Opinión | Divaneos

La pantalla depende del uso

La manera en la que los niños y los adolescentes se comunican con los demás ha cambiado. Es un hecho. Ahora todos llevan instalada una pantalla como extensión de su brazo al que se agarran como si de mantenerlo con batería dependieran sus propias vidas. Es la adicción de nuestros tiempos, la de la tecnología, la de las pantallitas. Todo es más rápido. Muchísimo.

¿Por qué las pantallitas son tan adictivas? La respuesta es sencilla. Una de las cuestiones que más preocupan a los humanos son las relaciones sociales, la aprobación del grupo y el sentirse integrado con los demás. Y las nuevas tecnologías son un potenciador tremendo de esas relaciones entre iguales. Permiten estar en contacto de forma rápida con cualquiera. La posibilidad de anonimato que ofrecen —aunque nocivo si se usa de forma incorrecta como ya ha quedado demostrado en multitud de ocasiones— y la ausencia de contacto visual permite que los adolescentes puedan expresarse de una forma más fácil y sencilla, que puedan hablar de temas que en otro contexto les resulta más complicado o, directamente, imposible.

Dentro de esa cruz que se le intenta poner a las nuevas tecnologías hay ciertas actitudes que son difíciles de comprender. Por ejemplo, algunos sectores de la sociedad han intentado, con mucho ruido y poco fundamento, criminalizar a los videojuegos. Toda una industria con un potencial de crecimiento enorme. Y que desde un punto de vista cognitivo ha permitido a los niños y adolescentes tener un desarrollo, como mínimo, diferente al que tuvieron las anteriores generaciones. Ahora son capaces de enfrentarse a determinados problemas y resolver situaciones de la vida cotidiana solo porque antes han vivido esa misma simulación a través de una gran pantalla. Es una forma de aprendizaje y de moldeamiento de las conductas que los adultos no han comprendido o, al menos, no están sabiendo sacarle todo su potencial.

Ni tampoco, salvo honrosas excepciones, los adultos han comprendido del todo cómo funcionan los grandes medios de comunicación de los jóvenes: TikTok y Twich. Hace unos meses un grupo de profesores de Sociología de la Universidad Complutense de Madrid publicaron un estudio en una prestigiosa revista sobre educación en la que se recogían esas nuevas formas de actuar de los jóvenes en estas dos redes sociales. Lo hicieron después de tener entrevistas con muchos de ellos y consultarles cuáles eran sus hábitos. La muestra estaba formada por jóvenes de la conocida como “Generación Z”, aquellos que tienen entre 16 y 25 años (más o menos). Para todos, las redes sociales eran ya su principal medio de comunicarse, muy por encima de todas las tradiciones a los que han marginado como si fueran cosas de mayores, y se pasan en ellas como mínimo tres horas al día. A no ser que haya algún evento especial que pueda elevar esa cifra de forma considerable. Pero lo más curioso que han descubierto estos investigadores es que el uso de estas redes sociales ha ido transformándose durante los últimos años. Lo que comenzaron siendo plataformas de mero entretenimiento ahora han ido mutando y son utilizadas por los jóvenes como plataformas de estudio en grupo o para aprender nuevas técnicas de cocina o de decoración. Son ya un medio educativo más. El más importante ahora mismo, una enorme plataforma en la que los jóvenes van compartiendo y poniendo en común su conocimiento.

Como los más avispados habrán conseguido leer entrelíneas a los jóvenes de hoy en día no solo les mueve el entretenimiento también quieren saber sobre la vida. Justamente, igual que les ocurrió a las generaciones que les precedieron. La única diferencia es que los medios han cambiado.

El problema es cuando el uso de las pantallas se convierte en patológico. Cuando son una adición sin sustancias. Apartarse del móvil causa en los jóvenes los mismos síntomas que los que pueden ocasionar el alcohol o el tabaco (dos de las drogas legalizadas por los estados de todo el mundo por motivos fiscales), como el de abstinencia. Pero también otro más peligroso, el de la tolerancia. Para experimentar alivio los adictos necesitan un aumentar la dosis cada vez más. Eso, traducido al caso que nos ocupa, supone que los jóvenes tienen que pasar cada vez más horas pegados a una pantalla.

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