Los Reyes Magos, que se confiesan “cada año más ‘koruños”, vencen a la lluvia de A Coruña

Sus Majestades cruzaron la ciudad acompañados de zancudos, bestias mitológicas y centenares de niños con turbantes dorados

La magia de la Cabalgata de Reyes ya toma A Coruña

Casteleiro/Roller Agencia

Hubo viento, lluvia y hasta algo de granizo, pero el mal tiempo de este viernes no consiguió deslucir la cabalgata en la que Sus Majestades de Oriente recurrieron la ciudad, desde el Barrio de las Flores hasta María Pita. Allí Melchor, ante centenares de niños y mayores cobijados bajo los paraguas y las capuchas, confesó que A Coruña es “la ciudad en la que nos gusta estar” y que, pese a ser tan viajados, “cada año nos sentimos más koruños. Y los vecinos, pequeños y grandes, le devolvieron el favor formando multitudes al paso de la cabalgata. El Ayuntamiento calcula que hubo 120.000 espectadores, lo que quiere decir que uno de cada dos vecinos acudieron a rendir homenaje a los monarcas de la infancia.

La magia de la Cabalgata de Reyes ya toma A Coruña

La fiesta es sobre todo para los niños, y estaban por todas partes, buscando caramelos entre los pies de los mayores, subidos a los hombros de sus padres, moviéndose al son de los tambores de la cabalgata o tendiendo las manos hacia las carrozas. Pero la magia de Sus Majestades devolvió a la infancia a todas las edades. Había adolescentes bailando al son de la música o comiendo dulces “de gratis, de gratis”, como le decía uno de ellos a sus amigos. Muchos de los que sacaban fotos y selfies al paso de las carrozas tenían el pelo blanco, y alguno de los que se peleaba por recoger rápido los caramelos que se arrojaban a los espectadores ya lo había perdido. Enfrente del teatro Colón, una mujer adulta se encaramó a un andamio para ver pasar a los monarcas de Oriente; unos metros más adelante, otra que ya peinaba canas veía el espectáculo aupada en una escalera portátil, y en la Marina una chica se subió a una mesa de las terrazas.

El desfile contó con una veintena de carrozas y vehículos, y, aunque los protagonistas eran los Reyes en sus vehículos con camellos tallados, Sus Majestades acudieron acompañados de un séquito de artistas y bestias fantásticas. Abrían la marcha policías, y luego tamborileros marchando sobre zancos, entonando ritmos marciales. Luego, trenes cargados de niños con turbantes dorados que lanzaban caramelos (más de un paraguas se dio la vuelta para recogerlos, cuando no llovía). Más de dos centenares de pequeños de la ciudad ayudaron a los Reyes en su cometido y recibieron el pago de un chocolate con churros de Bonilla y, previsiblemente, trato preferente cuando se repartieron los regalos en la noche que siguió.

Tras los trenes iban ninfas sobre zancos, tendiendo largas uñas hacia los espectadores, y una carroza con la Torre de Hércules, de la que este año se cumple el 15ª centenario de ser Patrimonio de la Humanidad. Había bailarines, y malabares sobre zancos, y una mariposa y caracol gigantes escoltados por insectos humanoides, y una joven princesa de blanco dentro de una burbuja, y cabezudos.

También bestias gigantes: canguros cornudos, unicornios y un dragón de tres cabezas que todo el rato se peleaban entre sí o intentaban morder a los espectadores, aunque no devoraron a ningún niño, que se viese. Caían caramelos desde las carrozas de Gadis, Abanca o Hércules, la asociación Enki animaba la fiesta desde otra, y Manicómicos prestó sus expertos en circo y malabares. La comitiva, descontando las ambulancias, se cerraba con un vehículo de los bomberos, y, aunque una de las carrozas echaba a la altura de los jardines más humo del que parecía recomendable, al final de la cabalgata uno de los bomberos resumía la jornada con “ninguna incidencia, muchos caramelos”.

Hablan los niños y Melchor

Tras las ocho las carrozas fueron llegando a María Pita, donde un presentador entrevistaba a los pajes y le preguntaba a Valentina si, con este tiempo, no hubiese estado mejor en su casa. “Sí”, admitió la niña, pragmática, aunque añadió que estaba porque “todos” los Reyes eran sus preferidos; otra chica desvelaba que había tomado la precaución de acudir “con tres camisetas”.

Tomás explicó que lo mejor de la fiesta eran tirar caramelos y admitió, entusiasta, que algunos de los suyos habían dado en la cabeza de vecinos inocentes, aunque, como se hizo en servicio de los Reyes, es esperable que estos se lo hayan perdonado al repartir regalos. Algunos pequeños pedían micrófonos, o planchas de pelo, aunque una se conformaba con “lo que me traigan” y solo pedía salud para su familia.

Los Reyes, que por la mañana habían visitado a los niños del Hospital Materno, entraron en el Palacio Municipal con la alcaldesa y se hicieron de rogar para salir, aunque los niños los llamaban a gritos y, cuando salieron al palco también gritaron “Inés” a propuesta del presentador. La alcaldesa dio las gracias a Sus Majestades y les dijo (tiene que defender a sus vecinos) que los niños coruñeses habían sido muy buenos durante este año y que esta noche se acostarían “tempranísimo”.

Melchor (el de barba blanca) tomó entonces la palabra para desvelar la querencia de los Reyes por A Coruña, hablando de la Torre de Hércules, de la Casa de los Peces o del Planetario; los niños que habían acudido a estos sitios el año pasado iban levantando la mano. Junto con Gaspar y Baltasar saludó a los niños y luego se marcharon a la que es, para ellos, “la noche más larga del año”.