La Ciudad que viví

Una vida dedicada al hockey en la pista y en los banquillos

Comencé a jugar en los Dominicos cuando estudiaba y lo hice después en el Deportivo, Liceo y Ponteareas, para entrenar más tarde al equipo colegial y al Borbolla

El autor, con el equipo campeón del Dominicos de 1975, segundo por la derecha agachado.  | / L. O.

El autor, con el equipo campeón del Dominicos de 1975, segundo por la derecha agachado. | / L. O. / Diego Lazo Vilariño

Diego Lazo Vilariño

Hasta los siete años me crié en la calle del Orzán, edad a la que mi familia —formada por mis padres, Diego y Alicia, y mi hermano Manuel— se trasladó a Pintor Seijo Rubio, en el barrio de A Gaiteira, donde vivimos hasta que cumplí quince años, momento en que regresamos al Orzán, donde aún vive mi madre.

Mi primer colegio fue el de Cristo Rey, en el que estuve dos años y del que pasé al de los Dominicos, en el que hice mi pandilla, formada por Dagoberto Moll, Carlos Vázquez, José Luis Abeledo, Naci González y Antonio Cancela, con quienes además jugué al hockey sobre patines gracias al padre Alejandro, quien fue mi mentor en este deporte. Jugué hasta 1986, año en el que tuve que retirarme por una grave lesión y comencé a entrenar al Dominicos y más tarde al Borbolla hasta que comenzó la pandemia del COVID.

Mientras fui jugador estuve también en el Deportivo, Liceo y Ponteareas. Fui campeón de España con el Dominicos en 1975 y viví el ascenso a la División de Honor en unos años inolvidables, en los que había una gran afición en la ciudad que llenaba el Palacio de los Deportes. Cuando fui entrenador también logramos el ascenso a División de Honor y con el Borbolla lo hicimos a Primera División, lo que fue un éxito para un humilde equipo de barrio que sigue existiendo con mucho esfuerzo de sus integrantes.

Diego, primero por la derecha, con su familia.  | / L. O.

Diego, quinto por la derecha, en el Ayuntamiento, con el trofeo de Campeones de España. | / L. O. / L

Una vida dedicada al hockey en la pista y en los banquillos

Diego, primero por la derecha, con su familia. / L. O.

Una de las zonas preferidas para jugar por mi pandilla de la infancia era el Callejón del Africano, donde hacíamos partidos de fútbol contra otras pandillas con cualquier cosa que se pareciera a una pelota. También jugábamos a las chapas, las bolas y el che en calles sin asfaltar, como el Campo de Marte y el secadero de pieles del Matadero. Para los chavales de nuestra edad, ir hasta allí o a los campos de la Torre de Hércules y la cárcel era una aventura. En la época en que había grillos nos acercábamos hasta la fábrica de gafas de Monte Alto para recoger cristales rotos y ponerlos en las grilleras que hacíamos con escobas viejas.

De pequeños íbamos a los cines de barrio porque los domingos eran más baratos, como los España, Doré, Gaiteira, Monelos y Hércules. Más tarde empezamos a ir a los del centro, como el Rosalía, Kiosko Alfonso, Avenida, Savoy y Coruña. Cuando íbamos a este último, tanto a la entrada como a la salida pasábamos un buen rato en la sala de juegos El Cerebro, en la que jugábamos en las máquinas de pinball, las primeras electrónicas que hubo en la ciudad, así como al futbolín y al billar.

También solíamos pasar por la Bolera Americana, que me conocía de memoria porque con algún otro miembro de la pandilla me ganaba una propina recogiendo los bolos que tiraban los jugadores.

Como enfrente de nuestra casa estaba la Fábrica de Gas, solíamos coger de los escombros que tiraban bolas de carburo con las que hacíamos petardos y donde estaba la fábrica de muebles de Cervigón en el Orzán íbamos a torear las olas en invierno para pasar el rato, aunque si llegábamos a casa mojados nos llevábamos una gran bronca. Esa playa y la del Matadero eran nuestras preferidas para bañarnos en verano y en la segunda algunas veces lo hicimos con el agua manchada por la sangre que salía del desagüe del matadero.

Íbamos a guateques que se organizaban por estudiantes en un bajo de la Ciudad Vieja cuando éramos quinceañeros, aunque también solíamos visitar todos los bailes y discotecas más conocidas en aquellos años, que siempre estaban llenas.

En la actualidad trabajo en el sector inmobiliario, al que me dedico desde mis tiempos como profesional del hockey y me reúno todos los viernes desde hace veinticinco años con los miembros de la peña Los Farrucos, en la que recordamos los viejos tiempos acompañados de una buena comida.

Testimonio recogido por Luis Longueira

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