Crece la soledad en A Coruña: ya hay más hogares con personas sin compañía que habitados por parejas

Un tercio son mujeres que tienen 65 años o más | Los expertos señalan que la soledad no deseada perjudica la salud mental y física y reclaman políticas contra ella, desde fomentar actividades sociales a crear ciudades más transitables

Una persona mayor paseando en solitario por los soportales de la plaza de María Pita. |   // CARLOS PARDELLAS

Una persona mayor paseando en solitario por los soportales de la plaza de María Pita. | // CARLOS PARDELLAS / Enrique Carballo

Censo tras censo, crece el número de coruñeses que viven solos. En 2001 había unos 18.700 hogares en la ciudad en los que vivía una sola persona, el 21,7%. En 2011 ya eran más de 30.500, el 28,9%, aunque seguían siendo más frecuentes las viviendas en las que vivía una pareja. Pero en el último censo, de 2021, ya hay 32.239 casas con un solo habitante, un centenar más que las que están habitadas por dos. Son cerca del 31%, la categoría de hogar más frecuente. Y vivir solo es un fenómeno vinculado a ser mayor y mujer. Cerca de la mitad de los que viven solos tienen 65 años o más, y más de un tercio de las personas en esta situación, unas 11.500, son mujeres en edad de jubilación, algo que se debe a su mayor esperanza de vida.

“Venimos de una sociedad que es tradicionalmente familiar y vamos a una cada vez más individualista,”, explica la socióloga e investigadora Antía Domínguez, que imparte clases de análisis demográfico en la Universidade da Coruña (UDC); “en los hogares cada vez hay menos convivencia intergeneracional”, añade. Este fenómeno, explica, se está dando en muchas sociedades como parte del “sistema capitalista”. Influyen otros factores, como el económico, pues hay edades en las que “no vivimos solas porque no podemos” pero “cada vez retrasamos más la formalización de pareja y familia”.

El individualismo, explica Domínguez, no tiene por qué ser malo, y “no tiene por qué ser incompatible” con el asociacionismo, una vida social rica o el desarrollo de la sociedad civil. Pero la socióloga sí que cree que “de alguna manera se está haciendo incompatible: si cada una se preocupa de lo suyo, no nos vamos a asociar para preocuparnos de algo común”. En este sentido, ve el individualismo como una “medida de control”, pues limita la “lucha” por el bien común.

Recursos contra la soledad: actividades y acompañamiento

El Ayuntamiento mantiene un Servicio de Ayuda a Domicilio (SAD), que atiende, según fuentes municipales, a 1.094 personas con limitaciones de autonomía o en situación de dependencia, entre ellos mayores con discapacidades. También cuenta con un servicio de teleasistencia y comida a domicilio con casi 1.800 usuarios, de los que más de 200 son mayores de 80 años que viven solos. Realiza unos 160 contactos al día, con servicios como recordar a personas que viven solas que tomen la medicación. Los que quieran informarse pueden ir a la Oficina Municipal de Dependencia, Mayores y Discapacidad, en Doctor Henrique Hervada, 4; el teléfono de información es 981189 871.

Según indican fuentes de la concejalía de Bienestar Social, que dirige Yoya Neira, el Concello financia con 500.000 euros anuales cuatro convenios con entidades de la ciudad relacionados con la soledad. El programa Acompáñote, de Cáritas (el teléfono es 981 269 066), lleva a mayores que viven solos a citas médicas y gestiones administrativas, mientras que la asociación benéfica Renacer (teléfono 981 249 221) ofrece compañía a personas que estén solas, en especial mayores que no tienen redes de apoyo. Cuenta con viviendas autogestionadas. Cruz Roja (981 221 000) posee un programa contra la soledad no deseada que promociona la alfabetización digital y los hábitos saludables y, la Fundación Mujeres (981 294 097) cuenta con un servicio para apoyar a cuidadoras de familiares. El Concello también ha sacado ayudas por 250.000 euros destinadas a cuidadores y promovido jornadas sobre soledad no deseada, y más de 7.300 mayores participaron en 2022 en actividades socioculturales municipales.

Además, este cambio cultural puede conllevar problemas de soledad no deseada. Un factor es que “vamos hacia una sociedad que te dice que tú tienes que ser capaz, que tú tienes que ser independiente “, lo que inhibe a las personas que se encuentran solas de pedir ayuda. Otro, en el que Domínguez pone el foco, es “la ausencia o falta de papel del Estado”. “Si las personas tienden a vivir solas, y el Estado no suple de alguna manera el acceso a actividades sociales para la población, independientemente de sus ingresos, esto sí que puede crear un problema”, argumenta Domínguez, que cree que la administración sí juega ese papel en el norte de Europa.

Una de las claves, indica, está precisamente en garantizar “el acceso a actividades sociales para toda la población, independientemente de sus ingresos”, lo que a su vez implica muchas dimensiones: desde que las actividades existan a que la ciudad sea “segura y transitable” para todos, una urbe por la que “se pueda caminar”, y que haya un “buen transporte público” para conectar a sus habitantes. “En A Coruña hay múltiples actividades, de ONG y asociaciones, que trabajan para evitar y paliar esa soledad no deseada, con acciones que van desde talleres a encuentros, talleres o lo que sea, para favorecer la socialización”, resalta Domínguez, que explica que la soledad requiere un abordaje desde el punto de vista social.

