La vida a través de las películas en los cines de Los Rosales

En Los Rosales nos educamos en cine, nos hicimos mayores observando la vida a través de las películas. “Acaba de abrir un cine en un centro comercial”, me informó un día mi abuela por teléfono, sabedora ella de mis debilidades cinéfilas. “Sí, lo sé, a ver si voy pronto”, le dije desde Madrid, donde estudiaba en la universidad. Unos días después, de vuelta a casa en un puente, me quedé sin entradas delante de las taquillas para ver un reestreno de Star Wars (¡sin pase para una película!, ¿alguien se acuerda de cuando se agotaban las entradas para ver una película?), así que esperé un poco más para estrenar las butacas de Los Rosales. Mi bautismo fue con una comedia, La verdad sobre perros y gatos a finales de 1996, solo; mi despedida, con otra, Voy a pasármelo bien el verano pasado con mi hijo. Y de verdad que me lo he pasado muy bien en estos cines. En 26 años (más de la mitad de mi vida) fui a ver 859 películas a los Yelmo de Los Rosales (sí, algunos tenemos la manía de documentar nuestros vicios). ¡Cómo los vamos a echar de menos!

Hay más nostalgia que tristeza en este adiós, a unos cines que nos vieron crecer, de donde salimos de ver obras maestras y bodrios, cine español y éxitos de Hollywood, películas que nos hicieron pensar durante horas o de las que nos olvidamos a los pocos minutos, historias reales y de ficción que fueron (unas más, otras menos) lecciones de vida, en la intimidad de una sala oscura en solitario o con la mejor de nuestras compañías.

El cine no se muere, aunque la variedad y la calidad de las series por las que las productoras apuestan y que las plataformas ofrecen haya apartado a muchos (cinéfilos o no) de las pantallas grandes. El cine aún resiste en su propia magia ritual para vivir en las emociones de todos. Hoy perdemos los Yelmo, pero a los coruñeses que allí pasamos muchísimas horas siempre nos quedarán las sesiones de cine que fueron parte de nuestras vidas.