Cuando el trabajo estropea la salud mental

El Colegio de Psicólogos liga el récord de suicidios del año pasado en la comarca con las malas condiciones laborales

Los sindicatos reclaman más inspecciones y mayor protección ante los abusos de las empresas que generan estrés

Una trabajadora, en una oficina de A Coruña.   | // CASTELEIRO/ROLLER AGENCIA

Una trabajadora, en una oficina de A Coruña. | // CASTELEIRO/ROLLER AGENCIA / Enrique Carballo

El Instituto de Medicina Legal de Galicia (Imelga) registró el año pasado el récord de suicidios en la comarca de A Coruña desde que hay datos, 86, un fenómeno que el Colegio de Psicólogos liga a “una variable clarísima”: la tercera parte de los episodios depresivos “están relacionados con la precariedad laboral” y en los últimos años esta “es más habitual de lo habitual”. Desde los sindicatos CIG, Comisiones Obreras y UGT coinciden en que los riesgos psicosociales ligados al lugar de trabajo son elevados y, aunque no existan estadísticas, apuntan a que están en aumento. También señalan que los trabajadores pagan con problemas mentales, bajas psicológicas y problemas de salud los altos ritmos de trabajo, llamadas laborales fuera de hora y falta de personal de muchas empresas. La solución, creen, son mejores inspecciones de trabajo, y, por parte de los empleados, denuncias y acción colectiva.

El secretario de Salud Laboral de UGT en A Coruña, Gerardo Méndez, considera que los problemas mentales derivados de las condiciones de trabajo están en aumento, y que estos, que a veces derivan en taras físicas como “infartos” y otros en empleados quemados, bajas y estrés, son la muestra de que “algo falla en el sistema”. “En la delegación de UGT se presenta gente que tiene situaciones como depresiones”, explica Méndez, pero la dificultad reside en “poder demostrarlo”, y muchas veces el que sufre la situación “se calla la boca, no quiere problemas”. La solución para el que sufre estrés porque la empresa no respeta sus derechos laborales “es que denuncie, no hay más”, defiende Méndez, que pide más inspecciones de trabajo.

Pero el sindicalista también advierte de que las empresas “son muy sutiles” y que muchas veces el trabajador no se da cuenta de que los horarios “le van comiendo la cabeza”. “Uno no se da cuenta y trabaja diez horas, doce, en vez de ocho, está permanentemente colgado del teléfono” o disponible el fin de semana.

Y, puntualiza Méndez, esto no tiene por qué darse obligatoriamente en los sectores más precarizados o de menor formación. En hostelería, por ejemplo, “aunque en vez de ocho horas trabajas doce, está mal pagado y los horarios no dan para conciliar”, los empleados “cogen y se van a otro bar, restaurante u hotel” para escapar de los lugares más estresantes. En industria hay más protección, por los horarios pautados. Pero en el sector financiero hay gente que está “trabajando 24 horas al día, siete días a la semana”, y, aunque sean empleados que tienen ventajas como dietas o teléfono y portátil de empresa, las condiciones pasan factura.

Un ejemplo de trabajadora cualificada que sufre situación de estrés es la coruñesa Claudia (nombre supuesto), empleada en una asesoría y gestoría y especializada en fiscalidad: ha denunciado a su empleadora después de sufrir, afirma, acoso y estrés. “Yo siempre estuve trabajando mucho, con una jornada muy superior a la real”, con horas en sábados y domingos que “jamás” se pagaban.

“Aunque ya estaba agobiada por el trabajo”, cuenta, “caí enferma y tuve que coger una baja por otros motivos, y a la vuelta hubo un cambio de actitud de la jefa hacia mí”. Esta, según la versión de Claudia, “no me habla, no me dirige la palabra, y me da un trato totalmente distinto a los demás. No tengo trabajo, apenas una cuarta parte del que desarrollaba, y estoy continuamente pidiéndolo, pero me tiene horas sin hacer nada”.

Esto le genera “un estrés muy grande, ansiedad”. “No duermo de noche, estoy mareada, con ganas de vomitar, y todo por haber estado enferma y haberte cogido una baja”, explica la coruñesa, que cree que la intención de su jefa, propietaria de la empresa, es “aburrirme y que me vaya”, porque le saldría más barato que un despido. “Tengo insomnio total y absoluto, pensando a ver qué me encuentro al día siguiente”, explica.

Para Claudia, la salud laboral en relación al estrés “no está suficientemente vigilada: en la empresa grande hay otro tipo de controles, más protección, enlaces sindicales, pero en una empresa pequeña y difícil pienso que es difícil, muy difícil” que un empleado haga frente.

Armando Iglesias es el responsable de Salud Laboral en Galicia de Comisiones Obreras, y liga los problemas de estrés a los recortes: “En épocas de crisis hay incertidumbre sobre el puesto de trabajo, lo que genera una tensión, pero también cambios estructurales: tiempos de descanso recortados, desaparecen puestos y eso es una sobrecarga para los demás y, también, una carga mental”.