Guadalupe Oroña es miembro del Colexio Oficial de Psicoloxía de Galicia, en el que preside la Sección de Psicoloxía da Intervención Social. Coincide con Domínguez en que actualmente “somos una sociedad mucho más individualista”, y señala que, además de que la despoblación rural disminuye las posibilidades de relación social en el campo, “incluso la vida en la propia ciudad es diferente, no hay esa vida comunitaria que había antes”. “Todos estos cambios dan que cada vez más personas viven solas”, resume.

Y la soledad no deseada, carecer de contacto social por causas ajenas a la voluntad de la persona, tiene efectos negativos. “Somos seres sociales”, explica Oroña, que indica que el sentimiento de pertenencia y de sentirse integrado “en una familia, un grupo o una comunidad”, es muy importante. Sentirse solo, por contra, tiene efectos negativos “en la autoestima, en el autoconcepto”, así como “muchas consecuencias tanto a nivel físico como mental”.

En cuanto a la salud corporal, hay gran cantidad de estudios que corroboran que la soledad “aumenta el riesgo de padecer enfermedades cardiovasculares, obesidad, problemas óseos, riesgo de infección”, pues una persona que viva sin compañía tiene más posibilidades de alimentarse peor, caer en el sedentarismo y no seguir pautas de higiene o medicación. Desde el punto de vista psicológico, se incrementa el riesgo de sufrir depresión, ansiedad o trastornos de sueño. Además, como las relaciones sociales “ponen a trabajar las capacidades cognitivas”, su ausencia también incrementa la posibilidad de que estas se deterioren y, en personas predispuestas, aumenta el riesgo de desarrollar demencia.

En su grupo de Intervención Social, señala Oroña, “nos preocupa y estamos trabajando” en el problema de la soledad, un tema que “visibilizó” la pandemia y que “algunos autores consideran un factor de riesgo de mortalidad, como el sedentarismo o el colesterol, porque la aumenta”.

Las soluciones, coincide con Domínguez, pasan por políticas públicas, con iniciativas como actividades para personas mayores adaptadas a sus “gustos y necesidades”, el empleo de las nuevas tecnologías para que puedan comunicarse con sus familiares o la eliminación de barreras arquitectónicas.

Pero también ve “muy importante sensibilizar a la sociedad, involucrarnos todos más en esta lucha” y recuperar “esa vida comunitaria que se fue perdiendo”. “Es muy importante fomentar las actividades de voluntariado, tanto intergeneracional como entre las propias personas mayores”, señala, pues este “ayuda a tejer lazos y combatir ese sentimiento de soledad”. A los mayores, les recomienda “mantenerse activos” y buscar relaciones sociales.

“Necesitamos ayuda social”

A sus 80 años, Juan José Lojo administra el Grupo de Pensionistas de Cigarreras, Tabaqueros y Mayores, cuyos miembros se apoyan entre sí y han presentando propuestas en favor de los mayores ante el Concello y la Valedora do Pobo. “Tenemos que fomentar el asociacionismo, que la gente se intercomunique más, perder miedo a participar en las redes sociales”, defiende Lojo, que señala que, además de una subida de las pensiones, en su franja de edad “se necesita acompañamiento, ayuda social”.

El aislamiento es una espiral: “El no conseguir una cita en la Seguridad Social, el no saber desenvolverse, hace que la gente se aísle más”. La unidad familiar “se fue disgregando”, y muchos solitarios “no encuentran el medio” de salir de eso y necesitarían ayuda “que les encamine”. “Una persona que vive aislada tiene miedo”, explica Lojo, que pide más asistencia municipal para ayudarlos e “informarlos de muchas cosas que desconocen”.

Sin este acompañamiento y asistencia, los mayores se ven más expuestos al peligro, indica el administrador del grupo de mayores, que afirma que “hay mucha gente que está alerta de que un mayor esté en dificultades en un cajero, y se acerca para ayudarle... Pero va a robar”.

A esto se suma el apartado económico, con muchas personas, especialmente mujeres, que tienen ingresos bajos por no haber cotizado y que requieren ayuda de otras personas por su edad. “La pensión no llega para una cuidadora”, indica, y las residencias faltan: “Las que hay son caras, y algunas son malas, hay denuncias de concertadas”.

Manoli Iglesias

Manoli Iglesias

Manoli Iglesias / Víctor Echave

Manoli Iglesias fue ama de casa la mayor parte de su vida y crio a tres hijos, que “se independizaron pronto”. Quedó viuda hace quince años, y siguió viviendo sola en la vivienda que habían compartido. Ahora, en los setenta, señala que se siente “sola muchísimas veces, sobre todo cuando llega la noche: me viene una tristeza de no tener con quién hablar”.

