Opinión | LA PELOTA NO SE MANCHA

Yeremay, el ‘10’ que conecta con la infancia

Yeremay tras su gol ante el Fuenlabrada

Yeremay tras su gol ante el Fuenlabrada

En un fútbol cada vez más robótico y entregado al primer toque, ver jugar a Yeremay Hernández es conectar con la esencia, con la pelota, con todo lo que divierte. Él es capaz de generar una inquietud. Inventa, sorprende, asombra... con onomatopeyas incluidas. Entre tanta medianía de jugadores que ha desfilado por Riazor en los últimos tiempos y cuando el club aún vaga por categorías que no le corresponden, el deportivismo sabe ver a los buenos. Tiene ojo clínico. Y ha descubierto una pepita de oro y pretende hacerla suya, disfrutarla, crecer con ella. Se lo merece. Lleva mucho tiempo buscando en el río.

En un fútbol mecanizado, él es el disfrute por el disfrute. Genera una expectativa, para el tiempo con la pelota

Yeremay vive esta confirmación en el Dépor como un triunfo personal. Y no solo por ser uno de los referentes de un campeón de Liga a sus 21 años. Lo que le eleva es cómo ha llegado a este momento. Ha habido muchas carreteras secundarias y paradas en el arcén, también aprendizaje. Talento siempre le ha sobrado. Siempre ha sido un gran jugador y un virtuoso del balón, ahora es un futbolista con todas las letras, sin perder la esencia de ese niño de barrio con la pelota por amiga. Un profesional que se divierte y hace disfrutar. El camino recorrido es el que más curte.

Pero no es solo plasticidad ni entra únicamente por los ojos. Los números del Dépor son otros con él en el campo

Le sienta de maravilla ese traje que le ha ajustado el sastre Idiakez. Ya no es solo ese extremo que apura la banda y que cuando tiene la pelota en los pies, se pone el frac y es capaz de parar el tiempo. Se ha hecho con un carril entre la banda y la mediapunta y esa zona intermedia hace que florezcan todas sus virtudes. Su capacidad para participar del juego, para añadirle registros, para conectar con los delanteros. Ese pase por elevación a Lucas que pudo ser y no fue el 1-0 ante el Tarazona es, salvando las distancias, tan valeroniano, tan Múnich... Le falta el gol, él es el primero que lo sabe.

Genera en el terreno de juego y fuera de él. La afición le busca, lleva su camiseta. No hay mayor activo

Pero el grancanario no es solo plasticidad, no solo entra por los ojos, es mucho más para el Deportivo. Idiakez y toda la afición se echaron las manos a la cabeza tras la lesión de Lugo. El equipo y su entrenador estuvieron dando vueltas en redondo durante meses buscando una solución. El Dépor pisaba a fondo con el freno de mano echado y la primera marcha puesta. Un desastre. Faltaba él, no estaba Barbero. Ese equipo que parecía perfecto a su salida del Anxo Carro se había resquebrajado por la mitad.

Con el regreso de Yeremay, el proyecto empezó a enderezar el rumbo. No fue únicamente él, ni fue automático. El técnico colocó su pieza, luego encajó a David Mella y, finalmente, a Iván Barbero. Una triple amenaza que, encima, libera a Lucas.

Ahora el Dépor vuela, pero antes fue Yeremay. Siempre ha sido Yeremay esta temporada. Porque su presencia eleva al grupo y lo convierte en ganador. Es perentoria la diferencia en los números del equipo cuando está y cuando no está. Ha jugado 13 partidos de liga y el Dépor ha ganado nueve encuentros, ha empatado tres y ha perdido uno, el de la Cultural Leonesa en el Reino de León, uno de los mejores campos de la categoría. 28 goles a favor, 30 puntos. En su ausencia, tres victorias, cinco empates y tres derrotas en once duelos. 9 goles y 11 puntos. Lo que hace, lo que influye. Eso es también dejar huella.

Y no solo es el verde, su escenario preferido. Es también fuera. El Dépor apostó fuerte por renovarlo este verano (ahora quiere volver a ampliarle). No fue tan sencillo. Prevaleció el deseo del jugador por quedarse tras haberse sentido comprendido por el club en los malos momentos y entendido por Albert Gil, director de la cantera, al que considera su mentor, como reveló en la entrevista concedida a LA OPINIÓN. Él dio un paso al frente en muchos sentidos, creció en el campo y fuera y lo que había sido un flechazo con la afición se convirtió en un enamoramiento permanente, pero sin perder la frescura del primer día. La grada le busca, le quiere. Su camiseta y la de Lucas Pérez son las que más se ven en los aledaños de Riazor. Incluso al entrar en la Deportienda ese Yeremay y ese 10 es el que preside la zona donde se serigrafían las prendas. Un valor al alza, un cheque al portador futbolística y económicamente para un club que no ha dejado de vivir al límite, aunque el colchón de Abanca lo haga todo mucho más mullido.

La pelea y el mal de altura

Después de tanto remar, el Dépor ve por fin la orilla. Los equipos ganadores, en gran medida, se construyen con grupos que han pasado por dificultades, que han afrontado situaciones límites y que salen salidos indemnes de la explosión para emerger como imparables. Algo de todo eso hay que en este equipo que resucitó entre el duelo ante la Ponferradina en Riazor y el duelo de Balaídos frente al Celta Fortuna. Ahora es un cohete.

Pero las naves también se estrellan por mucha velocidad que hayan podido coger. El equipo de Idiakez ya se ha puesto a menos de un partido del liderato y parece que lo tiene al alcance de la mano, pero el último paso es la mayoría de las veces el más difícil. Debe lidiar, además, con el mal de altura y con el cansancio en la persecución. La primera cita para comprobar de qué pasta está hecho ahora este grupo llegará con el duelo ante Osasuna Promesas. Ni es un conjunto menor ni uno de arriba. Le exigirá, no le pondrá contra las cuerdas. A ver cómo responde.