Desperfectos

El desconcierto educativo

Valentí Puig

Valentí Puig

El estado de la educación lleva tiempo ausente de la conversación pública, salvo cuando un padre agrede a un profesor, se detecta acoso en un centro educativo o las familias se inquietan —y con razón— por el uso constante que sus hijos hacen del móvil en horas de clase. Entre elecciones, pactos e investiduras, se debate poco la crisis cualitativa de la enseñanza en España, aunque sea lo que más importa a cientos de miles de familias descontentos con un modelo educativo que no enseña con eficiencia ni da formación como ciudadanos. LODE, LOGSE, LOCE, LOE, LOMCE: generalmente a peor, porque el desbarajuste normativo afecta a los fundamentos del sistema escolar.

Sencillamente, se trataría de saber más, de ser mejores, de competir y de vivir con más conocimientos. Es una cuestión de eficacia, de arraigo y de civilización. De mentalidad. No se solventa con más padres colegas, con más profesores colegas. Y no es solo cuestión de presupuesto, sino de voluntad. Leer y comprender se logra entre profesor y alumno y no solo depende del presupuesto del centro ni de la calefacción o de los ordenadores. Curso tras curso, no pocos alumnos abandonan la escuela y se incorporan al mercado laboral sin capacitación cualificada. Dan sus primeros pasos de ciudadanía sin conocer derechos y deberes, sin noción de esfuerzo, con pasividad, sin valores, ajenos a la idea del mérito.

Algo se precipitó al asumir que memorizar no servía para nada y era un vestigio autoritario. Lo mismo ocurrió con la lectura en voz alta, con el resumen de textos, con el dictado y la redacción. El lenguaje perdía prestigio, quedaba arrinconado. Los experimentos pedagógicos prescindían del sentido común. Fue cayendo en picado aquella idea de excelencia, que era un sobrentendido de los sistemas educativos en el pasado. Es una paradoja insana que el experimentalismo pedagógico obstaculice la evolución que lleva hasta el estadio de la meritocracia. Especialmente en zona deprimidas, los alumnos —y no pocos padres— pierden el respeto a sus maestros, hasta llegar al punto en que la autoestima del profesorado se cifra en un significativo índice de bajas por agotamiento psíquico.

El sistema educativo español está desmotivado. Con el fracaso del modelo lúdico, la pedagogía progresista va a hundir la escuela pública. Predomina un igualitarismo arcaico, perjudicial para la igualdad de oportunidades. Si conviene, los gobiernos de izquierda achacan a un incierto conglomerado de sotanas e intereses de secta la voluntad de primar la enseñanza privada para destruir la escuela pública. Muy al contrario: son ellos quienes han sometido la escuela pública a tal presión igualitarista que muchos padres de familia optan por la enseñanza privada en seguida que pueden. De ahí los ataques a la escuela concertada por parte de la izquierda, reacia a garantizar el derecho de los padres a la libre elección de la educación para sus hijos.

Tanta inercia genera más fracaso escolar y grava el futuro capital humano cuando más urge ser competitivos en la sociedad del conocimiento. Las disfunciones de la formación profesional desalientan al empresario, advertido de que sin buena formación tecnológica se pierde más competitividad en la economía globalizada. A pesar de todo, es factible ser productivos y formar ciudadanos, todo a la vez. Es posible y no solo en Finlandia. En España y de momento, el desconcierto educativo es de todos los días. Ahora se estrena un nuevo Gobierno, sin que se sepa qué hará con la enseñanza.

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