La Ciudad que viví

Del ultramarinos familiar al Observatorio Meteorológico

Mi familia tenía una tienda y bar en Peruleiro en la que trabajé en mi juventud, pero años después trabajé en la predicción del tiempo de la ciudad lanzando globos sonda

Luis Núñez Ríos

Nací y me crié entre la prolongación de la avenida de La Habana y Peruleiro a comienzos de los años cuarenta, cuando toda esa zona estaba ocupada por los grandes chalés de la Ciudad Jardín y los campos que rodeaban Peruleiro. Mis abuelos, Benjamín y Amalia abrieron en ese barrio un bar y ultramarinos llamado El Perrúa, con el que continuaron mis padres, David y Mercedes, y en el que les ayudé durante mi juventud cuando mis estudios me lo permitían.

Mi único colegio era la Academia Galicia y al terminar el bachillerato mi familia me envió a Vigo a estudiar a la Escuela de Peritos Industriales. El final de mis estudios coincidió con la muerte de mi padre, por lo que me puse a trabajar con mi madre en el ultramarinos hasta comienzos de los años sesenta, momento en el que me ofrecieron un empleo en Dragados y Construcciones, que estaba terminando de construir la refinería.

Dos años después me ofrecieron trabajar en el Observatorio Meteorológico en la sección de radiosondas, ocupación que desarrollé el resto de mi vida profesional. En este empleo lancé cientos de globos sondas y tuve que aprender Meteorología. Al poco de empezar me casé con una coruñesa, Marisol, ya fallecida, con quien tuve dos hijas, Vanesa y Montse, quienes me dieron un nieto, Sergio.

Mi pandilla estaba formada por mis compañeros de la Academia Galicia, quienes vivían todos en el entorno de la plaza de Maestro Mateo, como Jorge, Mario, Humberto, Castaño, Quiroga y Seito, mientras que en Peruleiro solo tuve trato con Alfonso Parga. Solíamos jugar en las explanadas donde estuvo la Delegación de Sanidad, la Escuela de Comercio y en el patio del colegio, casi siempre a la pelota, ya que al frontón lo hacíamos en la muralla y el patio de la Escuela de Comercio.

Entré en el equipo del Orzán cuando estaba Villa de entrenador y dos temporadas después fiché por los modestos del Español de Santa Lucía, en el que estuve cinco temporadas, tras las que regresé al Orzán con Nando Longueira de entrenador. Seis años después dejé de jugar, ya que el trabajo no me lo permitía. La mayor parte de mi tiempo de ocio en esos años lo dediqué al fútbol, que me hacía desplazarme a pueblos de la provincia para jugar en campos de los que en la mayoría no tenían ni agua para ducharse.

Cee y Fisterra fueron los lugares más lejanos a los que viajamos en aquellos tiempos, en los que costaba mucho tiempo llegar. Si además ganábamos al equipo local, a la gente del pueblo no le hacía gracia y nos hacía la vida imposible durante el partido. Recuerdo que en Cee, cuando iba a sacar de banda, un aficionado me dio tal paraguazo que me dejó zumbado, pero así era el fútbol modesto de entonces, en el que se jugaba tan solo por un bocadillo.

También aprovechábamos el tiempo libre para ir a todas las fiestas de la ciudad y los alrededores, además de a todas las salas de fiestas que estaban de moda en los años cincuenta y sesenta, como El Seijal en San Pedro de Nos y La Perla en Mera. Cuando no teníamos dinero, íbamos a la primera de ellas enganchados en el tranvía Siboney tanto a la ida como a la vuelta.

En la ciudad disfrutábamos bajando a pasear por la calle Real y a pasar la tarde en locales como Otero, Las 7 puertas o La Bombilla. También solíamos parar en la Bolera Americana, a cuyo dueño, llamado Labordeta, conocíamos.

También tengo un gran recuerdo de los cines a los que íbamos, como los Monelos, Gaiteira y Hércules, además del Lux en Peruleiro, que eran los más baratos, aunque los domingos solíamos ir a los del centro, sobre todo al Kiosko Alfonso, en el que si comprabas la entrada más barata, para las localidades situadas por detrás de la pantalla, veías la película al revés.

Fueron unos años fenomenales, de los que guardo un gran recuerdo. En la actualidad vivo en el barrio de Mesoiro y formo parte como segundo entrenador del equipo de veteranos O Cuñado, que juega en la Liga de Peñas de la ciudad.

Testimonio recogido por Luis Longueira