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Miguel Albarracín, de olímpico argentino a enseñar a niños en Arteixo

Figura del judo de su país, compitió en dos Juegos y ahora imparte clases - Se vio obligado a abandonar su país por impagos y la falta de una oportunidad seria

Miguel Albarracín posa sentado en el tatami del gimnasio de Arteixo en el que imparte magisterio. |  // CARLOS PARDELLAS

Miguel Albarracín posa sentado en el tatami del gimnasio de Arteixo en el que imparte magisterio. | // CARLOS PARDELLAS / Xane Silveira

Xane Silveira

Xane Silveira

Entre las colchonetas y los judogis que acaparan el ruido del Club Judo Arteixo cada tarde, se esconde la voz acentuada de un rosarino cuya historia ha estado siempre ligada al tatami: Miguel Albarracín. Nacido en una tierra donde el fútbol “lo domina todo”, despuntó desde muy pequeño en una disciplina que pronto se convirtió en su modo de vida, en su forma de ser. Sus padres lo apuntaron casi por obligación para calmar su hiperactividad, con apenas cinco años, y desde entonces eligió un camino que es “educación y formación” hasta el fin de los días. Otro rosarino ilustre, Gastón García, lo lanzó a la escena competitiva y, tras ganarse un rincón en el Paseo de los Olímpicos de su ciudad natal, ahora comparte sus conocimientos en A Coruña, después de un viaje que le llevó de su amada Argentina a Valladolid, y de tierras vallisoletanas a la ciudad de cristal en busca de un futuro mejor.

“Mis padres me apuntaron a natación y a judo. El agua también se me daba bien, incluso tengo alguna medalla local, pero el judo fue amor a primera vista y desde muy pronto me di cuenta de que tenía un plus de diferencia”, relata Miguel Albarracín, olímpico en Atenas 2004 y Beijín 2008, figura en Argentina en una disciplina en la que cosechó un oro y una plata en los juegos Panamericanos y otro oro, dos platas y tres bronces en campeonatos Panamericanos. Ahora es profesor en la escuela de Arteixo, tras vivir una intensa vida laboral que comenzó en la selección nacional de su país y que se tuvo que terminar por año y medio de impagos. Esa es la otra cara de la moneda, la parte amarga.

Comenzó muy joven en el judo y tuvo su “punto de inflexión” con 14 años. Ya obtenía medallas en categorías superiores siendo de menor edad. Gastón García, referencia rosarina de los años 90, fue su mentor y quien le ayudó a llegar a la élite. Un salto que, eso sí, en Argentina es prácticamente imposible para la mayoría. “Si no eres futbolista, es muy difícil desarrollarse en el deporte de élite”. A diferencia de España, existen muy pocas ayudas económicas y el fútbol lo absorbe todo: “Mis padres pudieron solventar mi carrera”.

Tocó su cénit en los Juegos Olímpicos de 2004 y 2008. Una vivencia que “no se puede describir en palabras”, porque es un “orgullo enorme” defender a un país. De aquello, se queda sobre todo con “el trayecto” porque llegar a unas Olimpiadas, que es el “máximo sueño de todo deportista”, es la verdadera victoria. “Estoy súper orgulloso porque hacerlo desde Argentina, un país subdesarrollado no es sencillo”, explica.

Poco tiempo después decidió colgar el judogi tras perder la motivación y aceptar un consejo de su psicólogo. Dio un paso al costado para comenzar una nueva vida en la enseñanza. “Quería brindar algo al judo argentino, devolver lo que a mí me dieron”, apunta. Y lo hizo, primero, en la selección, a través de un proyecto con cadetes. Sin embargo, aquella aventura no llegó a su segundo año. Vivió ocho meses de impagos y tuvo que buscar un giro drástico. Sus opciones: Brasil, España o Alemania.

“Era un gran cambio para mi familia, pero mi ciudad, Rosario, es muy peligrosa y yo quería ver de qué manera podía llevar a mi familia a un sitio mejor. Aunque Brasil tiene un gran desarrollo deportivo, tampoco era seguro y en Alemania teníamos que aprender el idioma, así que fuimos a Valladolid”, relata con cruel sinceridad. Tuvo que abandonar su tierra, donde pese a ser leyenda, no había una oportunidad para él.

En España fue muy bien acogido. En especial, en Galicia, su siguiente parada y donde ahora está asentado. Comenzó a impartir su conocimiento en el Judo Club UDC y pasó por un gimnasio de entrenamientos personales en Oleiros, el Well Street; pero el esfuerzo de Iván Vicente y José Gacio y su pasión por el judo le devolvió a la escena en Arteixo, donde ahora imparte su conocimiento a niños de todas las edades que sueñan con ser algún día como él.

Para llegar hasta aquí tuvo que hacer grandes sacrificios, “tomar decisiones por la familia, que lo es todo”. Tiene dos hijas, una de once años que vive en Argentina, y otra más pequeña, de seis, que está con él en España. Mira al frente y con una sonrisa infinita habla de ellas como su mayor tesoro. Al final del día, es su orgullo en un trayecto lleno de dificultades. Un trayecto hecho de la mano del judo, su modo de ser. “Es un camino de vida, formación y aprendizaje”, concluye sobre aquel deporte que comenzó con cinco años allá en 1986. Más de 40 años después, aquel niño hiperactivo se ha convertido en maestro. O como prefiere decir él, en profe.

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