1.000 años, sensaciones de rock

Músicos, periodistas y ‘fans’ coruñeses rememoran el espectáculo que hace 30 años juntó en el estadio a estrellas del blues, soul y rock y reflexionan sobre el fenómeno de los festivales

Manolo Solano, Juan de Dios, Armando Sánchez, Nonito Pereira Rey y Chema Ríos, con instrumentos musicales en el estadio de Riazor. Una entrada para el Concierto de los Mil Años.  | // CARLOS PARDELLAS

Manolo Solano, Juan de Dios, Armando Sánchez, Nonito Pereira Rey y Chema Ríos, con instrumentos musicales en el estadio de Riazor. Una entrada para el Concierto de los Mil Años. | // CARLOS PARDELLAS / Rubén D. Rodríguez

Entre el 1-1 ante el Rayo con el que el Super Dépor de Arsenio cerró la temporada 92-93 que lo dejó en el tercer puesto de la liga y el 0-0 frente al Celta que abrió la 93-94, la del penalti de Djukic que impidió el primero título liguero en la última jornada, no hubo fútbol ni futbolistas sobre el césped de Riazor, sino grandes figuras de la música. El rock, el soul, el blues y el pop se fusionaron armoniosamente durante tres días, del 8 al 10 de julio de 1993, en un festival concebido para ser vivido en un gran espacio como un estadio, el llamado Concierto de los Mil Años. Se cumplen 30 años de aquel macroespectáculo irrepetible en la ciudad, imitado en cierta medida en 2022 con el primer Morriña Fest celebrado en A Coruña, pero con un cartel de artistas de estilos musicales distintos y sin la entidad ni la aureola legendaria que tuvieron, y tienen, gran parte de aquellas estrellas.

Momento de un concierto en el estadio de Riazor.   | // LOC

Una entrada para el Concierto de los Mil Años. | // LOC / Rubén D. Rodríguez

Los amantes del rock que asistieron hace tres décadas a aquel concierto de tres días promovido por la Xunta con motivo del primer gran Año Xacobeo, una suerte de hermano lejano de aquel icónico Woodstock pero sin pradera, lluvia, barro ni caos, aún recuerdan con nostalgia y pasión melómana las sensaciones que tuvieron. El año era 1993, cuando aún no habían nacido en España festivales que después emergieron hasta consolidarse como el FIB en Benicàssim, el Primavera Sound de Barcelona o el Festimad de Madrid; cuando los festivales de distintas dimensiones, formatos y estilos y para públicos de lo más variado aún no se habían convertido en una burbuja sobreexplotada por toda la geografía del país.

Cartel original del festival, con los ausentes Moore y Brown.   | // LOC

Momento de un concierto en el estadio. | // LOC / Rubén D. Rodríguez

Al pie del césped de Riazor, reunidos por este periódico, el promotor y periodista Nonito Pereira Rey, los músicos coruñeses Juan de Dios y Chema Ríos, el periodista Manolo Solano y el coleccionista Armando Sánchez repasan las sensaciones que vivieron en aquellos días sin redes sociales y sin teléfonos móviles en alto que entorpeciesen la visión y el disfrute de los conciertos delante de Bob Dylan, Neil Young, Sting, John Mayall, Robert Plant, Eric Burdon, Bo Diddley, Chuck Berry, Chris Isaak, The Kinks, Jerry Lee Lewis, George Benson y Wilson Pickett. Estos dos sustituyeron a última hora a Gary Moore y al padrino del soul, James Brown, que figuraban en el cartel original del festival —se llegó a hablar incluso de que actuarían Eric Clapton y la Velvet Underground—, cuyo diseño evocaba el espíritu de Woodstock (las flores en el pelo, el dibujo de una chica de aspecto hippie) e indicaba el precio de las entradas: 2.500 pesetas por día y 6.000 el abono por los tres conciertos (15 y 36 euros de hoy).

1.000 años, sensaciones de rock

Cartel original del concierto, con los ausentes Moore y Brown. / LOC

Mirando hacia el fondo de la grada de Pabellón, donde estaba montado el escenario, los cinco testigos se deleitan en el recuerdo de tres días de actuaciones musicales, unas mejores que otras, que no han podido olvidar. “Para mí fue lo máximo, tener al lado de mi casa y poder ver en vivo a músicos de los que tenía casi todos sus discos: pioneros de los años 50 y 60, Dylan, Plant después de Led Zeppelin, Young con Booker T & The MG’s, que estuvieron brutales, Burdon tocando una de mis canciones favoritas, Sky pilot… Conciertos he visto muchos en mi vida, pero como aquellos, ninguno”, rememora emocionado Armando Sánchez, “la enciclopedia de música”, como le llaman sus amigos más cercanos. Su balance de aquellos días sitúa en el trono a Dylan y Young, y en el capítulo de decepciones a Sting y Jerry Lee Lewis, que se levantó de su piano tras cuatro canciones enfadado con un operador de cámara que lo grababa, dejó el escenario para acabar el concierto y se ganó la bronca del público.

Un joven de 17 años, Juan de Dios, estaba también en Riazor. Dos años antes había empezado a tocar, con Colorado, incluso en una edición del Noroeste en la playa. Se enteró de que Robert Plant estaba en un hotel de la ciudad y le pidió a su madre que le acercase una guitarra eléctrica que había comprado a los 15 años. Allí quedaron grabadas las firmas del vocalista de Led Zeppelin y de Bo Diddley. Esa guitarra acompañó luego a De Dios en muchos viajes y conciertos y hoy está salpicada de las firmas de Clapton, Jimmy Page, Van Halen, Angus Young, BB King, Santana y mucho más.