Los mayores, defiende Iglesias, “necesitamos ayuda de las instituciones para abordar ciertos problemas”. En su caso, explica, “no soy una persona que haya estado en el mundo laboral, no trabajé ni diez años”. Esto la perjudica en el poder adquisitivo de su pensión, en un contexto en el que los precios van “de mal en peor”. Y también en las gestiones, pues, admite, “no estoy puesta en muchas cosas”, en especial los trámites administrativos y bancarios, y “de mis tres hijos solo tengo una cerca” para ayudarla. “Hoy todo se mueve por Internet, y nosotros no nacimos con esto, y nos cuesta muchísimo”, resume.

Otra necesidad es la de una mayor oferta de actividades que puedan ayudar a salir de casa. “No hay suficiente oferta, te apuntas y no sale nada, no consigo una plaza”, defiende la pensionista coruñesa, que hubiera visto “positivo” poder apuntarse a un curso. “Siempre te ayuda a ver la vida de otra manera y quitarte ciertos miedos”, que conllevan “estar solo”.

Marisa Ramos

Marisa Ramos

Marisa Ramos / Víctor Echave

Marisa Ramos tiene 67 años, y lleva viuda cuatro. “Tengo dos hijas, una con dos niños, pero cada una tiene su vida”, señala, por lo que vive sola en su piso. Esto, explica, no es óbice para tener una vida plena, como prueban ella y sus allegadas que se encuentran en su misma situación: “En su mayoría viven bien, se mantienen activas, quedamos las amigas, vamos a sitios, veo una vez a la semana a mis hijas y nietos”.

Pero sí que señala que se encuentran con barreras. “En todo lo que es informática, aunque sepas andar en ella, no sabes hacer trámites, ni nada de eso”, indica Ramos, que se considera “analfabeta” digital y señala que depende de sus hijas para realizar las gestiones. “A primeros de mes solicité ir a actividades de gimnasia en centros cívicos y deportivos, y a mis hijas aún les costó apuntarme: yo me hubiera quedado sin ninguna actividad”, explica Ramos, que indica que se cambió de banco porque en el original tenía problemas para realizar los trámites.

Ya jubilada, Ramos se mantiene activa con largos paseos. La actividad a la que se ha apuntado es de gimnasia, aunque solo los viernes, pues, indica, faltan plazas en los polideportivos municipales y “en un sitio privado no lo encuentras por menos de 60 euros, si tienes una pensión baja no lo puedes pagar”. El curso le interesa para “mantener el cuerpo y socializar”.

Mariví López

Mariví López

Mariví López / Víctor Echave

“Tengo ochenta años y llevo muchos viviendo sola: mi marido falleció hace doce años y mis hijos hicieron su vida”, explica Mariví López, que cree que “el Ayuntamiento debería tomar medidas” para ayudar a la gente que vive sin compañía y ampliar el Servicio de Asistencia a Domicilio (SAD).

Según considera, uno de los principales problemas es la movilidad. “Yo me desenvuelvo bien, pero hay gente más joven que necesita ayuda para que los lleven, para hacer algo en casa, para ir a una consulta”, explica. Y esto afecta más a los que tienen menos recursos: “Hay personas que tienen una pensión muy pequeña, mínima, y tienen que vivir de eso, no pueden pagar para que les ayuden”.

Pero, además de los problemas físicos, está el aspecto psicológico. “Mucha gente está sola y necesita hablar, necesita un contacto, porque si no se siente aislada”, explica López, que cree que habría que dar compañía, aunque solo fuesen “unas horitas” a la “gente que más lo necesita”. “La soledad es muy triste”, resume. En su caso, se ha buscado actividades para mantenerse activa, algo que considera “primordial”: va dos días a la semana a un coro, “uno a cantar y otro a tocar la pandereta”. “Me siento muy actualizada con todo eso, muy libre, muy bien, debería haber más cosas así”, defiende.

Finocha Pérez

Finocha Pérez

Finocha Pérez / Víctor Echave

Finocha Pérez, viuda de 68 años, tiene una minusvalía parcial, y demanda más recursos para la asistencia a domicilio a las personas que, como ella, viven solas. “Si necesito una persona para que me venga a hacer algo a casa, tengo que pagar”, explica Pérez, que indica que se está moviendo en varios sitios para recibir asistencia a domicilio pero que, al menos por el momento, no ha recibido ninguna ayuda pública.

Y la necesidad no es solo física. “De los móviles y eso no tengo ni idea, sí que necesito una persona para muchas cosas”, explica la pensionista, que añade:_“Mi hijo lo tengo en Canarias, y tengo familia, pero están trabajando”. En su sucursal bancaria las gestiones se las hace la subdirectora, y “si no está, pregunto cuándo viene”.

Al igual que otras mujeres en su situación, Pérez ha recurrido a los programas de actividades. “Este año es el primero que me apunté, a gimnasia de mantenimiento y baile latino en el centro cívico”, indica Pérez, que explica que “después de que murieron mi marido y mi padre, iba por la mañana a la compra y no salía de casa”, pero ella se dijo “tienes que animarte”. Relacionarse con gente de otras edades, defiende, es fundamental, y cree que deberían existir más programas en los que se promuevan este tipo de interacciones.

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