“Me sentí más emigrante al volver que allí”

Emigrantes retornados cuentan sus historias de vida a los alumnos coruñeses a través del programa 'Fálame da emigración', promovido por Afundación

Joaquín Loncán, María Carmen Rey, Rosa Pereiro y Emilio Santiago, emigrantes retornados que participan en ‘Fálame da emigración’ | / CASTELEIRO/R.A.

Joaquín Loncán, María Carmen Rey, Rosa Pereiro y Emilio Santiago, emigrantes retornados que participan en ‘Fálame da emigración’ | / CASTELEIRO/R.A. / Marta OTero Mayán

A veces, emigrantes. Otras, exiliados. Solos, a escondidas, con salvoconducto, a veces con familiares al cruzar la frontera, otras con un horizonte de incertidumbre. Siempre, con cierta dosis de desarraigo. Habitualmente, con un pensamiento: ¿habría sido diferente mi vida de haber tomado otra decisión? Los emigrantes retornados son de donde nacen, pero también de donde pacen. Detrás de cada uno de ellos hay una historia distinta, un gran viaje y alguna pérdida, y, sobre todo, muchas ganas de compartirla. Y quién mejor que las nuevas generaciones para ser receptores, desde los pupitres de sus centros educativos, de las vivencias de sus mayores. “No sé por qué, pero llamamos su atención, nos escuchan. Algo les queda, porque son cosas que a lo mejor nadie les cuenta. Todos los problemas que nosotros tuvimos en su día les quedan muy lejos, lo interpretan más bien como una aventura. Les causa mucha impresión”, cuenta Emilio Santiago. Es uno de los participantes del programa Fálame da Emigración, una experiencia intergeneracional que Afundación, la obra social de Abanca, lleva a cabo, desde el Espazo +60, para acercar las historias de las diásporas de ayer a los escolares.

Emilio Santiago, en su día, fue lo que hoy conocemos como un “mena” (menor extranjero no acompañado). A los alumnos coruñeses les cuenta cuando llegó a Suiza, país donde hizo vida y carrera, con 17 años, solo, sin papeles, trabajo o conocimiento del idioma. Desde sus mesas escuchan ojipláticos los alumnos de los centros que visita, impactados ante tamaña aventura emprendida en solitario por alguien que en su día tuvo su edad. “Les causa sorpresa la madurez que nos achacan al irnos solos, llevar la vida para adelante, sin caer en cosas malas. No quiere decir que la tuviéramos, ojo”, comenta Emilio.

A su lado asiente Joaquín Loncán. Su periplo es un poco diferente, si bien también partió de niño. Lo hizo en un barco, hacia Argentina, acompañado de sus padres. La casualidad, que es caprichosa, quiso que el mismo día viajase, con idéntico destino, la que años más tarde sería su mujer y madre de sus hijos, Casimira. Juntos prosperaron en la quinta provincia, y juntos emprendieron un viaje de regreso décadas más tarde, dejando un pedacito de si mismos al otro lado del océano. Hoy todavía sonríe al recordarlo, y los alumnos a los que se lo cuenta como parte de las experiencias del programa, también. “Me sorprende la atención que ponen. Les ves interesados, expectantes. En uno de los colegios, cuando tocaba irse al recreo, prefirieron quedarse y seguir escuchando. Les llama la atención el sistema educativo que teníamos entonces, con un maestro para todos los niños, o el hecho de que los padres les retirasen del colegio para trabajar...”, cuenta.

Al igual que Joaquín Loncán, la de Rosa Pereiro es otra historia de emigración compartida: en su caso, fue junto a su marido, con el que contrajo matrimonio con 18 años y con quien emprendió un auténtico periplo transoceánico: de Brasil a Uruguay, y, finalmente, tras casi una década en Francia, firmaron 15 años en la emigración y un retorno en el que tardó en dejar de sentirse extraña. “El primer año lo pasé fatal, no conseguía adaptarme. Me sentí más emigrante cuando volví que en los países en los que estuve”, reflexiona. Su historia en el extranjero, además de una trayectoria laboral diversa, le dejó unas cuantas enseñanzas fundamentales, como la importancia de tener memoria. “Aquí hay gente que a las personas de Sudamérica les llama sudacas. Tenemos que ser agradecidos, ellos nos trataron bien cuando emigramos nosotros”, alecciona.

La importancia de la memoria tiene cabida en el proyecto a través de experiencias de vida como la de Maricarmen Rey Lata, que pone rostro a todas esas personas para las que salir del país no fue una elección, sino una obligación. Ella no es hija de la emigración, sino del exilio, el que sufrió como hija de un represaliado del bando republicano y que la llevó con 17 años a vivir en Francia. Allí permaneció una década, en la que nunca olvidó sus raíces ni el compromiso con la República. “Estuve muy vinculada al colectivo de los exiliados y al centro gallego. Hacíamos fiestas para la juventud, y confeccionábamos banderas republicanas para recaudar dinero. Jamás en la vida un francés nos rechazó, todo lo contrario”, cuenta. A día de hoy, todavía reflexiona sobre si tomó la decisión correcta al volver. Un pensamiento ante el que, admite, siempre tiene pensamientos encontrados. “Creo que cometimos un error volviendo, allí se vivía bien, pero a los gallegos nos puede la morriña”.

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