“Fui con los amigos a ver a aquella tropa”, recuerda de los Mil Años. “Eran músicos que sabíamos que eran importantes, míticos, pero apenas los habíamos escuchado, solo conocíamos a los Rolling Stones o a U2. Decíamos: pero si estos tíos son muy mayores, y ya ves, treinta años más tarde siguen tocando algunos. Muchos años después, en un local de Los Ángeles, donde viví un tiempo, vi a Coco Montoya, que estaba en los Mil Años como guitarrista de John Mayall. Me puse a hablar con él y se acordaba del estadio. Acabó hablando de aquel concierto sobre el escenario con Keith Emerson, de Emerson Lake & Palmer”.

De Dios, que entonces ni se imaginaba que se dedicaría profesionalmente a la música, admite hoy que algunas de las estrellas que brillaron en Riazor “fueron parte importante” en su “vida musical”. El también productor ha coincidido con Chema Ríos en distintos proyectos musicales. Ríos no se perdió tampoco los Mil Años. “Las imágenes que retengo son que la gente estaba feliz, muy tranquila en comparación con muchos conciertos multitudinarios que hay ahora. No hubo masificación y todo fue relajado pese a ser un festival casi comparable al de Woodstock en cuanto a artistas importantes”, rememora. “No me lo podía creer”, dice al mencionar a cualquiera de los músicos a los que veía por primera vez en su vida, desde Berry hasta Plant pasando por Dylan. No encuentra decepciones este fan incondicional de The Beatles; solo lamenta, él que va a todas partes con su cámara fotográfica, que no llevara una encima aquellos tres días para “inmortalizar” un acontecimiento de tal magnitud.

Ese clima de orden y camaradería musical en el público lo guardan también entre los mejores recuerdos los periodistas Manolo Solano y Nonito Pereira Rey, cuyo padre, el también promotor Nonito Pereira, escribió las crónicas de los conciertos en la prensa coruñesa. “Era estupendo el ambiente que transformó la ciudad aquellos días; la playa de Riazor y aledaños se convirtieron en un albergue improvisado donde una multitud de peregrinos reponían fuerzas en pocas horas, mientras que los bares y las cervecerías eran auténticos ágoras de cultura musical donde se hablaba de Eddie Cochran, Little Richard o Jimmy Page con toda naturalidad y lujo de detalles, igual que si se tratase de Bebeto o Mauro Silva”, repasa Pereira, aún emocionado con las sensaciones del concierto “increíble” de Neil Young y acordándose del “diluvio” que cayó sobre el estadio cuando Eric Burdon cantaba la célebre House of the Rising Sun.

Solano, un veinteañero en 1993, en primera fila el primer día, rescata de sus “nebulosos” recuerdos las sensaciones de hablar sobre música en el césped con desconocidos “de todas las edades”. “No conocías a todos los músicos, pero sabías que eran capitales en la historia de la música contemporánea”. Él cree que es de los pocos que destaca el bolo de George Benson, fichado para reemplazar a Gary Moore, y considera “mejorables” los de Sting, Mayall y “dos mitos”, Berry y Lee Lewis.

¿Podría repetirse hoy, en A Coruña o en cualquier otro lugar, un concierto o festival como aquel de los Mil Años? Difícilmente, creen estos testigos del espectáculo de Riazor. “Aquello fue un milagro del Apóstol. Lograr que distintas administraciones públicas se pusiesen de acuerdo para realizar un evento musical de tal dimensión fue algo excepcional, y como se ha demostrado con el paso del tiempo, irrepetible. Cuando hace unos años anunciaron la celebración de O Son do Camiño imaginé que algo parecido podría volver a suceder, pero la programación musical ha ido por otros derroteros. Blues, soul y rock son distintas ramas de un mismo árbol que sigue dando muy buenos frutos, tal vez no tan sabrosos como los de las primeras cosechas pero con capacidad de convocatoria suficiente para reunir a 30.000 personas”, opina Pereira. “Hoy apostaría por un hipotético festival al que se sumaran representantes de géneros como el folk, reggae, hip hop, electrónica o incluso trap, pero con un criterio artístico sólido en la contratación. Más que nunca es necesario un buen equipo de especialistas con amplios conocimientos de las distintas tendencias musicales para el diseño del programa de grandes festivales”, propone.

“Para que un festival funcione aquí es fundamental que tenga una identidad propia y que esté enraizado, que sea estable y con audiencia fiel. Eso ocurre con el Resurrection Fest, algo parecido con el FIB, en los que el público compra a ciegas la entrada sin conocer el cartel. Pero hoy aquí en Galicia tenemos festivales sin identidad, con artistas opuestos, sostenidos por mucho dinero público”, compara Solano. “Los Mil Años funcionó muy bien, para el precio que tuvo, aquellas 6.000 pesetas que entonces eran bastantes”.

La música (rock, pop, tecno, soul, punk, reggae y demás estilos y fusiones) no ha dejado de sonar en A Coruña en estos treinta años, en la intimidad del circuito de salas de conciertos, infatigables luchadoras por la riqueza cultural de la ciudad, con presupuestos ajustados y sacrificios constantes, y en espacios abiertos donde reunir masas y vivir la experiencia de la música con más distancia. Hoy hay cientos de festivales con distintos formatos, fenómenos sociales que mueven grandes cantidades de dinero público y privado, focos de atracción de ocio y turismo sin dejar de ser motivo de orgullo (efímero o permanente) para un pueblo o una ciudad. Como un día lo fue el Concierto de los Mil Años.

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