Cuando éramos pequeños siempre había algún listillo que llevaba muy mal perder y que encontraba la manera de salirse con la suya en todos los juegos. Si eran de mesa, las normas cambiaban a su antojo. "Es que en mi casa jugamos así". Lo reflejó muy bien aquel anuncio en el que el dueño se marchaba con el tablero debajo del brazo y le tenían que decir lo de "aceptamos pulpo como animal de compañía...". Si era fútbol o cualquier variante de balón, decía "no vale furar" o que no estaba atento, que fue falta... juego revuelto, sentenciaba sin argumentos. Los demás lo llevábamos con resignación y paciencia. Éramos niños. Solo se trataba de una pachanga y de una forma de pasar el tiempo. Cuando creces y lo que te juegas es tu profesión, por lo que luchas día a día, te levantas cada mañana, vas a entrenar y coges aviones un fin de semana sí y otro también... tu amigo el tramposete deja de hacerte hasta gracia para convertirse en una pesadilla difícilmente soportable. Un dolor de muelas constante, con o sin razón. Una frustración sin posible consuelo.

No fuimos pocos a los que el martes nos costó conciliar el sueño y que revisamos una y otra vez las imágenes que nos brindó a través de redes sociales Luis Velasco Hevia, un asturiano loco por esto de los patines y que él solo es como El Día Después al completo en versión hockey sobre patines, con cámaras en todos los ángulos, repeticiones y hasta jugadas en slow motion para apreciar con exactitud cada detalle. En ellos parece que nadie toca la bola en su trayectoria desde el stick de Sergi Miras hasta el palo y las redes defendidas por Sergi Fernández. Hay un casi roce de Marc Gual y Carlo di Benedetto. Incluso el efecto óptico puede engañar y creer que tras rebotar en el palo, la bola choca contra el cuerpo del portero azulgrana. Nada. En este caso, gol bien anulado.

Ayer ya circulaba otro vídeo, este de GalicianHockey, la versión local del loco astur, en el que se ve que la bola toca en Pablo Álvarez, frente a Miras en el inicio del lanzamiento. Se ve y se escucha y se aprecia en el movimiento del patín del argentino.

Ni con las repeticiones a cámara lenta se pone la gente de acuerdo. Desde el Barça se escudaban también ayer en que la bola estaba en movimiento cuando Miras chuta, argumento que no viene mucho a cuento porque no es lo que los árbitros señalan y por lo tanto no es lo que se juzga.

Lo que está claro es que la vida no es blanca o negra. Siempre hay matices. Si se necesita ver el vídeo unas cincuenta veces para asegurar que la bola entra directa o que da en Pablo Álvarez y si la jugada dura solo un segundo... ¡Vaya vista la del árbitro! ¡Ni el ojo de halcón! Porque además el que lo anula no es el que está al lado de la portería donde ocurre todo. No. Es el de la otra punta de la pista. ¿Predisposición a pitarlo? ¿Lo vio tan seguro? Si creemos en su buena fe, solo nos queda aplaudirle y felicitarle por su buen ojo. No era una decisión fácil. Aunque para tener súper poderes de visión mágica se le escaparon varias agresiones a jugadores locales, una a César Carballeira en el suelo justo delante de sus narices. Ante las dudas los perjudicados siempre los mismos.

Pero lo que más llama la atención ni siquiera es eso -por no hablar de que el Barça prácticamente se quedara a dos en faltas en la segunda parte en un partido de una intensidad física brutal y contactos continuos-. Lo que creo que cabrea más tanto a aficionados como a los miembros del Liceo es que los árbitros, los dos, conceden el gol. Se desata la locura sobre la pista y en las gradas del Palacio mientras el banquillo y los jugadores azulgrana protestan. Y solo entonces uno de los colegiados recula. Hay que estar muy seguro para hacer eso. Y dado la dificultad para evaluar la jugada desde múltiples tomas y ángulos, cuesta creer que lo estuviera tanto. Y como ya apuntaba antes de ayer en la crónica del partido, una pregunta final: ¿Qué hubiese pasado en la misma jugada pero al revés y en el Palau? ¿Habría el mismo atrevimiento arbitral? Nunca lo sabremos.

Lo que quedan son los hechos. Un final surrealista que no es el primero -y casi me atrevo a decir que no será el último-. Tampoco hay que remontarse mucho. Tres decisiones cuanto menos controvertidas en prácticamente un año. El reglamento exprimido al máximo cuando hay que aplicarlo a los de verde y blanco. Lo vivió Xavi MaliánXavi Malián. En el Barça-Liceo de la primera vuelta de la temporada pasada el partido iba 1-1. Cuando Lucas Ordóñez se disponía a lanzar una directa, el meta se acercó al banquillo a refrescarse y secar la careta, un gesto habitual entre los porteros. Los árbitros dijeron que sin permiso. Le obligaron a sentarse en el banquillo y que saliera su suplente, que encajó a bola parada el 2-1 definitivo. Insólito. Pero ese mismo curso todavía quedaría más esperpento. En los penaltis de las semifinales de la Copa del Rey, Marc Coy lanzó un penalti, lo marcó y los colegiados le obligaron a repetir. A la segunda, falló. Dijeron que no habían levantado la mano. En la repetición se observa que el colegiado hace un amago y despista al liceísta en un momento en el que tienes las pulsaciones a mil. Fantasmas de enero, febrero y siempre, titulé en aquella ocasiónFantasmas de enero, febrero y siempre, .

Por eso es difícil no sentirse perseguido. No perder la paciencia. No soy nada de la teoría de la conspiración. Pero puedo empatizar fácilmente con la frustración del Liceo. Queda la sensación de que si no hubiera sido esto, hubiese sido otra cosa. Que solo falta que se marchen con el tablero bajo el brazo porque no se da por válido pulpo como animal de compañía.