Opinión

Arsenio marcó la forma de ser del Dépor en lo estoico y en lo ético

Martín Lasarte y Arsenio

Martín Lasarte y Arsenio

En días así y cuando se te va un ser querido, siempre se te agolpan los recuerdos. Es ley de vida, pero a la cabeza se te vienen todas las vivencias, conversaciones que pudimos tener en un determinado momento. Arsenio me dijo alguna vez “Martín, la cachetada (la bofetada) siempre está a la vuelta de la esquina”. Es una frase que recuerdo muchísimas veces, era casi una filosofía de vida para él. Estaba siempre alerta, era un ganador, pero sabía que el triunfo y las alegrías son muchas veces efímeras. Estaba preparado para todo. Era una persona muy humilde y muy didáctica, se hacía entender cuando hablaba. Muchas veces cuando te quería decir algo que hacías mal, solía ponerte un ejemplo de una vivencia suya para que te acabases dando cuenta. Lo de sabio y lo de zorro no eran por casualidad.

Nosotros cuando acabábamos los entrenamientos en Riazor siempre íbamos a tomar algo al Zurich, que era una cafetería que estaba enfrente. Allí consumíamos un café, un refresco o una cerveza, jugábamos a las cartas. A él no le gustaba nada que fuéramos, siempre prefería que nos cuidásemos, que fuésemos para casa. Un día estábamos todos allí, lo vimos cruzar la calle. Aterrados, comprobamos que entraba. Saludó a todos, pidió algo y no nos dijo nada en cinco minutos. Justo después se dio la vuelta y nos soltó: “Bueno, que sepan ustedes que hoy es mi cumpleaños y que están todos invitados”. Nos desarmó, nos reímos, empezamos a gritarle y a cantarle. Tenía esas cosas. Era muy paternalista, un cascarrabias, pero simpático. Siempre que hablo de él, incluso en estas circunstancias, acaba sacándome una sonrisa. Era único. Él parecía que estaba enojado, pero al final era entrañable.

En otra ocasión, me acuerdo de que yo estaba de vacaciones de verano un domingo en mi casa y, de repente, suena el teléfono y atiende mi madre. Me dice: “Ponte, que es Arsenio”. Y yo le digo: “¿Cómo que Arsenio?” Pues sí, era él. Me llamaba para saber si estaba entrenándome, si estaba comiendo bien, si salía a correr. Él estaba siempre muy preocupado con todos los detalles, con la comida, especialmente. Era muy riguroso. Se comía siempre con agua, nos ponía primero la ensalada, que tenía menos éxito que el resto. Antes algunos clubes hasta dejaban comer con refrescos, él no. Solo un poquito de vino. Nos servía muchas veces él mismo la comida.

Y por las noches se pasaba por las habitaciones con el médico. Estaba preocupado por si estábamos bien, por si necesitábamos alguna medicina o alguna cosa. Y con las caminatas después de comer para bajar la comida era terrible. A veces pegaba el sol en sitios como Alicante o Elche y ahí estábamos andando. Luego llegaron jugadores con más nombre y de otras culturas, como los brasileños, y les costaba adaptarse. Era muy rígido en todas esas costumbres y posiciones, pero también predicaba con el ejemplo. En los primeros años, cuando nos entrenaba, siempre salía a correr, trotaba alrededor del campo, se metía en los rondos. Lo veías comer y era todo sano y lo hacía de manera muy frugal. Te comprometía con el ejemplo, con todas esas charlas divertidas que tenía contigo, con su forma de ser. Con mil detalles.

Para la historia ha quedado aquel abrazo que nos dimos en Sevilla en la promoción de permanencia de 1992 y aquella frase de “¡Cuánto sufrimos, Martín!” . Él descargaba a veces así, lo vivía de esta manera, porque le rodeaba la presión y la tristeza. Las canas no eran casuales, le había pasado de todo con el Dépor. Hablaba muchas veces con él y con Carlos Ballesta de todo aquello, de lo que había pasado en aquel partido ante el Rayo Vallecano en 1983 o de aquella pancarta de “Propóntelo y vete”, todo eso también desgasta. Son elementos tóxicos que entran hacia adentro. Ante el Betis empezamos con problemas, le dimos la vuelta y él luego era capaz de exteriorizarlo así. Y, además, cuando llegaba la fiesta, en los momentos de felicidad, era difícil encontrarlo. Estaba donde le correspondía, pero no era de tirarse flores. De hecho, cuando alguien le acariciaba el hombro, enseguida le rehuía. Era ambicioso, pero humilde y sencillo.

Siempre se habla de lo unidos que estábamos, de lo que habíamos conectado y de lo importante que fui para él, pero la verdad es que, al principio, no le camelé. Llegué mayor a España. Tenía 26 o 27 años, venía de ganar una Intercontinental. Al principio no jugaba, porque quizás no era lo que él esperaba, pero me puso en un partido en Donosti, jugué bien y desde entonces siempre me tuvo una confianza tremenda. Se fiaba muchísimo de mí. Te decía detalles sencillos, pero que tenían mucha importancia en el campo. Por ejemplo, siempre me insistía en que cuando pasase del centro del campo con la pelota controlada, que intentase un balón cruzado, porque siempre pasaban cosas. Y tenía razón.

Disfruté mucho las charlas y todo lo que compartí con él. Nunca había una frase vacía en todo lo que decía, nada te lo comentaba o ocurría al azar. Marcó una época y dejó un poso tremendo en el Deportivo. Es el hilo conductor que ha marcado la forma de ser del club. En lo estoico y en lo ético ha definido cómo debe ser el Deportivo.