Opinión | Shikamoo, construir en positivo

Música y barbarie, tanto tiempo después

¡Buenos días! Como ustedes saben, estas líneas son generalmente escritas no en el día de su publicación en papel, sino en la jornada anterior. Procuro no tener “enlatado” ninguno de los contenidos que salen a la luz, para así poder estar al quite de las últimas novedades en relación con los temas tratados, y tener así más capacidad de maniobra y frescura. Este texto, así, está escrito ayer, 7 de mayo. Un día en el que se cumplen doscientos años del estreno en Viena de la última sinfonía de Beethoven, la Novena, que como saben incluye la conocida como Oda a la alegría, poema escrito por Schiller en 1785 y adaptado y completado por el propio compositor. Por esto mismo, sin muchos más aditamentos, podríamos decir que la jornada de ayer es un hito importante desde el punto de vista de la música y la cultura. Pero aún hay más... Recuerden que tal música, evocadora y sugerente donde las haya y que marcó un antes y un después en el sinfonismo, fue adoptada como Himno por la Unión Europea, con el precedente en tal sentido del Consejo de Europa, en una adaptación de otro genio de la música y, en particular, de la de Beethoven: Herbert Von Karajan. Por si fuera poco, la partitura original de la pieza fue la primera en ser inscrita en el Registro de la Memoria del Mundo de la Unesco, formando parte de la herencia espiritual de la Humanidad.

Desde un punto de vista más basado en el contenido de la obra, esta también es un legado fundamental, constituyendo un auténtico alegato a favor de la concordia, la amistad frente a la inquina y a la construcción de un todo colectivo. Algo que sigue siendo crítico en esta sociedad global líquida y posmoderna, que vaga en busca de referentes más allá del mercado y de la tendencia mundializadora asociada a este. Hace falta concordia, sí, en lo macro y en lo micro, y esto está más en boga que nunca en una jornada aciaga en la que el Ejército de Israel hace casi realidad ya la ocupación de la zona sur de Gaza, después de que esta hubiese multiplicado varias veces su población con los desplazados desde el norte por las amenazas y una violencia creciente y letal. Ya ven, un día de ayer en el que Beethoven, Schiller y Karajan se afanaban por hablarnos de concordia, de paz y de exaltación de la amistad, mientras los blindados bloqueaban el paso principal y casi único de ayuda humanitaria para una población civil muy asfixiada y lastimada, y el mundo veía desvanecerse las pocas esperanzas de un mejor escenario para un conflicto desigual que dura décadas...

Esta será una semana importante también para la música, para Europa y para la paz, con la final del longevo certamen Eurovisión la noche del próximo sábado. Una excelente ocasión para que los intérpretes y las delegaciones de los diferentes países hagan un gesto simbólico a favor de la paz, con su música o con su palabra, porque es muy importante el advenimiento de otra mirada al mundo, lejos de la voracidad de la industria de la guerra y su agenda económica, hecha realidad en focos lacerantes como el de las cercanas Ucrania o Gaza, u otros muchos conflictos enquistados y vivos sobre la faz de La Tierra. Hay sobrados ejemplos de personas que, desde la música o en general desde la cultura, cultivan valores como los de la paz, la concordia y el amor, por encima de intereses pecuniarios y de tensiones que sólo pueden ser limadas con diálogo y un espíritu de cesión por parte de todas las partes implicadas. Por eso, así como muchos artistas versionaron en diferentes momentos las prodigiosas notas de la Novena desde distintos estilos musicales y sensibilidades culturales, es importante que tal espíritu impregne este acontecimiento musical, cultural y social europeo, para crecer todos en dignidad y decencia, como parte de una especie que a veces las pierde por sus obras o por la falta de ellas.

No es cuestión de idealismo, de “buenismo” o de ingenuidad. Otro mundo es posible, con rotundidad. Porque fíjense que los que ganan con el escenario de barbarie son pocos, muy pocos, comparados con un auténtico ejército de seres humanos mucho más proclives a hacer las cosas de otra manera. Pero mi silencio, tu silencio, su silencio... no deja de hacernos cómplices o por lo menos cooperadores necesarios de aquello que pasa... La música, el fascinante edificio sonoro musical y vocal de la Coral es un excelente vínculo que nos une, y nos enrola en una oda a la paz que no puede dejarnos indiferentes...

Hagamos una cosa... Yo hoy escucharé la música de Beethoven con la letra de Schiller, dirigida por Karajan. Le propongo lo propio. Y, en la intimidad de ese momento musical de cada uno, simplemente, evoquemos la paz. Y luego, cuando salgamos a la calle o nos relacionemos con los demás, tengámoslo en cuenta para construirla en los pequeños gestos y, como suma, en las grandes acciones. Eso significa siempre ceder, y a veces perder... Pero valdrá la pena, siempre.