y otros países, pero últimamente se ha extendido a la izquierda extrema e incluso a parte de la razonable.

Solo así se entiende que una vicepresidenta del Gobierno se limitase a pedir “paz”, que es lo que suelen hacer las concursantes de Miss Mundo, sin entrar en detalles sobre lo que acababa de suceder en Israel. A ella y a parte del Consejo de ministros en el que se sienta les habrá sorprendido, probablemente, la categórica condena de los parlamentarios europeos al terrorismo de Hamás. No digamos ya su solidaridad con las víctimas de la matanza, sin equidistancias con los victimarios.

Sorprende, en fin, que la izquierda —extrema, en este caso— haya cambiado de opinión tan bruscamente. Muy atrás queda la época en la que Israel servía de modelo progresista, con sus comunas o kibutz y con las tres décadas de gobiernos socialistas que construyeron el actual Estado. De hecho, la Unión Soviética fue el primer país en darle reconocimiento de iure, seguido por Polonia, Checoslovaquia y Yugoslavia.

Setenta y cinco años después, una parte asilvestrada de la izquierda ha descubierto que los verdaderamente progresistas son unos tipos ebrios de Corán a quienes hay que soslayar sus asesinatos porque están oprimidos y no les queda otra.

Subsisten aún, por fortuna, muchos socialdemócratas y gente cuerda en general que sabe distinguir entre civilización y barbarie. No todo es blanco o negro en un conflicto, pero nadie gana nada en una guerra. Matar (sobre todo por placer) es una fea costumbre, lo haga quien lo haga.

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