Esta “presión que el trabajador soporta”, explica Iglesias, es ahora alta, con empresas que intentan producir “a bajo coste, con mayores cargas de trabajo y menores salarios”. Entre los sectores afectados está el financiero, con “recortes importantísimos de oficinas y de efectivos”, aunque el sindicalista señala que las ramas “más precarizadas son las que sufren mayoritariamente esta presión”.

Para el miembro de Comisiones Obreras, las empresas “huyen del reconocimiento de las enfermedades mentales, que ahora mismo están ocultas”, ya que es difícil probar la relación “causa-efecto” entre las condiciones laborales y estas. “La sobrecarga de trabajo, el control sobre los tiempos que cada trabajador emplea en sus tareas, el recorte salarial, el incremento de los costes de la vida, todo eso va sumando y forma una burbuja” que el trabajador no detecta “hasta que ya está enfermo”. Un caso típico, indica Iglesias, es que un mando intermedio presione para cumplir una carga de trabajo que se ha ido aumentando y en vez de “incentivarte y motivarte” opte por “desacreditarte”, intentando hacer sentir “inútil” al empleado.

Este, explica Iglesias, entra en un “bucle en el que te vas degradando y te lo acabas creyendo”, hasta que llega a tener “miedo” al trabajo, y, sobrepasado, se marcha. “Hasta ese momento entendía que era un trabajador muy bien aceptado, y de repente se encuentran con que están sufriendo una presión constante, unas exigencias cada vez mayores, y ya no soportan ese nivel de exigencia”. Esto genera que los afectados “se sientan inútiles” al no poder cumplir con lo que su empresa les pide y que lleguen a pensar que no son válidos, para finalmente “entrar en una situación de ansiedad y depresión”.

Para Iglesias, el empleado no está lo suficientemente amparado por la legislación en este asunto. Demostrar que el estrés le ha causado una enfermedad mental es “muy difícil”, y el listado de enfermedades profesionales tiene una “laguna” a la hora de reconocer este tipo de trastornos.

Para enfrentar el problema el sindicalista reclama que los riesgos del puesto de trabajo tengan en cuenta “específicamente” la salud mental y hacer encuestas anónimas en los centros laborales para detectar el estrés. Y el afectado, en su opinión, debe “acudir al sindicato, al que quiera”, al verse presionado, pues en este pueden hacerle ver “que el problema no lo tiene él, que lo tiene la empresa”, lo que le ayuda a “reforzar su autoestima” y evitar la enfermedad. Y, también, denunciar a la inspección de trabajo, aunque admite que esta “tampoco tiene muchos recursos, y a veces cuando vienen tampoco actúan de forma adecuada”.

El responsable de salud laboral de la CIG para la comarca coruñesa, Ernesto López Rei, coincide en que “este tipo de cosas no se abordan desde el punto de vista individual, sino desde el colectivo”. Dado que “la inspección laboral no echa una mano”, la clave es “sindicarte y pelear colectivamente”, resume López Rei, que defiende que en la mayoría de las empresas los niveles de riesgo asociados a presiones psicológicas son “elevados o muy elevados”, y que esta situación cada vez “va a más”.

Contra el estrés, “tortillas”

Para López, los riesgos psicosociales ya están “bastante estudiados” y hay mecanismos de evaluación objetiva que tienen en cuenta” el nivel de estrés que acabas cogiendo por factores de riesgo asociados al ritmo de trabajo, carga de trabajo, falta de medios, inestabilidad laboral”. Pero el problema, en su opinión, es que este conocimiento no se aplica; las empresas, si llegan a implantarlo, lo hacen “a un nivel meramente teórico” y no toman medidas para paliarlo, o se toman algunas que “no valen para nada y la inspección de trabajo lo sabe”. En una empresa de cierto tamaño que pone como ejemplo, “una de las medidas fue organizar un concurso de tortillas” para los empleados, algo que cree totalmente inútil.

El sindicalista cree que esta mala situación no es un efecto del COVID, sino de una actitud de “la patronal en general”, que prefiere adoptar “medidas cosméticas” en vez de rebajar los niveles de riesgo. La solución, en su opinión, está en manos de los empresarios pero que “no se hace”: según defiende López, la medida que tendrían que adoptar es la de “incrementar plantillas, dotar de medios: si tengo cinco personas para producir lo que siete, o meto siete o que produzcan lo que tienen que producir”.

Esto supone un gasto económico a corto plazo, pero no acometer el problema provoca a la plantilla “enfermedades que tienen que ver con altos niveles de estrés y ansiedad” que derivan en mermas de la productividad y en bajas, y la consecuencias es que estas situaciones “acaban teniendo costes” para el empleador. Desde ese punto de vista, lo lógico sería tratar gastar al trabajador, pero López cree que “para eso hay que situar en los empresarios en un nivel de preparación que no tienen: el empresario gallego es cortoplacista, el de la multinacional también”. “Lo asumen porque creen que ganan más y no les importa la salud de la gene”, cree el miembro de la CIG, que opina que los patronos gallegos optan “por quemar a la gente y sustituir” cuando se marcha.

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